DOMINGO XVIII. CICLO A
JESÚS SACIA EL HAMBRE ESPIRITUAL Y EL
CORPORAL
EMILIO RODRIGUEZ ASCURRA / contactoconemilio@gmail.com / Twitter: @emilioroz
La actitud de Jesús ante la multitud es la del padre misericordioso que viéndola se
conmueve y sana enfermos, para luego darles de comer (cf. Mt 14, 13-21). “Jesús se
alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas” (Mt 14,13), allí seguramente
buscaría entrar en oración, sin embargo su fama estaba extendida y el gentío lo seguía.
Cualquiera de nosotros se hubiera dirigido a otro sitio para poder gozar de la soledad
buscada, sin embargo no es esto lo que Jesús hace, mucho menos el mensaje-ejemplo
que quiere dejarnos. Se queda allí y se ocupa de las necesidades de las personas.
En esto vemos lo grandioso del misterio de la encarnación: Dios ha querido encarnarse
para donarse, la encarnación es donación total de sí para el hombre, es un don para los
demás; nuestra vida cristiana es un don para los otros, debe ser un regalo para con
quienes nos necesitan, para quienes tienen hambre y sed.
Todo ser humano posee una búsqueda interior que los trasciende, todos deseamos
respuestas al sentido de la vida, a los problemas, a las circunstancias adversas, es decir
que todos añoramos, tenemos hambre y sed de respuestas existenciales concretas, pues
somos hombres y mujeres concretos con historia, en el marco de una comunidad. Con
su encarnación, el Hijo de Dios, ha querido revelarnos su amor de predilección:
misericordioso, por nosotros, y de allí brota su llamado a ser saciados del verdadero
alimento a partir del que ya no pereceremos de hambre, dejando de lado otros sustitutos
como la fama, el honor, el confort, la mera apariencia.
Sin embargo en el texto vemos que Jesús no solo sacia el hambre espiritual de los allí
presentes, sino también su hambre corporal. Él mira a la persona toda, integral, la
encarnación es real: alma y cuerpo, no disociada. Pide a sus discípulos que compartan
su pobreza con los otros: cinco panes y dos pescados. La opción por los que menos
tienen no es una alternativa en el proyecto del Reino sino una realidad que debe ser
atendida, “en el trasfondo late la idea de la solidaridad del pueblo de Dios, al que la
tierra le ha sido dada como propiedad colectiva” 1
Como constructores del Reino estamos llamados a ser mensajeros de la palaba que sacia
el hambre espiritual, alimentándonos de la Eucaristía, y ser pan para los otros, dando de
comer al hambriento, de beber al sediento, haciendo de las obras de misericordia
nuestro plan de acción.-
1
Kasper, Walter. La misericordia. Sal Terrae, Buenos Aires, 2013. pp 61