XVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Llenos de alegría por el Reino
El papa Francisco ha dejado patente la impronta de su pontificado en la
expresi￳n del título y en el contenido de su exhortaci￳n apost￳lica, “La alegría
del Evangelio” (Evangelii Gaudium), publicada hace unos meses. Las líneas
pastorales de su ministerio han quedado plasmadas en este escrito para
iluminación y orientación de todo el Pueblo de Dios en su camino de conversión
y de renovación en el mundo actual. A partir de la alegría del encuentro con
Cristo y desde el concepto fundamental de la misionariedad de la Iglesia, el papa
recorre diversos ámbitos humanos en los que la fuerza del Evangelio puede
intervenir transformando las conciencias, los corazones, las estructuras y las
conductas. Tanto la Curia Vaticana como la estructura económica del mundo
actual, sumido en la desigualdad y en la injusticia deben abrirse a la conversión
más profunda en busca de la paz, de la justicia y de la verdad. La opción
preferencial y evangélica por los pobres es la voz de alarma continua que
interpela a todos en la búsqueda del Reino. El Papa Francisco pide una Iglesia
misionera que salga a la calle y se encuentre con los miembros más débiles y
con los más marginados de la sociedad. Para desarrollar un plan de acción
pastoral más concreto a partir del documento del Papa, el Pontificio Consejo
para la Nueva Evangelización ha tenido una excelente iniciativa y celebrará en
septiembre una conferencia mundial para la aplicación de la Evangelii Gaudium.
La alegría que el papa Francisco contagia se refleja también en las parábolas del
Reino que estos domingos estamos leyendo. El discurso de las parábolas del
Reino en el evangelio de Mateo concluye con tres que son propias del primer
evangelista: la del tesoro escondido en el campo, la del mercader de perlas
preciosas y la de la red de peces buenos y malos (Mt 13,44-52). Éstas han sido
añadidas a la del sembrador y la del grano de mostaza, la del trigo y la cizaña y
a la de la levadura que fermenta en la masa. El Reino de Dios se presenta en las
parábolas del tesoro y de la perla con la estructura común de los verbos que las
configuran: buscar y encontrar, vender y comprar. En ambas el Reino es un
misterio, escondido, oculto, pero real y presente, que se puede encontrar y que
se puede buscar hasta encontrarlo. La nota dominante es que el Reino de Dios
es algo misterioso y grandioso, como un tesoro o una perla, que sale al
encuentro del ser humano, de manera sorprendente. Se puede buscar o no, pero
es algo que se deja encontrar, por eso es un don de Dios en el misterio de su
amor. El Reino es la persona de Jesucristo, muerto y resucitado, don de Dios
para toda la humanidad y que sale al encuentro de todo ser humano, aunque
éste esté alejado de él o esté en otros negocios, en otras búsquedas y en otros
afanes. En ese encuentro con Cristo “siempre nace y renace la alegría” – dice el
papa Francisco -.
En el mundo bíblico el auténtico “tesoro” se refiere a la sabiduría, como objetivo
de la búsqueda de todo ser humano. La sabiduría, que constituía la petición
fundamental del rey Salomón, sabiduría para servir, escuchar y gobernar, para
juzgar y discernir, es el don más precioso en el Antiguo Testamento, más valiosa
que la misma vida, que todos los bienes y que todo poder (cf. 1 Re 3,5.7-12).
Esa sabiduría, propia de un corazón dócil, es la que recibió Salomón y le permitió
ser el más sabio de todos los reyes. La sabiduría no consiste en tener grandes
conocimientos desde el punto de vista intelectual sino en saber estar y saber
actuar conforme a la voluntad de Dios en cada momento, no buscando la
riqueza, ni el poder, ni la gloria, sino la capacidad para distinguir el bien del mal
y para actuar en conciencia.
Desde el Nuevo Testamento la sabiduría del discípulo consiste en realidad en
comprender que Jesús es el Reino de Dios y que se entra en la alegría de ese
Reino con todo su dinamismo mediante el seguimiento radical, entusiasta y
comprometido de la persona de Jesús y su Evangelio. Y cuando alguien descubre
eso, lo valora como un tesoro o como una perla preciosa, por la cual merece la
pena desprenderse de todo para comprar el tesoro que estaba escondido. La
primera reacción del que encuentra el tesoro es la gran alegría que siente y que
le lleva a relativizarlo todo, hasta desprenderse y vender todos los bienes con tal
de poseer el campo del tesoro. La alegría de encontrar a Jesucristo lleva a los
discípulos a dejarlo todo para estar siempre con él. Este encuentro maravilloso y
transformador de la vida acontece en la vida religiosa y en la vida de todo
discípulo del Reino. No debe extrañarnos que, según decía el informe Forbes de
hace un par de a￱os, “el trabajo de sacerdote es considerado en el mundo como
el empleo "más feliz", según un estudio realizado por la Organización Nacional
de Investigaci￳n de la Universidad de Chicago”. En realidad encontrarse con
Cristo y dejar que él cambie el rumbo de la vida es el tesoro más valioso.
La parábola de la red de peces buenos y malos es muy parecida a la de la cizaña
y el trigo, y permite subrayar dos aspectos relevantes del evangelista Mateo: su
perspectiva de apertura en la historia presente y su proyección escatológica
caracterizada por la separación de los buenos y los malos. La tarea de la Iglesia
es la misión, representada en la pesca, en cuanto esfuerzo apasionado de los
discípulos por pescar personas para vivir el encuentro con Dios en Jesús. Esta
misión es abierta, es una búsqueda amplia, sin fronteras ni límites. Sin embargo,
el encargo de clasificar los peces buenos y los malos es propio de los ángeles al
final de los tiempos. Contra las tendencias integristas que establecen en la
historia una clasificación fácil y simple entre los puros y los impuros, Jesús abre
una perspectiva de tolerancia, pero no de permisividad, sin tendencias
discriminatorias ni separatistas. El hecho de que no aparezca aquí descrita la
suerte de los justos, que brillarán como el sol en el Reino de Dios, sino la de los
malvados, con las imágenes apocalípticas del horno encendido, del llanto y
rechinar de dientes, es una clara advertencia para los discípulos de que no todo
vale ni está permitido en el Reino.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura