Domingo XVI/A
(Sab 12, 13.16-19; Rm 8, 26-27; Mt 13, 24-43)
El trigo y la cizaña
Con tres parábolas, Jesús presenta en el Evangelio la situación de la Iglesia en el
mundo. La parábola del grano de mostaza que se convierte en un árbol indica el
crecimiento del Reino, no tanto en extensión, sino en intensidad; la de la levadura
indica la fuerza transformadora del Evangelio que “levanta” la masa y la prepara
para convertirse en pan.
Los discípulos comprendieron fácilmente estas dos parábolas; pero esto no sucedió
con la tercera, la del trigo y la cizaña, y Jesús tuvo que explicársela a parte: El
sembrador, dijo, era él mismo; la buena semilla, los hijos del Reino; la cizaña, los
hijos del maligno; el campo, el mundo; y la siega, el fin del mundo.
¿Por qué permite Dios tanta cizaña –tanto mal- en el campo del mundo? A esa
pregunta nos responde la primera lectura de hoy: “Al pecador le das tiempo para
que se arrepienta” . Y para eso, Dios nos manda su Espíritu que nos ayuda en
nuestra debilidad (segunda lectura). Pero también tenemos que poner nuestra
parte: vigilancia, porque el enemigo de nuestra alma no duerme y quiere sembrar
también su cizaña en los momentos de somnolencia y despiste por parte nuestra
(evangelio).
Es un hecho que Dios día y noche siembra en nuestro corazón semilla excelente de
bondad, verdad, belleza, honestidad, justicia, pureza, caridad. Y lo hace apenas
entramos con el alma abierta en oración y abrimos la Biblia, o vamos a misa y
participamos consciente y fervorosamente de la mesa de la Palabra y de la
Eucaristía, o cuando escuchamos atentamente una homilía o asistimos con gusto a
un retiro, o estamos sentados departiendo y conversando con buenos amigos, o en
medio de un traspiés o enfermedad. Dios no duerme nunca.
Por otra parte, también es un hecho que el enemigo de nuestra alma, el diablo,
tampoco duerme, y nos acecha y nos rodea como león rugiente, buscando a quién
devorar. Él no quiere destruir la buena semilla de Dios, sino que él quiere sembrar
su cizaña para que ella crezca y se confunda con la buena semilla, e incluso quiere
conquistar esa buena semilla y convertirla en cizaña. Y todo con un único objetivo:
perder nuestra alma.
El demonio no quiere que el buen trigo de Dios se expanda por los rincones de este
mundo, de las familias, de los corazones. Quiere sembrar la cizaña del odio, de la
división, de la mentira, de la deshonestidad, de la injustica, de la ira, de la
ambición, de la insensibilidad e indiferencia delante de tanta pobreza y miseria de
muchos hermanos nuestros. Y quiere sembrarla en el campo de la medicina con
esos métodos anticonceptivos y abortivos; en el recinto sagrado del matrimonio
sembrando la ideología del género y aplaudiendo la legalización de las uniones de
personas del mismo sexo; en el campo de la cultura, inoculando el liberalismo y la
dictadura del relativismo; hasta se ha metido en la Iglesia santa de Cristo y ha
sembrado y provocado durante siglos y siglos herejías y cismas y escándalos.
¿Cuál es la reacción de Dios delante de la acción del enemigo? Él podría
perfectamente arrancar de tajo la cizaña y tapar la boca a Satanás, y ya, pues para
eso es omnipotente. Pero no lo hace. Alguna razón tendrá en su corazón; sí, su
amor misericordioso. Por una parte, tiene paciencia y misericordia y espera que
algún día esa cizaña se convierta en buen trigo, pues Él no quiere la muerte del
pecador, sino que se convierta y viva. Por otra parte, también quiere que el buen
trigo haga sin parar y con conciencia su trabajo de fermento y se pruebe delante de
la cizaña, para que así se fortalezca y crezca más firme y convencido. Dios nos
quiere libres y respeta nuestra libertad.
Así pues, no nos dejemos aherrojar por las cadenas del mal, sino que venzamos al
mal con el bien. Sepamos oponer al mal una acción concreta en favor del bien. Si
cada cristiano toma en serio su misión de sembrador, si advierte que la semilla de
la Palabra de Dios tiene virtualidad propia para convertirse en árbol frondoso, si
entiende que la gracia de Dios es una levadura capaz de fermentar toda la masa,
no se quedará ausente en la construcción de este mundo sino hará cuanto esté en
su mano para abrir surcos de esperanza a las nuevas generaciones.
Mirando mi corazón, ¿qué abunda: buena semilla o cizaña? Si hay más buena
semilla, ¿qué hago para hacerla crecer, regarla, abonarla, derramarla por doquier,
con la ayuda de Dios y de su Espíritu? Y si hay cizaña, ¿a qué espero para irla
convirtiendo en buena semilla, desde la oración y los sacramentos?
Padre Félix Castro Morales
Fuente: http://parroquiadelasoledad.org/ (Con permiso a homiletica.org)