DOMINGO XVI. CICLO A
LAS PARÁBOLAS REVELAN LO QUE PERMANECE
OCULTO
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com / Twitter: @emilioroz
Las parábolas son esenciales al mensaje de Jesús, se refiere al Reino utilizando este
género literario, tal como él mismo lo anticipa, para que se cumpla lo que está escrito:
“voy a abrir mi boca en parábolas, a evocar los misterios del pasado” (Salmo 78,2). Ésta
posee una dinámica interna propia que permite utilizar imágenes para referirse a
realidades que superan la capacidad humana, pues viene de Dios, pero que no deja el
hoy y aquí de la misma forma, sino sería una alegoría: un estilo propio del mundo
helénico (griego) que era utilizado para describir textos religiosos de la antigüedad que
no podían interpretarse por el modo en que estaban escritos.
Este domingo el evangelio de Mateo (13,24-43) nos propone tres parábolas seguidas: las
del trigo y la cizaña, el grano de mostaza y la levadura en la masa. Todas versan sobre el
tema central de predicación de Jesús: el Reino de Dios, la irrupción del Creador en la
vida de su pueblo elegido para darle un nuevo comienzo. “Lo mayor de todo está oculto
y actuando en lo más pequeño. De la misma manera llega el reino de Dios en lo oculto y
hasta mediante el fracaso” 1
La parábola quiere describir una realidad que se está gestando lenta pero certeramente
en lo más profundo de la sociedad, y cuyas consecuencias son la transformación del
corazón de los hombres, la igualdad, la justicia social, la paz. Esto genera una tensión
entre el mundo tal como este se expresa, en criterios de desigualdad, como competitivo,
indiferente, y la propuesta cristiana de paz, amor y esperanza. El tiempo no tiene ya
poder sobre el designio misericordioso del Padre que al enviar a su Hijo nos ha devuelto
la confianza dañada por el pecado.
Así somos los hijos de Dios quienes reconociéndonos como tales caminamos en la fe, es
decir, respondemos con generosidad y prontitud a la iniciativa del Padre que nos llama a
reencontrarnos con él, pues “las parábolas son expresión del carácter oculto de Dios en
este mundo y del hecho de que el conocimiento de Dios requiere la implicación del
hombre en su totalidad; es un conocimiento que forma un todo único con la vida misma,
un conocimiento que no puede darse sin conversión” 2 .-
1 Kasper, Walter. Jesús el Cristo, Sigueme, Salamanca (España), 1986, pp 91
2
Ratzinger, Joseph (Benedicto XVI). Jesús de Nazaret. Tomo I. Planeta, Buenos Aires, 2007, pp 234