XVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Pan partido para la vida del mundo
Éste es el lema del V Congreso Eucarístico Nacional de Bolivia que tendrá lugar
el próximo año en la primera semana del mes de Julio en la ciudad de Tarija. La
Eucaristía es la cumbre y la fuente de la vida y de la misión de la Iglesia. Por eso
la Iglesia boliviana, y particularmente el obispo de Tarija, Mons. Javier el Río, ha
querido recoger en esas palabras la actualización de todo el mensaje evangélico
y de la proyección misionera de la comunidad cristiana en el mundo actual. Ya
están en marcha los trabajos y preparativos de dicho congreso desde todas las
jurisdicciones eclesiales de Bolivia y esperamos que sea un acontecimiento
extraordinario que contribuya a proclamar ante el mundo el gran mensaje
transformador de la vida y del sistema social que la Iglesia vive y celebra
permanentemente en la Eucaristía.
La palabra de este domingo ya puede centrar nuestra atención en el sentido
misionero de la Eucaristía pues nos presenta el amor de Dios con tres lecturas
que lo definen como un amor gratuito y universal (Is 55,1-3), potente e
inquebrantable (Rom 8,35-39) misericordioso y eficiente, y que se revela
especialmente en el reparto eucarístico del pan (Mt 14,13-21), realizado por
Jesús con sus discípulos en un momento de gran necesidad de quienes los
seguían. Este gran milagro del pan repartido nace del amor entrañable de Cristo,
que no se queda meramente en un buen sentimiento, ni en un bello discurso,
sino que implicando a los discípulos, despliega ese amor en una serie de obras
de misericordia que van desde la curación de los enfermos hasta la satisfacción
del hambre de la gente.
En los cuatro evangelios tenemos seis versiones acerca de este milagro del
reparto de pan entre las multitudes, una comida extraordinaria realizada por
Jesús que debió ser memorable en la primitiva Iglesia (Mc 6,30-44; Mt 14,13-
21; Mc 8,1-10; Mt 15,32-39; Lc 9,11-17; Jn 6,1-15). También allí Jesús realiza
los gestos eucarísticos con el pan (tomar, bendecir, partir, dar) de modo que
aquella comida se convirtió en una de las tradiciones principales acerca de la
fracción del pan. La multiplicidad y diversidad de testimonios refleja la
importancia de la misma en las iglesias del Nuevo Testamento. Con ello la
comunidad expresa el dinamismo misionero que la presencia del Señor Jesús
imprime en sus discípulos al implicarlos directamente en el partir el pan y
repartirlo entre las multitudes hambrientas. El pan partido y compartido es un
milagro al alcance de la humanidad y se convierte en un signo que nos da la
vida, que refuerza la fraternidad y la solidaridad entre los cristianos y nos
interpela sobre el hambre y la miseria que viven grandes masas de la
humanidad, particularmente en la olvidada África y en la ignorada India.
El relato del milagro del reparto organizado y solidario del pan como don y signo
del Reino de Dios revela que Jesús es el Mesías a través de una narración, que
también hoy constituye una auténtica parábola para el mundo pues su mensaje
de salvación es una alternativa al sistema social de este mundo globalizado
afectado por una crisis fatal. Lo admirable del milagro no es la “multiplicación”
de panes, sino el “reparto” del pan partido entre los necesitados. El milagro no
consiste en multiplicar sino en dividir. Lo que es digno de admiración y rompe la
lógica matemática es el pan compartido y repartido. Y este pan compartido sacia
a todos. Éste es el gran milagro que la Iglesia proclama desde el Evangelio y
desde la Eucaristía, y ésta es nuestra gran palabra en el mundo. Frente al
milagro diabólico del capitalismo salvaje que consiste en multiplicar y
superproducir, sosteniendo el crecimiento económico como objetivo prioritario o
único del sistema, descuidando la atención a los últimos y más vulnerables, el
milagro narrado en el evangelio consiste en dividir y compartir. La Eucaristía es
sacramento que anuncia y anticipa una nueva realidad mesiánica, proclamando
la muerte de Jesús, un cuerpo roto, como dinamismo liberador en una
humanidad injusta y en una sociedad consumista.
En descampado y hambrienta está también hoy la mayor parte de la humanidad,
carente de las necesidades más vitales, muchos de ellos, sin pan y sin casa. En
el texto de Mateo de este domingo los discípulos piden a Jesús que despida a las
multitudes. ¡Cuánta gente en el mundo hoy es despedida! ¿A cuántos se les dice
“que se vayan”? Pensemos en los inmigrantes, con papeles o sin ellos, de los
países receptores de inmigración. O en los niños de la calle, tantas veces
rechazados hasta por sus propios vecinos. O en cualquier tipo y manifestación
de racismo o xenofobia. ¿Cuántas veces hemos leído “fuera con ellos” en los
graffiti de los muros de las ciudades. Jesús da una respuesta contundente a los
discípulos: “No tienen necesidad de irse”. ¿Cómo resuena esta frase entre
nosotros? Con Jesús podemos decir que nadie tiene ni necesidad ni obligación de
irse en ninguna parte del mundo, pues todos tienen derecho al pan y al trabajo,
a la dignidad y a la libertad, a la convivencia en paz y con respeto, al bienestar y
la satisfacción de los mínimos de supervivencia en nuestro planeta. El pan
compartido es capaz de saciar a todos. La Eucaristía es símbolo y realidad de la
salvación.
Jesús involucra a sus discípulos en una acción capaz de realizar el verdadero
milagro: «Dadles vosotros de comer». Probablemente ellos pensarían que el
milagro consiste en multiplicar los alimentos, y creerían que el problema es
comprar. En cambio Jesús no compra ni multiplica, sino que parte y reparte, es
más él mismo se parte y se entrega hasta el fin. Jesús les muestra que, más que
despedir o comprar, el camino a seguir es organizarse y planificar el servicio, es
saber convivir unos con otros en la tierra en la que estemos viviendo, y entonces
partir y compartir el don del pan y los dones de esa tierra.
Jesús da una lección excepcional para que nosotros aprendamos a hacer el
milagro y resolvamos esa cuestión que la humanidad tiene pendiente: el
hambre. Bendecir el pan significa comprender que los bienes que da la tierra, en
especial los que son necesarios para vivir con dignidad, no nos pertenecen, sino
que son don de Dios para toda la humanidad, y si obramos en consecuencia y
compartimos lo que tenemos, si organizamos nuestras relaciones económicas de
acuerdo con esta convicción, si superamos así la injusticia que estructura
nuestro planeta, habrá pan para todos y sobrará. Por eso el reparto de los panes
adquiere su pleno significado en el reparto del pan eucarístico.
La insuficiencia de los dos sistemas económicos vigentes es evidente. Tal vez el
“movimiento de los resignados” lo está sacando a la calle. El sistema capitalista
es injusto en su esencia y el socialista lo es porque atenta contra la libertad de la
persona. El mundo de la macroeconomía se muestra cada vez más incapaz de
resolver el problema de la pobreza de las dos terceras partes de la humanidad
porque está basado en la idolatría del dinero, un dios que premia a los que le
ofrecen como sacrificio la vida de los pobres. La celebración de la Eucaristía, sin
embargo, es la manifestación del Señor en nuestras personas y comunidades,
que nos mueve a una solidaridad efectiva con los pobres a través del justo
reparto del pan y de la tierra para que todos puedan vivir con dignidad y en
libertad.
Jose Cervantes Gabarron, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura