DOMINGO XXIII. TIEMPO ORDINARIO. CICLO A.
Mt. 18, 15-20
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
-«Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has
salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para
que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no
les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la
comunidad, considéralo como un gentil o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y
todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la
tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres
están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. »
CUENTO: EL TESTIMONIO PROFÉTICO DE LA COMUNIDAD
Un templo atravesaba serias dificultades provocando el total abandono por
parte de sus feligreses y quedando tan sólo cinco miembros: el párroco y
cuatro personas ancianas, todos mayores de 60 años. En las montañas,
cerca del templo, vivía un obispo en retiro. Una vez, el párroco se animó a
pedirle al obispo algún consejo que podría ayudar a salvar la iglesia y hacer
que los feligreses retornaran a ella. El párroco y el obispo hablaron
largamente, pero cuando el párroco le pidió el consejo, el obispo le
respondió: "No tengo ningún consejo para ti. Lo único que te puedo decir es
que el Mesías es uno de vosotros". De regreso al templo, el pastor le
comentó a los cuatro miembros restantes lo que el obispo le había dicho.
Durante los siguientes meses que siguieron, los viejos feligreses
reflexionaron constantemente sobre las palabras del obispo. "El Mesías es
uno de nosotros", se preguntaron unos a otros. Decidieron entonces asumir
dicha posibilidad, y empezaron a tratarse con un extraordinario respeto y
exquisito cuidado puesto que uno de ellos podría ser el Mesías. Los meses
fueron pasando, y las personas empezaron a visitar la pequeña Iglesia
atraídos por la aura de respeto y gentileza que envolvía a los cinco
feligreses. Duros de creer, más personas empezaron a retornar a la Iglesia,
y ellos comenzaron a traer amigos, y sus amigos trajeron más amigos. En
pocos años, el templo volvió a ser instancia de fe y de regocijo, gracias a la
multitud de fieles que asistían diaria y semanalmente al templo. Y por
supuesto, gracias al regalo del señor obispo.
ENSEÑANZA PARA LA VIDA:
La destrucción del templo de Jerusalén el año 70 provocó una
profunda crisis en el pueblo judío. El templo era «la casa de Dios». Desde
allí reinaba imponiendo su ley. Destruido el templo, ¿dónde podrían
encontrarse ahora con su presencia salvadora?
Los rabinos reaccionaron buscando a Dios en las reuniones que
hacían para estudiar la Ley. El célebre Rabbi Ananías, muerto hacia el año
135, lo afirmaba claramente: «Donde dos se reúnen para estudiar las
palabras de la Ley, la presencia de Dios (la « Shekiná ») está con ellos.
Los seguidores de Jesús provenientes del judaísmo reaccionaron de
manera muy diferente. Mateo recuerda a sus lectores unas palabras que
atribuye a Jesús y que son de gran importancia para mantener viva su
presencia entre sus seguidores: « Donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos ».
No es una reunión que se hace por costumbre, por disciplina o por
sumisión a un precepto. La atmósfera de este encuentro es otra cosa. Son
seguidores de Jesús que « se reúnen en su nombre », atraídos por él,
animados por su espíritu. Jesús es la razón, la fuente, el aliento, la vida de
ese encuentro. Allí se hace presente Jesús, el resucitado.
No es ningún secreto que la reunión dominical de los cristianos está
en crisis profunda. A no pocos la misa se les hace insufrible. Ya no tienen
paciencia para asistir a un acto en el que se les escapa el sentido de los
símbolos y donde no siempre escuchan palabras que toquen la realidad de
sus vidas.
Algunos sólo conocen misas reducidas a un acto gregario, regulado y
dirigido por los eclesiásticos, donde el pueblo permanece pasivo, encerrado
en su silencio o en sus respuestas mecánicas, sin poder sintonizar con un
lenguaje cuyo contenido no siempre entienden. ¿Es esto « reunirse en el
nombre del Señor »?
¿Cómo es posible que la reunión dominical se vaya perdiendo como si
no pasara nada? ¿No es la Eucaristía el centro del cristianismo? ¿Cómo es
que la Jerarquía prefiera no plantearse nada, no cambiar nada? ¿Cómo es
que los cristianos permanecemos callados? ¿Por qué tanta pasividad y falta
de reacción? ¿Dónde suscitará el Espíritu encuentros de dos o tres que nos
enseñen a reunirnos en el nombre de Jesús? (José Antonio Pagola)
¡FELIZ SEMANA LLEN DE ENCUENTROS CON EL SEÑOR JESÚS!