XV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Lecturas bíblicas
a.- Is.10,5-7.13-16: ¿Se envanece el hacha contra quien la blande?
b.- Mt. 11, 25-27: Has escondido estas cosas a los sabios, y se las has
revelado a la gente sencilla.
Este evangelio nos habla de la filiación divina de Jesucristo, Hijo de Dios, su
relación con su Padre. Esta realidad nos hace pensar que Dios es Padre de Jesús y
nuestro a través de ÉL de todos los creyentes, centro de su predicación a los
hombres. La paternidad divina, define de algún modo la relación de los hombres
con Dios, si la aceptan, pero sobre todo es de Dios a los hombres, porque la
iniciativa es suya. Encontramos una acción de gracias a Dios Padre, por la
revelación que hemos conocido y la hace Jesús a nombre de todos. El contenido de
dicha revelación son los misterios del Reino y termina este pasaje con una
invitación a llevar su yugo. La acción de gracias por haberla ocultado a los sabios y
entendidos de este mundo, es una referencia al rechazo que escribas y fariseos
había hecho de la persona y palabra de Jesús de Nazaret. Ellos eran los sabios de la
Ley, en cambio, los misterios del Reino desbordan los límites de la sabiduría
humana. Sólo aceptan los misterios del Reino los que son conscientes de su
pobreza interior, pequeñez que busca de Dios para llenar ese vacío de la propia
existencia. Características que se pueden encontrar en aquellos que buscan la
verdad, doctos o no, como el ejemplo de Nicodemo (cfr. Jn. 3,1-21). Sólo donde
hay humildad, se despliega el misterio de la paternidad divina, en cambio, donde se
refleja la autosuficiencia religiosa, es imposible conocerlo y mucho menos aceptarlo.
En otro momento de este evangelio, Jesús se define como el único revelador del
Padre, y esto es fruto del conocimiento que tiene de ÉL. Conocimiento que el
pueblo judío admitía, como reconocimiento de la elección que Yahvé había hecho de
Israel su pueblo elegido. Sólo su pueblo elegido conocía a Dios; ÉL había entregado
su revelación. La relación de Jesús con su Padre, se justifica desde la intimidad
divina: “Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino
el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo
quiera revelar” (v. 27; cfr. Jn. 3, 11. 20). Dios se revela a los sencillos y de corazón
humilde; aceptar a Jesucristo, consiste no en ciencia alguna sino en acoger la
revelación gratuita de Dios a los que ama. La fe, es la ciencia de creer en Dios
Padre y en su Hijo, su objeto es la experiencia de vida, de comunión con Dios y el
prójimo y especialmente una vivencia entrañable de la intervención de Jesucristo en
el que tiene fe y lo acepta como Señor. Sólo los humildes conocen a Dios, intuyen
su querer, conocen sus secretos y en este sentido los Santos Doctores de la Iglesia
como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, son un ejemplo de creyentes de excelencia.
Teresa de Jesús, nos invita a vivir la humildad delante de Dios y de los hombres,
pero sobre todo con nosotros mismos, en el sentido de conocernos lo suficiente
para saber cuánto necesitamos de Dios y de los demás, reconocerlo y obrar de
acuerdo a la voluntad de Jesús que se hizo uno de nosotros por nuestro amor y
salvación. “No está el amor de Dios en lágrimas…sino en servir con justicia,
fortaleza de ánima y humildad” (Vida 11,13).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD