XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
¿TIENES MIEDO? ¡REZA!
Padre Javier Leoz
Las Hermanas de Teresa de Calcuta se quejaban a su madre fundadora de que
no llegaban, con su esfuerzo, en la atención a los enfermos y moribundos. ¿Qué
hacemos, madre? Y, Teresa de Calcuta respondió: “una hora más de adoración
al Santísimo”.
1. Había quedado atrás aquel milagro espectacular de la multiplicación de los
panes y de los peces. Los discípulos, sin pensárselo dos veces, subieron a la
barca invitados por Jesús. Con aquel Señor que cumplía lo que decía, que
multiplicaba a miles, panes y peces, merecía la pena ser seguido y obedecido.
Pero, como en las películas, en el seguimiento a Jesús hay escenas de miedo.
Momentos donde parece detenerse la felicidad. Instantes que uno quisiera pasar
rápidamente para llegar al final cuanto antes.
Los discípulos se embarcaron en aquella aventura que Jesús les sugirió. Pronto
nacieron las dificultades. Las aguas turbulentas, el mar violento les hizo comer
su propia realidad: seguir a Jesús no implica vivir al margen de las pruebas, de
los sufrimientos o de los temores. Eso sí, vivir con Jesús, aporta la fortaleza y
serenidad necesarias para seguir adelante y para que nunca, las zancadillas,
sean mayores que nuestra capacidad para sortearlas.
2. Uno, cuando es creyente convencido (no solo bautizado) pone sus afanes no
solamente en la exclusividad de sus fuerzas y carismas. Jesús, aun siendo Hijo
de Dios, necesitaba de ese “tú a tú” de la oración. Escogía espacio y tiempo,
lugares y silencio para un coloquio con Dios.
A Jesús, en su experiencia de Getsemaní, se le diluyeron los miedos y las ganas
de renunciar a su misión, por el contacto íntimo con Dios. ¿No será que nuestras
fragilidades y cobardías son fruto de nuestra deficitaria comunión o
comunicación con el Señor?
¡No tengáis miedo! Nos dice el Señor en este domingo. En pleno verano y con un
sol de justicia, buscamos sombrillas y lociones que nos hagan más llevadero el
tórrido calor. Tenemos miedo a quemarnos y miedo al dolor. La fe, cuando está
sólidamente fundamentada y enganchada en Jesús, es la mejor sombrilla y la
mejor loción que podemos utilizar para evitar quemaduras en el alma y sonrojo
en el rostro.
Estamos en unos tiempos donde hemos de saber contemplar la presencia de un
Dios que nos está tensando un poco. Que está purificando nuestro discipulado.
Nuestra pertenencia a su pueblo.
Hoy, como Pedro, gritamos aquello de ¡Señor, sálvame! Dejemos un margen de
confianza al Señor. Lancémonos a las aguas de nuestro mundo sin miedo a ser
engullidos por ellas. Si, el Señor va por delante, tenemos las de ganar. Él es el
dueño de la barca. El sentido de nuestra historia. El fin de nuestra oración y de
nuestra entrega. En el silencio aparente, en la ausencia dolorosa es donde
hemos de aprender a buscar y a ver el rostro del Señor que, un domingo más y
en pleno verano, nos grita: ¡Animo soy yo, no tengáis miedo!
3.- TENGO MIEDO, SEÑOR
A que tu barca, la barca de tu Iglesia,
me lleva a horizontes desconocidos
A que, tu Palabra, veraz y nítida
deje al descubierto el “pedro”
que habita en mis entrañas.
TENGO MIEDO, SEÑOR
De caminar sobre las aguas de la fe
De nadar contracorriente
De mirarte y estremecerme
De hundirme en mis miserias
y en mis tribulaciones
en mi falta de confianza
y… de mis exigencias contigo.