XV Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Lunes
El que pierde su vida por mí la encontrará
I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro de Isaías 1,10-17
«¿Qué me importa el número de vuestros sacrificios? --dice el Señor--. Estoy
harto de holocaustos de carneros, de grasa de cebones; la sangre de toros,
corderos y chivos no me agrada. ¿Por qué entráis a visitarme? ¿Quién pide algo
de vuestras manos cuando pisáis mis atrios? No me traigáis más dones vacíos,
más incienso execrable. Novilunios, sábados, asambleas, no los aguanto.
Vuestras solemnidades y fiestas las detesto; se me han vuelto una carga que no
soporto más. Cuando extendéis las manos, cierro los ojos; aunque multipliquéis
las plegarias, no os escucharé. Vuestras manos están llenas de sangre.
Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar
mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended
al huérfano, proteged a la viuda.»
Salmo: 49 R/. Al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios.
«No te reprocho tus sacrificios,
pues siempre están tus holocaustos ante mí.
Pero no aceptaré un becerro de tu casa,
ni un cabrito de tus rebaños.» R.
«¿Por qué recitas mis preceptos
y tienes siempre en la boca mi alianza,
tú que detestas mi enseñanza
y te echas a la espalda mis mandatos?» R.
«Esto haces, ¿y me voy a callar?
¿Crees que soy como tú?
Te acusaré, te lo echaré en cara.
El que me ofrece acción de gracias,
ése me honra;
al que sigue buen camino
le haré ver la salvación de Dios.» R.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 10,34--11,1 :
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No penséis que he venido a la
tierra a sembrar paz; no he venido a sembrar paz, sino espadas. He venido a
enemistar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su
suegra; los enemigos de cada uno serán los de su propia casa. El que quiere a
su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o
a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue
no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida
por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me
recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta
tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga
de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a
uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo
aseguro.» Cuando Jesús acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, partió
de allí para enseñar y predicar en sus ciudades.
II. Compartimos la Palabra
Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien
El formalismo religioso, tan proclive a la hipérbole y a la confusión, fue un
repetido blanco de las denuncias proféticas en el Antiguo Testamento y de Jesús
de Nazaret en el Nuevo. Ritualismo desprovisto de compromiso, gestos externos
dichos sagrados vacíos de preocupación moral, ceremonias más preocupadas por
su correcto desarrollo que por su contenido evangelizador y motivador para que
seamos mejores personas. Los que tenemos la fortuna de vivir en el Nuevo
Testamento, y de la mano de los profetas y del propio Jesús, para no incurrir en
el fácil formalismo religioso que hoy se denuncia, podíamos preguntarnos si
nuestras ceremonias, nuestros ritos, nuestras liturgias contienen evangelio o no,
dicen mensaje de esperanza y misericordia, porque damos la impresión que todo
se desarrolla milimétrica y simétricamente, pero no siempre desde el rito
sabemos dar la Buena Nueva de la salvación, trasladar la fuerza compasiva de
un Dios de los hombres que se resiste a ser encerrado en la nube de nuestros
inciensos o en el espacio que acotan unos ciriales. ¿O es que siempre agradan al
señor nuestros bordados y ornamentos, o el hieratismo de nuestras liturgias a
veces inexpresivas? Hagamos de la búsqueda del rostro de Dios nuestro mejor
gesto religioso, que a buen seguro será acertado aprendizaje para obrar bien,
para ser mejores hijos de nuestro Padre Dios.
El que pierde su vida por mí la encontrará
Empeñarse en seguir a Jesús de Nazaret es una decisión personal que nos
implica absolutamente y, que en ocasiones, nos pone en situaciones difíciles con
nuestro entorno afectivo. Tomar la cruz es la expresión evangélica que mejor
dibuja el seguimiento y evoca con claridad el estilo amoroso y fiel con el que
vivió y murió el Maestro. No lo reduzcamos a mera práctica ascética, y ni mucho
menos incluyamos elementos masoquistas para ilustrar el seguimiento; no, es el
modo, o si se quiere el precio de una generosidad sin tasa, de una fidelidad sin
fisuras de Jesús de Nazaret a los valores del Reino que él predica y motiva.
Antítesis evangélica, la del perder y encontrar, que magníficamente se resuelve
en la persona de quien nos entregó su vida para que la nuestra tuviera siempre
sentido. Quien, además, pone como telón de fondo de estas palabras misioneras
un desafío cristológico: el apóstol representa a Jesús que es el que envía. Y un
hecho a tener en cuenta, y no menor que en el evangelio todo lo humano asume
dimensión salvadora: dar un vaso de agua fresca, gesto sencillo pero necesario
para el andariego por el secarral palestino, se torna gesto solidario y colaborador
con el anuncio del Reino, pues la acción se hace a favor de los discípulos de
Cristo, y la recompensa inherente a tal acción se asegura por la fidelidad del
Padre Dios. Palabras de misión que nos hablan desde la mejor sensibilidad
evangelizadora que resaltan la prioridad de atender a los perseguidos, a los
pequeños, a los que, en medio de dificultades sin cuento, manifiestan
inquebrantable fidelidad a la Palabra. Desafío a tener en cuenta hoy, también,
por nuestras comunidades y por nuestros modos personales de seguimiento.
Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)
Con permiso de dominicos.org