XIV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Sábado
Lecturas bíblicas
a.- Is. 6,1-8: Yahvé purifica los labios de Isaías.
b.- Mt. 10, 24-33: Relación Maestro y discípulo. Confesar la fe sin temor.
El Maestro quiere dejar claras las relaciones que deben haber entre discípulo y
quien le guía o acompaña; ambos están en relación de mutua dependencia,
subordinación y superioridad (vv. 25-26). Mientras se aprende, se es discípulo,
como el esclavo, reciben la enseñanza de alguien que sabe más os más
experimentado en aquello que enseña. Para Jesús, los apóstoles son sus discípulos,
aceptan sus enseñanzas y sus encargos, esta relación, hay que decirlo,
permanecerá para siempre, porque para ellos, Jesús siempre será el Maestro, junto
a ÉL, nunca han sabido lo suficiente. El discípulo ya se puede contentar con que le
vaya como a su Maestro, si se iguala a ÉL, entonces ya no puede esperar nada más
ni mejor. En este caso, no cuenta la superación, porque se da el caso que la mayor
semejanza y conformidad con Cristo Jesús, se produce también la mayor intimidad
con ÉL. Cuanto más se asemeje a su Maestro, mejor y mayor, será el servicio que
haga a su Maestro de vida. El Señor de la casa, es el mismo Jesús; su casa es la
Iglesia, los fieles reunidos en su Nombre (cfr. Mt. 16, 18). En esta, su Casa es
autoridad, es el Kyrios, el Señor, calumniado de tener pacto con Satanás, con lo
que enseña que a pesar de todo en su Casa, es el único Señor Resucitado. En un
segundo apartado, Jesús nos propone confesar la fe sin temor (vv. 26-33).
Encontramos varios avisos del Señor que se refieren a tener cuidado, cuidarnos,
pero ahora nos dice que no debemos temer (cfr. Mt. 7,15; 10,17). Hay que
practicar la prudencia en el conocimiento del adversario o del peligro a que
podemos estar expuestos, y para ello es necesario hacer un juicio sereno, pero por
otra parte, la necesaria resistencia o fortaleza en la tribulación. La fe expulsa el
temor, saber que somos del Señor Jesús, infunde valor. Si bien, los comienzos del
Reino de Dios son muy humildes, sin embargo, la semilla que vive oculta en la
tierra, está llamada a manifestarse gloriosamente. Jesús, como el Siervo de Yahvé,
siembra la palabra en la vida y en los corazones de los hombres, trabaja con
sencillez, hasta convertirse en la esperanza de las naciones (cfr. Mt. 12, 17-21).
Ahora habla en la oscuridad, pero sus apóstoles lo harán a plena luz, deberán
predicar ante los hombres lo que ahora les susurra al oído. Su mensaje lo entrega
en forma velada, porque muchas veces su palabra no es comprendida por las
gentes, además ÉL no había consumado su obra de muerte y resurrección. Más
tarde, los apóstoles podrán predicar sin temor el evangelio a toda la creación. La
persecución y el trato hostil, no justifican el miedo, ni la negación de Cristo. Nos
exhorta el Señor a no tener miedo, tres veces, menciona este tema en su discurso
(vv. 26. 28. 31), nos pide en cambio, audacia y valentía, aguante y fortaleza ante
la adversidad, la contradicción, etc. La fuerza del evangelio es incontenible, hay
que anunciarlo, es luz aún en las peores circunstancias (vv. 26-27; cfr. Mc. 16, 15).
Otra razón para no temer es la inviolabilidad de la persona humana. Los tiranos
pueden matar el cuerpo, quitar la vida, pero no pueden destruir la persona, y su
libertad interior (v. 28). El único temor que hay que guardar es a Dios, es decir, el
respeto que le debemos como hijos a nuestro Padre. Los hombres tienen un poder
limitado, nadie puede destruir la esperanza de la vida eterna. Dios tiene poder
sobre la vida física y eterna, su sentencia puede entregar al hombre al infierno, o
llamarlo, a la bienaventuranza eterna. Contemplamos así su poder soberano y su
omnipotencia sobre nuestra vida, adquiere sentido su divina paternidad sobre
nosotros. Si el temor se dirige al hombre, puede destruir la fe, en cambio, si va
dirigido a Dios, crea libertad y confianza. Se descubre la dependencia de la criatura,
respecto al Creador y reconoce la sublimidad de Dios. Finalmente, la providencia
amorosa de Dios, que se cuida de todas las criaturas, mucho más se preocupará de
los hombres (vv. 29-33). Sentirse amados por Dios causa alegría y amor
agradecido; sabemos que el amor expulsa el temor. Si nosotros confesamos a
Jesucristo en este mundo, ÉL nos avalará ante el Padre en el día del Juicio final. El
compromiso bautismal, nos exige confesar nuestra fe en todo tiempo y lugar, con la
fuerza y gracia del Espíritu Santo de Dios. No se trata de no ceder en el fuero
interno a lo contrario con el evangelio, sino que además tengamos el valor de
disentir y de confesar abiertamente su fe cristiana. Necesitamos cristianos
auténticos, que se construyen en la contemplación y la acción, por el Reino de los
cielos.
Teresa de Jesús, desde niña quiso ser mártir de Jesucristo a mano de los moros del
sur de España como lo narra en los primeros capítulos Vida (cc.1-2). Al no
conseguirlo, presenta la vida cristiana en general y la vida religiosa en particular
como un prolongado martirio. “Torno a decir que está el todo o gran parte en
perder cuidado de nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad
comienza a servir al Señor, lo menos que le puede ofrecer es la vida” (Camino de
Perfección, 12,2)
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD