DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Daniel Codina, monje de Montserrat
27 de julio de 2014
1Re 3, 5. 7-12 / Rom 8, 28-30 / Mt 13, 44-52.
Queridos hermanos y hermanas: Con este evangelio que acabamos de escuchar
hemos puesto fin al discurso de las parábolas que el evangelista Mateo nos presenta
en su evangelio en casi todo el capítulo 13. Un discurso en el que el evangelista
articula siete parábolas, con algunos comentarios sobre el por qué Jesús predica a
mediante parábolas y también con la explicación detallada de dos de ellas; y termina,
es el final del evangelio de hoy, con una breve conclusión de todo el discurso haciendo
ver la riqueza que supone para uno mismo y para los otros haber aprendido y
comprendido la predicación de Jesús. Como habéis podido oír, hoy se nos han
expuesto tres parábolas -las dos primeras, el tesoro escondido y la perla de gran valor,
muy parecidas y que apuntan a la misma conclusión- y otra, la de la red con todo tipo
de peces buenos y malos-; para acabar con una casi-parábola: la del padre de familia
que saca de su arca lo nuevo y lo antiguo. De este modo, alguien propone que el
fragmento evangélico de hoy se llame: "el evangelio de los dos tesoros", tomando las
dos primeras como un solo tesoro. Está claro que el tesoro de las dos primeras
parábolas es diferente del tesoro del que habla la conclusión. Veámoslo más
detenidamente.
En las dos primeras parábolas, más que hablarnos del tesoro y de su valor o de la
perla de gran valor para cantar sus excelencias, quieren que pongamos la atención en
la reacción que tienen al campesino que encuentra tesoro escondido o el comerciante
de perlas. Ellos dos son los verdaderos objetivos de la parábola: ¿cómo reaccionan
ante un descubrimiento de este tipo? Se lo venden todo para poder adquirir lo que es
más importante que todo lo que tienen y todo lo que hacen: les cambia la vida y los
valores en los que creen. No se puede decir que les ha tocado la lotería: el precio del
boleto no equivale con lo que te pueda tocar, mucho o poco; más bien les pasa que en
un momento determinado de la vida, se encuentran ante algo inesperado, que pasa, y
si estás atento, comprendes lo importante que es y que hay que conseguirlo como
sea. Hay que estar pues atentos y cazar al vuelo el don de Dios, no hacer el sordo ni
el ciego, sino alegrarse de que te pase a ti, como le puede pasar a otro. Jesús, pues,
en estas dos parábolas nos quiere hacer ver la actitud bien dispuesta de aquel que
descubre el gran valor que tiene el mensaje de Jesús. Pero, por eso hay que estar
abiertos a la inspiración, al toque de la gracia de Dios que nos hace descubrir la
verdadera realidad de las cosas de Dios y por las que vale la pena jugarselo todo.
Como le pasó a Pedro cuando, después de proclamar que Jesús es el Cristo, oyó de
la boca del Maestro: " Dichos tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado
nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo " (Mt 16, 17). Diría que en
estas parábolas hay un toque de atención de Jesús en el sentido de decir: ¡alerta!
tratad de pedir y adquirir la sabiduría de Dios para poder hacer un auténtico
discernimiento de los hechos y de las cosas que pasan y no ir despistados por el
mundo.
El tesoro del que habla la conclusión del Evangelio es diferente: es el tesoro que se ha
adquirido y acumulado con el tiempo a base de trabajo y de estudio. Hay riquezas
nuevas y viejas y todas tienen valor: no como la red que recoge de todo, bueno y
malo; no, aquí todo es bueno y debe servir para cualquier eventualidad de la vida. Los
discípulos de Jesús a los que les ha sido dado comprender su predicación, han
acumulado la sabiduría que viene de Dios para poder transmitir a los demás la
novedad del mensaje de Jesús que arraiga de la tradición bíblica, hecha Palabra de
Dios.
Hermanos: Necesitamos sabiduría para poder discernir los tiempos y los hechos y las
personas que pasan, que nos pasan al lado, que nos rodean y que nos comprometen
en la vida. Sí, necesitamos la sabiduría de Dios; necesitamos que el Espíritu de Dios
empape nuestro corazón y desvele nuestra inteligencia. Necesitamos sabiduría de
Dios para vivir la fe con alegría y compromiso; para ser constantes en la esperanza, a
pesar de las adversidades y los desengaños que nos vienen de los hechos y de las
personas; para ser fuertes y solícitos en la caridad, en el amor a los demás, en la
solidaridad, en el perdón, en la generosidad.
Como os decía al comienzo de la celebración, estamos en la escuela de Jesús. Y, una
vez más, nos pregunta igual que a sus discípulos inmediatos: "¿Entendéis bien todo
esto?" ¿Habéis ido enriqueciendo vuestro tesoro personal con nuevos conocimientos
de la Buena nueva que os predico? ¿Habéis descubierto en mí, Jesús de Nazaret, el
tesoro escondido desde siglos? Sí, hermanos, en la escuela de Jesús no sólo
aprendemos cosas teóricas, doctrinas más o menos bonitas y estimulantes, sino sobre
todo descubrimos a Jesús y los tesoros de sabiduría y de conocimiento que hay
escondidos en Él, como dice San Pablo los Colosenses (Col 2, 3).
Que en el deseo intenso y en la oración constante y confiada tratemos siempre de "ser
imagen de su Hijo, Jesús", como nos decía san Pablo en la segunda lectura.
Escuchémosle y seguémoslo con alegría.