Domingo 16 ordinario, Ciclo A
De la muerte nadie se escapa, ni el rico, ni el buey ni el papa.
Desde que tenemos uso de razón y a veces desde antes, primero que
enseñarnos a sumar y multiplicar, ya estamos entrenados y expertos en dividir.
Normalmente la división es entre buenos y malos, y la raya o el límite lo
establecemos nosotros, quedándonos entre los buenos y del otro lado de la raya,
los demás, y así, para el niño, los papás son malos porque no le compran la
Tablet o los patines o los santos reyes no le traen todos los juguetes de la larga
lista puesta en el zapato; el joven mira con odio al maestro porque lo reprobó
siendo que él sí estudió aunque fuera el día anterior a su examen; el que
terminó una carrera y no encuentra trabajo de inmediato y con un sueldo como
él se merece, piensa que toda la sociedad anda mal; el que iba a la frontera
norte a conseguir trabajo, regresa echando pestes contra los gringos
desgraciados por no mirar la condición de los que viven en este lado del río; la
pareja que a pesar de hacerle toda la lucha no han podido concebir, se quejan
amargamente de su suerte y miran con profunda envidia a los que tienen cuatro
o cinco o diez hijos. y la verdad, muchos lamentamos la existencia de los
narcotraficantes que viven en la opulencia, los políticos que se dejan sobornar y
viven como auténticos jeques árabes, los padres de familia que se matan y se
pelan el lomo para sacar adelante a los hijos miran con verdadera envidia a los
deportistas que ganan cifras que ni en la imaginación han pasado por las manos
de un trabajador o un científico o un investigador. Apenas se acaba el
Campeonato Mundial y ahora la atención la captan las gentes que viven en lo
que llamamos la “tierra Santa” que es sede de tres religiones, los mahometanos,
los judíos y los cristianos, donde constantemente están en guerra por territorios
y no tanto por motivos religiosos; nos espantan situaciones como la migración
humana que desplaza anualmente a millones y millones de gentes que de la
noche a la mañana se ven desprovistos de su tierra, de sus bienes, o de su
seguridad y su higiene, y finalmente nos aterra la situación de profunda
inseguridad en que se desenvuelve nuestra patria y el mundo en general, los
crímenes que dejan a familias enteras sin sostén y con sentimientos de pronta
venganza. En todos esos casos y en otros similares, todos desearíamos que
todos los malos desaparecieran de una vez por todas y queda esa gran
incógnita: porqué Dios se queda callado ante toda maldad, y viene la acusación:
si Dios es todopoderoso y no suprime el mal pudiendo hacerlo, entonces no es
un buen Dios, o bien, ama el bien y odia el mal pero no lo suprime, entonces es
que no es todopoderoso. ¿Qué responde a esto Jesucristo? Él tiene una parábola
que no es más que una adivinanza para los mayores, donde en conclusión
sacamos que el mal y el bien están de tal manera unidos en el mundo, que no
sería posible separarlos sino hasta el tiempo correspondiente. Se trata de un
hombre que siembra buen trigo en su campo, pero para su sorpresa, cuando la
espiga va brotando, ve crecer también otra planta, la cizaña; cuando los
jornaleros se dan cuenta, van con el amo y le proponen acabar con la cizaña,
pero éste, con un profundo sentido de sensatez les pide a los trabajadores que
no tengan prisa en arrancar la malas plantas, pues al hacerlo así, pondrían en
peligro el trigo sembrado por él. Y a continuación les pide que cuando se llegue
el tiempo de la cosecha, arranquen entonces sí, la cizaña y la aten en gavillas,
para quemarla y los frutos cosechados los guarden en los graneros. ¿Ya
entendemos la lección? Si aún no estuviéramos muy convencidos, escuchemos
las palabras textuales de Cristo: “Y así como recogen la cizaña y la queman en el
fuego, así sucederá al fin de mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles
para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a
todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la
desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre.
El que tenga oídos, que oiga”.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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