Encuentros con la Palabra
Domingo XVI Ordinario – Ciclo A (Mateo 13, 24-43)
“... pueden arrancar también el trigo”
Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*
Monseñor Alberto Giraldo Jaramillo, Arzobispo emérito de Medellín, a propósito del
conflicto que vive nuestro país y recordando el documento de Puebla, decía en una
entrevista: “la línea divisoria entre el bien y el mal pasa por el corazón de cada uno. No
podemos decir: ustedes son los malos, nosotros los buenos”. Muy fácilmente, en medio
de los conflictos humanos, tomamos posición y señalamos a los demás como los malos,
sintiéndonos nosotros libres de toda culpa y como voceros de los ‘buenos’. Esto no sólo
pasa en el ámbito sociopolítico, sino también en las relaciones cotidianas, corriendo el
peligro de pensar que los problemas se solucionan desapareciendo al que piensa
diferente. Desde luego, esta es una falacia de la que despertamos tan pronto eliminamos
al primer ‘contrario’, porque más nos demoramos en hacerlo, que en surgir uno nuevo
mejorado.
La contradicción está sembrada en el corazón de nuestra propia existencia. Heráclito (ca.
540-480 a.C.), filósofo griego solía decir: “ Pólemos , la guerra, es el padre de todas las
cosas”. Y también afirmaba: “El camino de subida y de bajada es uno solo y el mismo”,
queriendo recoger la percepción que él tenía de la realidad, en la cual está siempre
presente la contradicción... Nuestra vida no es muy distinta. También en nosotros viven
enfrentados el bien y el mal, y querer negarlo o eliminar totalmente la raíz de lo negativo,
es muy arriesgado, porque se puede dañar también lo bueno.
Esto es, precisamente, lo que señala Jesús en la parábola del trigo y la cizaña. Dentro de
cada uno de nosotros habita la contradicción y vivimos, permanentemente, movidos por,
lo que san Ignacio de Loyola llama, el Buen Espíritu y el enemigo de natura humana . Por
eso es muy importante discernir constantemente las mociones (los movimientos)
interiores, que pueden manifestarse como pensamientos, sentimientos o sensaciones que
tenemos frente a los acontecimientos cotidianos de nuestra vida.
Podríamos decir que el Reino de los cielos se parece a una madre de familia que le sirve
a sus tres hijos un suculento plato de bocachico (pescado de los ríos de Colombia que
tiene la característica de tener muchas espinas) para el almuerzo. El primer hijo opta por
escarbar un poco el pescado y comerse sólo lo pulpito por miedo a las espinas. El
segundo hijo, se come el pescado sin mucho cuidado y se atraganta con las espinas
hasta que le tienen que dar un pedazo de yuca o de papa para que no se ahogue. Y el
tercero, pacientemente, va masticando con cuidado cada bocado y va sacando a un lado
las espinas, hasta que termina de comerse el delicioso bocachico que su mamá le ofreció.
En nuestra vida podemos tener una de estas tres actitudes. O esquivar siempre los
obstáculos por miedo a las espinas; o comernos todo sin darnos cuenta de lo que nos
puede hacer daño; o, finalmente, saborearla y degustar toda su riqueza, seleccionando
bien cada bocado, para quedarnos con lo bueno, con los nutritivo, con lo que nos
alimenta, sin despreciar nada de lo que Dios nos brinda con amor, pero sin tragarnos el
veneno y la cizaña que no se pueden eliminar completamente de nuestra vida.
* Sacerdote jesuita, Decano académico de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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