DOMINGO 14 TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
“Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los grandes y sabios
y se las has revelado a los sencillos” (Mt.13,25)
En el centro de la liturgia de hoy nos encontramos con este trozo del Evangelio de San Mateo
(11, 25-30) que nos hace descubrir a Jesús y su Misterio, a sus relaciones con el Padre de los
cielos. Y todo esto se lo revela a la gente “sencilla”, es decir a los más peque￱os y humildes,
despreciados por los más grandes y los más sabios de esta tierra: “Te doy gracias Señor y
Padre del Cielo y de la Tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y
se las has revelado a la gente sencilla” (Ib.25).
Dios se revela a los sencillos, que como niños, se abren a Él con frescura de corazón y se
niega a los soberbios, que satisfechos de su sabiduría humana se niegan a recurrir a Él. Los
pequeños son los que sienten necesidad de Dios, porque saben que solos no pueden nada y
que lo necesitan como un hijo niño necesita de su padre. Estos son los pequeños del Evangelio
que abren su corazón a Dios conscientes de su ignorancia. Son los que no ponen su corazón
en la sabiduría del mundo ni encuentran en las cosas de la tierra la respuesta a todas las
necesidades de su vida.
A éstos, Jesús les da parte en el conocimiento del misterio de la relación inigualable que Él
mantiene con Dios Padre y que el hombre no puede conocer, si Dios no se lo hace saber a
través del Hijo y a quien el Hijo se lo quiera revelar: “nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie
conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar” (Ib 27). Este
conocimiento revela que Jesús el Hijo hecho carne, es igual al Padre, y aquí nos está
revelando su naturaleza divina, afirmada con toda claridad. Es la revelación del conocimiento-
amor, de lo que nos está hablando Jesucristo. Es esa intimidad de amor entre el Padre y el
Hijo.
Así como los sabios de este mundo no conocen a Dios ni quieren conocerlo, los sencillos de
corazón reciben de parte de Jesucristo esta revelación y manifestación de amor y conocimiento
mutuo en la naturaleza divina.
Debemos considerar la respuesta y afirmaci￳n de Pedro: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios
vivo” (Mt.16,16). Es a Pedro, también sencillo de corazón, a quien se manifiesta el Señor y no
sólo por sus palabras sino también por la luz de su Espíritu. Jesús no solamente les revela este
misterio íntimo a los pobres y sencillos sino que -conocedor de todo el sufrimiento de éstos en
la tierra- los invita a ir hacia Él: “venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados porque
yo los aliviaré” (Mt.11,28). El les da su corazón para que descansen y les regala el corazón del
Padre y toda la inmensidad de su amor de Dios. Y este y sólo éste será su mandato: “amaos
los unos a los otros” con la medida de Cristo en la cruz. Al final de sus vidas no les preguntará
sino por el “amor”. La inmensidad del amor del Padre y todo su cuidado por los más débiles y
sufrientes se hacen presente una y otra vez en este pasaje del evangelio: ”Yo soy manso y
humilde de corazón (venid a mí ) y hallaréis descanso para vuestras almas”. Jesús quiere llevar
a todos a conocer el amor del Padre, su misericordia, y la paz que irradia el corazón de quien
está unido a Él y en Él al Padre de los cielos.
Zacarías en la primera lectura (9, 9-10) nos presenta la figura del Mesías, rey manso y humilde
que no se impone con el poderío de los grandes de la tierra, que no hace justicia con la
espada, sino que llevará a todas partes la paz. Enseñando a los hombres a comportarse con
dulzura y humildad y según el Apóstol viviendo según el Espíritu y no la carne que nos revela
todo lo contrario (Rom.8.9. 11-13). Este es el espíritu de Cristo, que invocándolo nos ayuda a
superar los impulsos naturales que nos que alejan de esa realidad de la dulzura y el amor de
Dios.
No hemos de construir la paz y el amor en este mundo con el corazón alejado de Dios, pues
ese coraz￳n está impulsado por la “soberbia” que nos conduce al sufrimiento del coraz￳n, a la
separación entre hermanos, a la discordia, y a la incapacidad de superar los verdaderos
dolores del mundo, siendo incapaces de perdonar.
Pidamos a María, Madre dolorosa que descansó en Jesús, que nos ayude a llegar hasta Él con
nuestro corazón de hombre de fe.
+ Marcelo Raúl Martorell
Obispo Puerto Iguazú