Comentario al evangelio del lunes, 14 de julio de 2014
La Cruz y la espada
Los actos religiosos, como oraciones, ofrendas y sacrificios, no funcionan de manera automática y al
margen del espíritu con que se hacen. El hombre puede realizarlos para justificarse ante Dios, tratando
de esconderle sus malas acciones, o también para tratar de manipularlo y atraerse su favor, sin cambiar
su corazón y su conducta. Los profetas de Israel, como hoy Isaías, hacen saber al pueblo que tales
acciones, por más insistentes que sean, le son abominables a Dios. Y no porque sean innecesarias, sino
porque deben ser la expresión de un modo de vida orientada hacia el bien, que reconoce el propio
pecado y la necesidad de purificación, y se prolonga en obras de justicia, sobre todo en la ayuda al
necesitado. En el caso del cristianismo el divorcio entre piedad y vida es todavía más grave, pues todos
los sacrificios y ofrendas no son sino la memoria y la actualización del único sacrificio de Cristo: es
como pretender agradar al Cristo presente en la Eucaristía dándole la espalda al Cristo que sufre en sus
pequeños hermanos.
Para realizar con sentido cualquier acción religiosa es preciso hacer previamente una elección radical y
no siempre fácil. Es a esto a lo que se refiere Jesús en el Evangelio de hoy con palabras que pueden
escandalizar a los espíritus blandos. Es claro que Jesús no es un belicista, ni está a favor de la
violencia, pero si dice que ha venido a traer la espada y no la paz, es porque tomar partido por Él no es
una elección fácil y pacífica, porque elegirle a Él es lo mismo que renunciar al mal, aprender a obrar
bien, buscar el derecho, enderezar al oprimido, defender al huérfano y a la viuda. La elección de fe
conlleva un camino de conversión y un nuevo modo de vida y de relación. Y no es fácil pues con
frecuencia encuentra la oposición de nuestro entorno, incluso de familiares y amigos, y choca siempre
con la oposición interna de nuestro yo rebelde. Para elegir a Cristo, su Reino y su justicia, hay que
asumir tensiones y rupturas, hay que aceptar la cruz. Este es, además, el mejor modo de amar bien a
cercanos y lejanos, incluso a los que se nos oponen. Cuando vivimos en la dinámica de esa elección,
rehecha cada día, oraciones, ofrendas y sacrificios (culminados en la Eucaristía) expresan esa elección
y nos ayudan a avanzar por el camino.
San Camilo de Lellis (1550-1614), al que la liturgia recuerda hoy, es un buen ejemplo de esta elección
auténtica y difícil, pero posible. Él cambió la espada militar por la cruz de Cristo, al que descubrió
especialmente en el rostro de los que sufren, y a cuyo servicio consagró su vida, un servicio que se
prolonga hasta nuestros días por medio de la familia religiosa que fundó.
José M. Vegas cmf
José María Vegas, cmf