Comentario al evangelio del viernes, 8 de agosto de 2014
Queridos amigos,
Los relatos evangélicos de estos días interpelan directamente nuestro corazón. Aún no se ha apagado el
eco de la incisiva pregunta de Jesús de ayer (“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”) cuando algunas
de sus frases más profundas empiezan a resonar en nosotros: si queremos seguir a Jesús hemos de
negar nuestro yo, de olvidarnos de nosotros mismos, de cargar con nuestra propia cruz. La vida puede
ganarse y la vida puede perderse, ¿de qué vale ganarla aparentemente si al final la estamos perdiendo
del todo? ¿Qué es ganar?, ¿qué es perder?
Es probable que la tensión y la paradoja se hayan dado siempre: ¿a qué llamaban ganar la vida los
contemporáneos de Pedro y María Magdalena, de Francisco y Clara, de Ignacio y Javier, de Domingo
de Guzmán, cuya memoria celebramos hoy? Pues en el fondo a algo muy parecido a las propuestas de
plenitud y realización con las que se han confrontado miles de discípulos y discípulas de Jesús menos
conocidos de todos los tiempos. Estos meses de verano están llenos del recuerdo de cientos de mártires
españoles del siglo XX a los que renegar de su sacerdocio, de su consagración religiosa o de su
militancia cristiana laical les habría bastado para salvar su vida, y sin embargo prefirieron ‘perderla’.
Muchos son también quienes han rechazado recurrir a la mentira, el engaño y la argucia para crecer
profesionalmente o no han medrado en empresas o proyectos políticos por no traicionar los valores del
Reino en el que creían. ¡Cuántas son las mujeres que han sabido perdonar a sus esposos o los han
readmitido en casa y cuidado en su enfermedad y vejez tras ser engañadas y traicionadas por ellos!
¿Quién pierde la vida?, ¿quién la gana? ¡Qué pena que no sepamos transmitir esta enseñanza a tantos
jóvenes que se arrastran por la existencia, prematuramente viejos, pensando que la felicidad está en un
placer efímero, en un poco de droga o alcohol o en un deslumbrante ‘ascenso’ en la escala social!
Hablemos de los bienaventurados. Hagamos públicamente su elogio. Demos gracias a Dios por ellos.
El Señor sigue sembrando la historia de sus testigos.
Pedro Belderrain, cmf