XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Is. 55, 10-11: La lluvia hace germinar la tierra.
EL profeta Isaías, invita al banquete escatológico de los tiempos mesiánicos; basta
tener sed, hambre de Dios. En los momentos más importantes de la relación de
Yahvé con su pueblo los acuerdos y alianzas se confirmaron con un banquete y un
sacrificio hasta que al final se promete una nueva alianza y un banquete en el reino
de Dios. Comer y saciar la sed, son las imágenes para significar los grandes anhelos
del hombre que busca su felicidad. El diálogo con la Samaritana es el mejor modelo
de esa búsqueda y saciedad. Pero en todo este proceso hay una exigencia básica:
escuchar la palabra de Dios, manifestada en la ley, en la alianza. El que escucha,
vivirá, no cualquier tipo de vida sino en Dios; el NT, la identificará con la vida
eterna. La Nueva y eterna alianza, (cfr. Is. 55,3ss), se realizará no por la fuerza
militar o política, sino atraídos los pueblos subirán a Sión por el Santo de Israel, por
la justicia y santidad de su pueblo fiel a la Nueva alianza. El regreso de los
exiliados, redimidos y perdonados es imagen de la liberación de todas las demás
esclavitudes, incluido el pecado. Ahora se comprende que cuando Yahvé, habla su
palabra es eficaz, como la lluvia, su palabra no vuelve vacía, sin antes penetrar la
tierra para fecundarla, sin alcanzar su fin. Su palabra es salvación para el hombre,
que Cristo Jesús, manifestará en el NT, ÉL es su palabra encarnada. Un anticipo del
banquete celestial, es la Eucaristía, palabra hecha carne y bajada del cielo para ser
ofrecida en sacrificio y alimento para los hambrientos y sedientos de justicia, de
verdad, de paz y amor.
b.- Rm. 8, 18-23: La creación espera la manifestación de los hijos de Dios.
El apóstol Pablo, nos introduce de lleno en el drama de la creación cuyo origen lo
tenemos en el pecado del hombre que participa de su mismo destino. Pablo insiste
en proponer una visión global en el sentido de la salvación que llega, no sólo al
hombre sino también a su contexto a la creación entera. Sigue la tradición bíblica
que no separó al hombre de su Creador y redentor. Pablo afirma, que la creación
fue sometida por el hombre pecador al sin sentido, como su existencia; teniendo
siempre presente que fue Dios quien le dio sentido a la vida del hombre y a la
creación (cfr. Gn. 1-3). Si bien el hombre abusó de su libertad, permanece siempre
la esperanza de la liberación de la corrupción que será junto a la creación, es decir,
desde dentro de la creación, salvará su alma y su cuerpo. El gemido de la creación
y del cristiano, es oración no para huir de la realidad, sino desde ella, se convierte
en fuerza que renueva toda la creación. Por lo tanto, así como el hombre integral
está llamado a la salvación y glorificación final. Es todo un avance en el
pensamiento, ya que la filosofía griega consideraba como mala la materia, el
cuerpo, el cristianismo libera incluso la materia, no sólo el espíritu, lo que incluye
toda la realidad creada. El cristiano posee las primicias del Espíritu, por ello, desea
alcanzar la liberación cuanto antes, así se explica todo el camino de la vida teologal.
c.- Mt. 13, 1-23: Salió el sembrador a sembrar.
En este evangelio encontramos tres momentos: la parábola del sembrador (vv.3-
9), porqué Jesús habla en parábolas (vv.10-17) y explicación de la parábola del
sembrador (vv.18-23). El evangelio nos presenta a Jesús que sale de casa y se
sienta a orillas del lago de Genesaret, la multitud lo rodea para escucharle. La casa
se entiende como el espacio íntimo, familiar, de la formación especial para los
discípulos, distinta de la que dirige a todos. Jesús, debido a la gran multitud que se
acerca, sube la barca y se sienta, actitud del Maestro que va a enseñar a las
gentes, desde la otra orilla (vv.1-2). Los hombres acuden donde pueden escuchar
la palabra de Dios, donde el Espíritu, da testimonio eficaz en Jesús de Nazaret. Una
experiencia común en Palestina como es la siembra; el sembrador esparce la
semilla, consciente que sólo la que cayó en tierra buena, dio una buena cosecha el
30, 60 y el 100 por uno (vv. 4-9; cfr. Mc. 4, 11). En un segundo estadio los
discípulos preguntan a Jesús la razón de su hablar en parábolas (vv. 10-17), y lo
hacen en público porque interesa a todos los que oyen a Jesús. Las parábolas son
una forma de enseñar al hombre, especie de lenguaje secreto, no como una abierta
instrucción sobre el reino de Dios. Quizás la inquietud nace al comprobar que la
predicación de Jesús no daba los frutos que se esperaba. El rechazo y la
incredulidad es posible sea el origen de hablar en parábolas. Jesús responde con
unas palabras consoladoras: “a vosotros se os ha concedido conocer los misterios
del reino de los cielos pero a ellos no” (v.11). Es un misterio sólo quien escucha
solícito puede reconocer lo que es el reino de Dios; realidad que no se impone al
hombre, tampoco lo supera, es un misterio. Si bien Jesús no excluye a nadie, pero
será dónde se cultive su palabra, unos la acogerán y darán fruto, en otros apenas
echará raíces, se perderá enseguida o con el paso del tiempo. ¿Por qué unos sí y
otros no? Es un misterio de vocación y elección que sólo el oyente bien dispuesto
puede dar fruto. Pura gracia, donde al hombre no le conviene preguntar a Dios
nada (cfr. Ex. 33,19; Rom.9,19s). A los bien dispuestos se le dará la perfección de
la nueva alianza, Dios prodiga sus bienes libérrimamente hasta conseguir la vida
eterna. A los no dispuestos, ni con el oído y la vista se les quitará hasta lo que
creen poseer hasta que en día del juicio lo pierdan todo. Es el infierno del
sinsentido; la decisión respecto a Jesús es radical. Habla en parábolas porque
“viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden” (v. 13; cfr. Is. 6,9-10). Jesús
contesta ahora directamente la pregunta de los discípulos. Isaías había recibido el
mandato de Yahvé de endurecer el corazón de Israel, porque no obedeció la alianza
con el Señor. Dicha aniquilación comienza con no querer ni ver ni oír, es decir, con
el endurecimiento del corazón. Dios encargó al profeta anunciar el juicio sobre
Israel, que comenzaba con sus palabras. Como con el profeta, también con Jesús
aparece el misterio de obstinación. De ahí que el lenguaje sea en parábolas; no se
quieren salvar, por lo mismo, son culpables (v. 15, cfr. Mc.4,11s). Jesús declara
dichosos a los discípulos porque ven y oyen. Muchos quisieron ver y oír lo que ellos
ven y escuchan (cfr. Mt. 23,29; Rom.16,25; Ef.3,4-5; Col.1,26). ¿A quién ven y
escuchan? A Jesús de Nazaret, sus palabras y obras; la llegada del Reino de Dios
(cfr. Mt.13,11). S pasa del adviento que fue para los profetas y la venida, es decir,
esta manifestación que ellos no conocieron pero sí los discípulos, por eso ahora son
dichosos. De ahí que ven y conocen, oyen y entienden porque en y con Jesús
experimentan el misterio de Dios (cfr. Col.1, 24s). Finalmente, encontramos la
explicación de la parábola (vv.18-23). La buena tierra es obra de Dios y del
hombre, de su salvación aceptada y comprendida, puesta por obra con la fuerza del
Espíritu de Jesús; lo que le corresponde al hombre, es responsabilizarse de su fe y
comprometerse, dejarse guiar por el amor de Dios, su poder salvador, y la realidad
que la necesita para que tenga sentido vivirla.
Santa Teresa de Jesús, nos exhorta a obrar como consecuencia de nuestra fe:
“Todas hemos de procurar ser predicadoras de obras” (CV 15,6). O bien: “Los del
mundo harto harán si tienen determinación de cumplirlo. Vosotras hijas diciendo y
haciendo, palabras y obras” (Camino 32,8).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD