XV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
Lecturas bíblicas
a.- Is.1,11-17: Lavaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones.
b.- Mt. 10, 34-11,1: No he venido a sembrar paz, sino espadas.
Este evangelio nos presenta tres partes: Jesús señal de contradicción (vv.34-36),
renuncia para seguir a Jesús (vv.37-39), y la conclusión del discurso apostólico (vv.
40-42). Las palabras de Jesús son como espadas, que exigen tomar postura,
hacer una elección. Miqueas había anunciado la perdición de su pueblo, la
corrupción invadía a las instituciones, los lazos familiares se había roto hasta
convertirse el prójimo en un enemigo. EL pueblo experimentó la acción del tribunal
de Dios al conocer en su propia vida las consecuencias de su apostasía de Yahvé.
Jesús tiene presentes las palabras del profeta (Miq. 7,1-7). El juicio de Dios,
vislumbrado por el profeta ha llegado a su punto culminante con la venida de Jesús
e inicio del reino de Dios. Viene como separación, como espada. Jesús viene como
espada, que no sólo separa a los hombres entre los que creen o no, sino que es la
decisión ante la cual Dios pone al hombre. La paz que menciona Jesús, no es la de
Dios y los hombres, sino la que existe entre los hombres, una paz corrompida que
deja todo como estaba, como si Jesús no hubiera venido, la de Dios y Satán, la que
no puede darse. Esta palabra más tajante que espada de doble filo, lo penetra todo
(cfr. Hb. 4, 12), incluso el tejido familiar, para descubrir a los que están a favor o
en contra de Dios; la opción, conlleva la separación, o enemistad de los seres más
queridos. En un segundo momento se nos habla del amor a Jesús. El amor a
Jesucristo es exclusivo, por lo que los parientes, incluidos padres y hermanos,
quedan en segundo plano. Es precisamente en esa libertad, que el discípulo,
aprende a amar a Dios y a su prójimo, o lo que es lo mismo, amar al prójimo en
Dios y por amor a Dios. Los parientes son su primer prójimo. La decisión por
Cristo, precede a la vivencia de este amor. Quien no hace esta opción, no es digno
de Cristo, porque significa que no hay entrega de la vida, imitación de Cristo y es
el fracaso como discípulo. En cambio, quien entrega su vida y corazón, lo recupera
con la fuerza del divino amor. La Cruz aparece en el horizonte del discípulo, como
signo de seguimiento, señal de su amor, como el dar la vida, por quien se ama.
Siendo esta última, la mayor prueba de amor por el prójimo. Al seguimiento diario,
precede el asimilar su modo de pensar y de vivir. La Cruz nos acompaña en
nuestra vida sacramental, desde que nacemos hasta que volvemos a la casa del
Padre. Abrazar la Cruz significa asumir la vida de cada día con sus luces y
sombras, alegrías y penas, descanso y esfuerzo con Cristo, es decir, no olvidar
nuestro destino, el mismo que el suyo, su misterio pascual de muerte y
resurrección. La cruz, es signo de vida y no de muerte, de victoria y no de derrota.
La mística de la cruz, y la renuncia es actividad fecunda del amor, que destruye los
criterios y modo de pensar del hombre viejo, creando un hombre nuevo, imagen de
Jesucristo, que en el bautismo recibi￳ la fe y por ello creen firmemente en ÉL. “El
que encuentre su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará.”
(v. 39). Finalmente, todo lo que hagamos por el Reino de Dios tendrá su
recompensa, así sea dar un vaso de agua.
Si bien Teresa de Jesús está pensando en sus comunidades religiosas, hoy
pensamos en con ella en la Iglesia, la familia, la sociedad, finalmente en cada uno
en forma personal. Necesitamos de la paz que nace del encuentro frecuente con
Jesucristo, Príncipe de la paz (Is. 9, 5). “Paz, paz, hermanas mías dijo el Se￱or, y
amonestó a sus Apóstoles tantas veces. Pues creedme, que si no la tenemos y
procuramos en nuestra casa, que no la hallaremos en los extra￱os” (2 Moradas
1,9).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD