XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Is. 55, 1-3: Daos prisa y comed.
La primera lectura, es una gran invitación desde la realidad simbólica, a la realidad
humana, a todos los hombres, no sólo a judíos y gentiles, sino a todos los
hambrientos o sedientos al gran banquete escatológico de los tiempos mesiánicos.
Lo necesario es tener sed, es decir, necesidad de Dios; es la teología de los pobres
de Yahvé, los conocidos “anawin”. El banquete en la Biblia, es sinónimo de la
comunión con Dios, de su amor infinito para con los hombres. Esta es la forma de
relacionarse de Dios con el hombre, en los momentos más importantes de la
historia de la salvación: se rubrica el trato o la alianza con un sacrificio y un
banquete, fue así en la salida de Egipto, la alianza del Sinaí, el banquete de la
Sabiduría o del Cantar de los Cantares entre Dios e Israel hasta alcanzar al
banquete y sacrificio de la Nueva Alianza y su banquete escatológico al final de los
tiempos. Las necesidades fundamentales para vivir, como comer y beber, sirven al
autor sagrado para que la comprensión humana haga suscitar en sí un deseo de
algo que no termina y conseguir así la verdadera felicidad, el diálogo de Jesús con
la samaritana, es un buen símil de cuanto decimos (cfr. Jn. 4,13-15). Yahvé pide
sólo escucharle (vv. 1. 3.), ya que la vida del creyente se encuentra en la escucha
de la Palabra de Dios. Será necesario que llegue el tiempo de la Nueva y eterna
Alianza, así como Abraham fue testigo para su pueblo, ahora será el pueblo entero
testimonio para todos las naciones. El testimonio no es a fuerza de las armas o a lo
militar, como en tiempos de David, sino el vigoroso testimonio que atrae la persona
del Santo de Israel, del pueblo que vive la Nueva Alianza, atraídos por Dios los
pueblos subirán a Sión. Este regreso de los pueblos a Sión, será un volver al
camino de Yahvé, distinto a los caminos que recorre el hombre; será una verdadera
metanoía o conversión. Será un camino de vida nueva, porque es una vida de
redimidos y reconciliados. La libertad de que gozan ahora, es signo de la liberación
de todas las esclavitudes que gozarán, incluida la del pecado. Volver a Dios es
siempre encontrar el camino de la salvación, que se manifestará en Cristo. La
Eucaristía es esa palabra de Yahvé que baja del cielo, se hace sacrificio y alimento
para los que escuchan la palabra y buscan la justicia y la verdad, la paz y el amor
de Dios. De esta forma el símbolo encierra una realidad que se despliega en la
historia de la salvación y llega también a nosotros.
b.- Rm. 8, 35. 37-39: ¿Quién podrá apartaros del amor de Cristo?
La epístola de Pablo, es el célebre himno al amor de Dios con que debemos
aprender superar los obstáculos con que el mundo tratará de apartarnos del amor
infinito de Dios manifestado en Cristo Jesús (vv. 35-39). El apóstol insiste en que el
Padre nos ama en Cristo, es decir, unidos a ÉL como nuestro redentor como
miembros de su cuerpo, unidos a la Cabeza, como hermanos unidos al Primogénito.
El conjunto de términos y realidades que enumera, viene a significar que hay todo
un mundo conjurado contra Cristo y sus discípulos, pero dejando en claro que nada
podrán contra ellos porque su amor eterno los salva. La alusión a ángeles y
potestades se puede referir a los espíritus malignos contrarios a Cristo, la altura y
la profundidad, significan las fuerzas misteriosas del cosmos, hostiles al hombre,
según la mentalidad de los antiguos (cfr. 1Cor. 15,24; Ef. 6,12; Col. 2,15). San
Pablo, tiene una palabra para el presente y para el futuro, busca inculcar al
cristiano que las persecuciones y sufrimientos no influirán para que Dios nos deje
de amar, como a veces sucede entre los seres humanos, al ver oprimido y pobre al
amigo de antes, sino que nos unirán más a Él, siendo más bien ocasión de victoria
“gracias a aquel que nos ha amado” (v. 37). Este amor de Dios y de Cristo, tan
maravillosamente cantado por San Pablo, es, no cabe duda, la raíz primera y el
fundamento inconmovible de la esperanza cristiana. Por parte de Dios nada faltará;
el fallo, si se da, será por parte nuestra.
c.- Mt. 14,13-21: Comieron todos hasta quedar satisfechos.
Este evangelio nos presenta la primera multiplicación de los panes (cfr. Mt. 14,13-
21; 15,32-39; Mc. 6, 30-44; 8,1-10), con un duplicado, es decir, dos tradiciones,
de un único acontecimiento, una versión judía y otra de ambiente cristiano, pero de
origen pagano. Este milagro tiene un trasfondo bíblico, que no podemos olvidar que
acentúa lo realizado por Cristo por sobre lo realizado por Moisés y Eliseo: el primero
les dio maná en el desierto a su pueblo, el segundo multiplicó los panes de cebada
en Gilgal (cfr. Ex.16, 2-15; 2 Re. 4,42ss). Este prodigio es un signo de los tiempos
del Mesías que se cumple en Cristo, que atraía a las gentes por percibir la presencia
de Dios en ÉL, el anhelo de bien para los suyos, la vida. Jesús responde con su
compasión como lo hizo Yahvé en el pasado, la indigencia del hombre, conmueve el
corazón de Cristo. La advertencia de los discípulos, abre la posibilidad de lo
extraordinario, en el mandato del Mesías: “Dadle vosotros de comer” (v.16). Jesús
sabe lo que va a realizar, pero serán los discípulos los que debe aprender a crecer
en el conocimiento del Maestro. Dan cuanta que hay sólo cinco panes y dos peces,
de poco servirá para esa multitud; no pueden hacer los discípulos lo que les mandó
Jesús (v.17). Las miradas se dirigen a Jesús, los discípulos con los pocos recursos,
está con las manos prácticamente vacías. Jesús se convierte en el centro de la
acción, los discípulos le rodean, manda sentarse a la gente sobre la hierba, era
tiempo de la Pascua, toma los panes y los peces, eleva su mirada al cielo,
pronuncia la bendición, y los da a los discípulos para que los repartan. Los
discípulos lo reparten y todos comen, quedan saciados, y lo que sobró se reúne en
doce cestos. Este milagro fortuito, resultado de la situación, muestra la misericordia
de Dios que descendió sobre ellos, no para subyugarles sino que es la respuesta de
una muchedumbre necesitada. En el desierto Yahvé los había alimentado para que
no perecieran de hambre, con Jesús, Dios se hace cercano a los hombres, como en
el pasado (cfr. Ex.16,13-15). Con esta narración se nos da una imagen de la Iglesia
de Mateo: Jesús en el centro como el dador de todos los bienes, el pan y de la
palabra de vida. La comunidad está muy cerca de ÉL y entregan sus dones, son sus
manos para con el necesitado. Jesús hace las obras que el Padre le ha
encomendado (Jn.5,36). Definitivamente ya no es sólo el Mediador como Moisés,
sino que es el dador de vida, así lo vive la Iglesia cuando celebra la Eucaristía,
anticipo de las bodas eternas en el reino de Dios.
Teresa de Jesús, considera que nunca la habríamos podido tener ni conocer, la
Eucaristía, si el Verbo, la segunda Persona de la Trinidad, no se hubiera hecho
hombre. “Su Majestad nos le dio como he dicho este mantenimiento y maná de la
humanidad; que le hallamos como queremos, y que si no es por nuestra culpa, no
moriremos de hambre; que de todas cuantas maneras quisiere comer el alma,
hallará en el Santísimo Sacramento sabor y consolación. No hay necesidad ni
trabajo ni persecución que no sea fácil de pasar si comenzamos a gustar de los
suyos.” (Camino 34,2).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD