Comentario al evangelio del viernes, 15 de agosto de 2014
Queridos amigos:
Con esta fiesta celebramos el paso de María desde este mundo al Padre, es decir, su Pascua definitiva.
La Madre del Hijo de Dios no podía corromperse en el sepulcro, por esto, al final de su vida fue
llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo.
Ella es la primicia de todos nosotros, la que nos antecede para prepararnos un lugar en el cielo. Es el
más bello fruto de nuestra tierra que ya está guardado para siempre junto a su Hijo en la gloria. En este
misterio contemplamos ya realizado aquello mismo que todo cristiano espera encontrar cuando termine
su peregrinación en este mundo.
Esta fiesta que recoge los frutos de una vida bendecida y fiel, es la culminación de la grandeza de su
Maternidad. En realidad es la celebración de la Resurrección de su Hijo Jesús en la persona de la
Madre, María de Nazaret.
¿Qué nos enseña el relato de la Visita a Isabel? María, la humilde esclava del Señor, nos da un ejemplo
de fe inquebrantable en Dios. En ella toda su grandeza es interior; todo lo recibe del Hijo.
Como dice el Concilio Vaticano: “Así también la Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación
de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz…”
Isabel la saluda diciendo: "Dichosa tu que has creído" . Este apelativo determina la "identidad" de la
Virgen María, como si fuera su nuevo nombre. En María se inicia la historia de la fe en el Nuevo
Testamento. Y es "dichosa”, bienaventurada, porque Dios le comunica su felicidad. Las
bienaventuranzas que proclamará más tarde Jesús desde el monte, no son simples promesas que llaman
a la resignación y a la pasiva espera, son la irrupción anticipada de la felicidad del Reino en nuestro
mundo desdichado y triste.
El evangelista Lucas insiste en subrayar la fe de María: era una fe oscura, que ignoraba el futuro, que
no comprendía todo lo que ocurría con su Hijo. Una fe impregnada de profunda meditación y
obediencia al Padre: "su madre conservaba cuidadosamente todas estas cosas en su corazón".
María está en la gloria celeste en “cuerpo y alma”. Dicho de otra manera: la salvación, ese proyecto de
felicidad completa que todos los cristianos aguardamos, integra todas las dimensiones de lo humano,
alcanza a la persona toda entera, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad. De este
modo la salvación abarca también las dimensiones sociales de la persona. Sin los demás, no estaríamos
completos. Ahí es donde el cuerpo cobra toda su importancia porque nos relaciona con las demás
personas y con el mundo. Lo que ha sucedido ya en María esperamos alcanzarlo un día todos los que
estamos unidos a su Hijo Jesús.
Ella, nos recuerda el Concilio Vaticano, “por su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que
peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a
la patria feliz.”
Carlos Latorre
Misionero Claretiano
Carlos Latorre, cmf