Domingo 18 ordinario, Ciclo A
Al toma, todo el mundo se asoma, al daca, todo mundo se escapa.
Conviene decir que los cuatro evangelios se escribieron en distintas épocas, para
distintas gentes, y en distintos lugares, y sin embargo, conservando cada
evangelista su propia individualidad, si hemos de creer que son Palabra de Dios,
es asombroso que con distintas palabras nos refieran los mismos hechos sobre
la vida de Jesús. Su cometido no fue otro que darnos la noticia de que Cristo
muerto y resucitado, es el único camino de salvación. Por eso llama la atención
que los cuatro nos refieran un mismo hecho que tuvo importancia en la vida de
Cristo: la multiplicación de los panes y nos peces. Todo ocurrió después de que
Cristo quiso aislarse de las gentes para seguir instruyendo a sus apóstoles en los
misterios del Reino. Se embarcó con ellos en el Lago de Galilea, pero las gentes
que los vieron irse, por tierra, bordeando el lago, le ganaron la partida y cuando
llegaron ya la gente los estaba esperando. Cristo siente compasión de ellos, se
enternece por su fidelidad y su seguimiento y se pone a hablarles y a curarlos de
sus enfermedades. El tiempo pasó y como a veces a los sacristanes les pasa que
ya quieren irse a dormir, le aconsejan al cura que ya termine pronto sus
actividades, así los apóstoles le pidieron a Jesús que ya despidiera a las gentes,
para librarse de ellas y para que fueran a sus casas a buscar qué comer. Es
entonces cuando Cristo los sorprende de una forma que los dejó sin respiro: “no
hay necesidad, denles ustedes de comer”. Y vinieron uno tras uno todos los
pretextos, que estaban en despoblado, que no habría donde comprar nada y que
no había dinero suficiente, pues se hablaba de cinco mil hombres, pero nada
valió. Jesús quería a toda costa mostrar su amor su cariño y por eso aceptó la
ofrenda de un muchacho que con cariño quiso poner en sus manos los peces y
los pescados que su madre le había puesto para su propio servicio. Cristo los
aceptó, mandó que las gentes se sentaran, y en un momento donde se
conjuntaron la solemnidad con una profunda sencillez, tomó en sus manos los
alimentos, levantó los ojos al cielo, partió los panes y se los dio a sus discípulos
para que los distribuyeran a las gentes. Hubo para todos, comieron, se saciaron
y llevaron en sus morrales para sus casas.
Si hubiera espacio, tendríamos que hacer tres consideraciones. La primera, así
quiso Cristo mostrar que el cristiano no puede compadecerse con una compasión
fría y estéril, sino que su compasión tiene que llegar a los hechos, escuchando
como dirigida a los creyentes de hoy aquella frase que no deja lugar a dudas:
“Denles ustedes de comer”, haciendo hincapié en que el hambre no puede
negociarse, no se puede usar para campañas políticas, y no se puede aceptar
que con la avanzada tecnología de los países desarrollados, la hayan usado para
comer, y comer en abundancia, mientras que los países que no han llegado a
esa tecnología, tienen que contentarse con comer de las sobras que caen de las
mesas de los ricos, mostrándonos que nuestras economías son frías, insensibles,
nuestra cultura es inhumana y nuestro mundo es cruel, pues divide a sus
habitantes en los que comen y los que tienen que pasar famélicos en los
noticieros de última hora, mostrando niños desnutridos, con vientres
voluminosos pero por las infecciones que llevan dentro, y viviendo entre las
moscas y otras plagas. La palabra de Cristo tendrá que hacer mella en la
conciencia de los cristianos si en verdad quieren seguir siendo sus discípulos.
Segundo, tenemos que caer en la cuenta de que con todo y ser verdad la
compasión de Cristo por aquellas gentes, hoy nos sigue llamando a considerar
que el alimento verdadero, duradero y para todos los siglos, es precisamente la
Eucaristía, donde la Iglesia sigue tomando el pan de Cristo, levantando sus ojos
al Padre, invocando al Espíritu Santo y repartiéndolo a las gentes, como el
alimento que sacia, que nutre y que nos alcanza hasta la vida eterna. Pobres de
los cristianos que se quedan a medio camino y sólo consideran su Misa dominical
como un compromiso que hay que saldar a toda costa, para no tener la
monserga de la mamá o de la esposa que invitan y se enojan y quedan hechas
un basilisco porque nadie quiere ir con ellas.
Y tercero, la multiplicación de los panes y los peces fue como un parte aguas
para Jesús, pues las gentes quedaron tan entusiasmadas que al día siguiente
vinieron a buscarlo en mayores cantidades, y se encontraron con que Cristo ya
no les daría de ese pan, sino de otro que saciaría para siempre su hambre, y
como pensaron que se había vuelto loco por anunciar que les daría a comer su
propia carne, se retiraron al grado que casi los únicos que se quedaron con él
fueron los apóstoles. ¿Qué actitud tomarán los cristianos entonces? ¿Se
decidirán por Cristo y a aceptar su alimento y su bebida que a él le costó su
propia vida?
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
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