Comentario al evangelio del sábado, 2 de agosto de 2014
Queridos amigos:
A veces decimos que las desgracias nunca vienen solas. Son sucesos adversos que nos sobrevienen sin
que tengamos mayor capacidad para evitarlos. Pero hay otro tipo de sucesos que fácilmente se
concatenan, y no por pura casualidad, sino por clara decisión nuestra. Recordamos la historia de David:
se había quedado en palacio, en lugar de ir al frente; desde la azotea vio a la mujer de Urías y
sucumbió al deseo de gozarla; cuando ella le informó que esperaba un hijo, hizo volver a Urías del
frente, lo mandó a su casa una primera vez con la intención de que el guerrero hitita se uniera a su
mujer y así quedara encubierto el pecado del rey; como no lo consiguió, al día siguiente emborrachó a
Urías, pero este se quedó a la puerta de palacio y frustró de nuevo el plan de David; finalmente, decretó
su muerte en el frente.
Con Herodes sucedió algo similar: el evangelista habla de un primer “crimen”: se desposó con su
sobrina quitándosela a Filipo en vida de este; no sabemos si se lo reprochaba la voz de la conciencia,
pero esa otra voz que clama en el desierto, la del Bautista, lo denunció públicamente. Y aquí continúa
la cadena, no de desgracias, sino de malas conductas: primero amordazó voz tan molesta aprisionando
a Juan; luego, concibió el deseo de matarlo; más adelante, instigado por Herodías y su hija, venció todo
escrúpulo y temor, y mandó decapitar a Juan.
Un abismo llama a otro abismo (Sal 42,8). Estos otros males que no son desgracias, sino culpas, no
suelen venir solos: una culpa llama a otra. Pero, gracias a Dios, también sucede a la inversa: una gracia
llama a otra gracia; si hay una espiral del mal, también la hay del bien. Pidamos al Espíritu que nos
enseñe e impulse a vivir esta dinámica de lo bueno.
Vuestro amigo
Pablo Largo
Pablo Largo, cmf