IV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
¿INDIGNADOS O CANSADOS?
Padre Javier Leoz
1.- Retomamos, después de la solemnidad de Pedro y Pablo, los domingos del
Tiempo Ordinario (en su número catorce) y lo hacemos escuchando un evangelio
que nos invita a la esperanza y al sosiego: “Venid a mí los cansados y agobiados
y yo os aliviaré”.
--¿De qué está el mundo cansado? Unas veces de la falta de respuestas a las
exigencias de la felicidad del hombre y, otras, de insatisfacción ante tantos
sucedáneos que –lejos llevarnos a bienestar auténtico- nos convierten en simple
marionetas en manos de los poderosos.
--¿De quién o de qué está el hombre indignado? Unas veces de las
promesas que no se cumplen y, otras, de aquellas que se llevan a cabo pero no
en beneficio de todos. De aquellos derechos que, por simples leyes, convierten a
unos en verdugos y a otros en víctimas en manos de los otros.
--¿Por qué está la sociedad y el hombre decepcionados? Entre otras cosas
porque ya no sabe por dónde ir, ni dónde encontrar el verdadero descanso: el
ritmo tan acelerado que llevamos en el día a día, se convierte en un yugo
insoportable y solitario, insolidario y materialista que nos hace sentir que algo no
funciona bien; que no vivimos dignamente, que la vida que llevamos…no es vida.
2. ¿Dónde está la respuesta a nuestras aspiraciones? Ni más ni menos en
el retorno al Señor. Hay un viejo proverbio que dice “tus penas en el hombro de
un amigo quedan divididas por dos”. «Cualquier otra carga, decía san Agustín, te
oprime y abruma, más la carga de Cristo te alivia el peso. Cualquier otra carga
tiene peso, pero la de Cristo tiene alas. Si a un pájaro le quitas las alas parece
que le alivias el peso, pero cuanto más le quites este peso, tanto más le atas a
la tierra. Ves en el suelo al que quisiste aliviar de un peso; restitúyele el peso de
sus alas y verás cómo vuela» (Sermón 126).
Nunca, como hoy, dispone la humanidad de muchísimos medios de comunicación
(oral, visual y escrita) y nunca como hoy el ser humano tiene necesidad de
contar sus penas y sus miserias a alguien. ¿Qué ocurre entonces? Que la gente,
entre ellos muchos de nosotros, no queremos más problemas que los nuestros.
Nuestras propias dificultades y yugos personales nos abruman, nos agobian y
nos llevan a decir aquello de “bastante tengo con lo mío”. Jesús, por el contrario,
aligera nuestras cargas. Nos da fuerza para seguir adelante y nos hace
descubrir, en la debilidad o en la humildad, el secreto para ser fuertes. En un
sencillo pollino entró en la Jerusalén de la tierra para, días después, triunfar
victorioso sobre la muerte.
3.- Hagamos confidente, de nuestros fracasos y de nuestras preocupaciones, a
Jesús. No lo arrinconemos. Tenemos su pecho para reclinar nuestra cabeza.
Poseemos su Palabra para orientar nuestro vivir. Nos ha dejado la Eucaristía
para ser invencibles y como aperitivo de lo que se nos dará en la Vida Eterna.
Contamos con el auxilio de su Espíritu que, en el agotamiento físico y espiritual,
siempre será un consuelo.
Que la Virgen María, en este tiempo ordinario que retomamos, nos haga
disfrutar del oasis de paz y de energía espiritual y humana que es Jesucristo.
Para el cristiano no existen los momentos críticos sino la mano de Dios que sale
a su encuentro cuando le confía sus angustias, temores y luchas.
4.- QUÍTAME PESO, SEÑOR
Del yugo de mis preocupaciones, para que así,
pueda también pensar en Ti.
Del madero de mis ambiciones, para que mirándote a Ti,
me sienta afortunado y lleno de tu presencia
QUÍTAME PESO, SEÑOR
Del yugo de mis prisas, para que caminando contigo,
me detenga ante lo importante y esencial de la vida
y pase de largo de aquello que no me deja vivir en paz
Del yugo de mis cansancios, para que apoyándome en Ti,
avance seguro y firme por los senderos de tu verdad
QUÍTAME PESO, SEÑOR
De las ansiedades que producen el tener y el aparentar
y, disfrutando de lo que poseo,
te dé gracias por ser mi compañero, amigo y confidente
QUÍTAME PESO, SEÑOR
Del yugo de mis decepciones y de mis expectativas,
de mis egoísmos y vanidades
para que, fijándome en Ti
crea firmemente que, entre todo lo bueno, eres lo mejor:
pecho en el que poder arrimarme para escucharte
hombro en el que apoyarme para progresar
corazón en el que poder asomarme para amar
oasis en el que poder sentarme para descansar
¡QUITAME, DEL YUGO DE MI VIDA, ALGO DE PESO… SEÑOR!