Comentario al evangelio del miércoles, 9 de julio de 2014
Queridos amigos:
Cada cuatro años se celebran olimpiadas, y un tiempo antes del inicio la antorcha olímpica va pasando
por diversos países desde Grecia hasta el lugar de celebración. Desde que se prende, su fuego corre de
mano en mano, hasta que llegue a su destino final.
La historia de la Iglesia de Jesús es algo parecido. Jesús vino “a traer fuego a la tierra” , el fuego del
Evangelio. Y entregó su llama a los doce y a otr@s que convivieron con Él. No eran seres superiores.
Tampoco moralmente intachables. En una prueba de selección de personal, no sabemos qué hubiera
pasado. Pero fueron llamados por su nombre. Como tantos hombres y mujeres a lo largo de los siglos.
Y el Maestro puso en ellos su confianza. Y eso hace mucho. Aunque alguno le fuera infiel. Y, además,
les acompañó por el camino. Y llegado el momento, comenzaron a anunciar su palabra y su persona, a
transmitir un modo de vida diferente, a actualizar sacramentalmente su memoria.
Y ese fuego se ha expandido. A veces, iluminando oscuridades; otras, calentando a los que padecen el
frío de la existencia; alguna que otra vez ha chamuscado... seguramente porque no era el fuego de
Jesús. Y ahí seguimos.
Cada año, en la Vigilia Pascual, se repite uno de los gestos más gráficos de lo que es la familia
creyente: el Cirio Pascual, representando a Cristo Resucitado, entrega su luz y los presentes encienden
sus velas. Y se van pasando la llama. No es un único fuego que se mantiene sino que, de vela en vela,
se va ampliando y ganando terreno a la oscuridad. Y al entregarse no se pierde ni mengua, sino que
crece. Como la vida misma...
“Proclamar que el Reino está cerca” se puede hacer de muchas maneras. Como laicos/as, como
religiosos/as, como sacerdotes. En la vida de familia, en la comunidad, en el trabajo... No eludas tu
dignidad ni tu responsabilidad. Escúchate nombrar, recibe su luz... y que se extienda.
Vuestro hermano en la fe:
Luis Manuel Suárez, cmf
Luis Manuel Suarez, cmf