DOMINGO XV DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Emili Solano, monje de Montserrat
13 de julio de 2014
Is 55, 10-11; Rom 8, 18-23; Mt 13, 1-23.
"El que tenga oídos que oiga", así termina la parábola del sembrador que hemos
escuchado en la primera parte del Evangelio. Una parábola que habla de la eficacia de
la Palabra de Dios y subraya la actitud de "escuchar", de hacer caso a quien nos
propone la verdad. Lo cual quiere decir que es necesario para el cristiano tener
momentos a lo largo del día para escuchar al Señor.
Es cierto que se puede hacer oración en cualquier lugar, en el metro, en el coche, en
la cola de la pescadería pero... a menudo nos pasa que la cabeza, la imaginación, los
pensamientos se suelen descentrar de la Palabra de Dios y, aunque tengamos
intención de rezar, se apaga nuestro interés y acabamos pensando en el precio de la
merluza, en cuántas estaciones tiene la línea cinco o por qué no irá más rápido el
vehículo que tenemos delante. Debemos buscar momentos concretos a lo largo del
día para escuchar al Señor y, si puede ser delante del sagrario, mejor que mejor, pues
facilita la oración. Vale la pena darle al Señor la adoración y el afecto que merece al
quedarse con nosotros en la Eucaristía. Una vez conseguido el tiempo y el lugar, es el
momento de escuchar. Dios habla no para informarnos de cosas que sería bueno que
supiéramos, sino que nos habla para transformar nuestro corazón. Descubriremos que
Dios nos habla muchas veces al día, que nos explica los acontecimientos de nuestra
vida tan claramente como la parábola de hoy. De esta manera iremos dejando que la
Palabra de Dios caiga en tierra buena y, sin saber cómo, empieza a dar un fruto que
nunca hubiéramos imaginado. Es necesaria la constancia, limpiar el campo de nuestra
vida, arrancar las zarzas, sacar las piedras, cultivar el suelo, tarea que parece
inacabable pero... no hay angustiarse, porque, dado que es el Señor el que trabaja en
la nuestra alma, la tarea es realizable y sin darte habrás empezado a dar fruto (aunque
tú no lo recojas).
Cuando Jesús compara a los oyentes con diferentes terrenos no se refiere a una
predeterminación. Más bien parece que nos instruye sobre el cuidado de nuestro
corazón para recibir la Palabra. La semilla germina por su propia fuerza y nos es
regalada. El sembrador, que es Jesucristo, la ofrece gratuitamente. En cada uno de
nosotros se deposita este germen de gracia llamado a dar fruto. Pero, ¿qué pasa con
nuestra manera de recibir lo que se nos da?
La semilla penetra al fondo de la tierra y, fuera de nuestra vista, inicia un proceso que,
si todo va bien culmina en una planta que da fruto, una espiga de la cual obtenemos el
grano. Es en el fondo donde todo se juega, es decir, en el corazón. La manera cómo
nosotros nos colocamos ante Dios, la docilidad a su Palabra, el dejarnos guiar, todo
ello constituye el terreno. ¿Qué podemos hacer frente a los peligros que acechan la
escucha del Evangelio? Hay que tener cuidado de la tierra, cultivarla. Hay que tener
cuidado del corazón: estar atentos a si seguimos lo importante o nos dejamos seducir
por lo que es pasajero, si asumimos las enseñanzas católicas en la profundidad o sólo
sentimentalmente, si nos dejamos cuidar por la Iglesia o pensamos que nos valemos
por nosotros mismos.
Los Apóstoles, que escuchan la parábola, no se conforman con su interpretación
personal: lo que según su capacidad pueden entender o imaginar. Prefieren preguntar
a Jesús. Y es que la Palabra de Dios debe ser saboreada en la oración, en el trato
personal con el Señor. Parte de este trabajo se puede suplir con los libros de
meditación, pero nada excusa la oración. Es allí donde muchos fragmentos del
evangelio se iluminan para nosotros.
El sembrador sale cada día a sembrar; que María nos ayude a tener un corazón
abierto a Dios, en el que pueda germinar su Palabra.