Comentario al evangelio del sábado, 16 de agosto de 2014
Queridos amigos:
La experiencia del destierro ha puesto en duda muchas afirmaciones que se consideraban definitivas en
el pueblo de Israel, por ejemplo que los hijos debían pagar por los pecados de los padres. Y así veían
muchos aquella generación de exiliados que lo habían perdido todo y eran explotados por sus nuevos
señores: estaban pagando los errores y pecados de las generaciones precedentes. De este modo
equiparaban la justicia de Dios a la de los hombres, acostumbrados como estaban a que se castigaran
las faltas del padre de familia masacrando a todos los suyos.
Ahora que están lejos de su país y que el culto al Señor ya no se celebra, no hay ninguna solución. Y el
profeta Ezequiel empieza a hablar de una justicia de Dios que toma en cuenta a las personas y da a
cada uno lo que se merece. Afirma la posibilidad de convertirse y de obtener de Dios las bendiciones
perdidas por la conducta anterior de sus padres; Dios sólo quiere dar vida, con tal que se vuelva a su
Alianza. Todo eso es decisivo para devolver la esperanza y para motivar a esos exiliados, cuyos hijos
volverán un día a su país para reconstruir el pueblo de Dios sobre bases más serias.
Sin embargo, los oyentes de Ezequiel no podían dejar de ver que la vida desmentía su optimismo
respecto a la justicia de Dios: hay muchos casos en que los justos no llegan a viejos y no parecían verse
recompensados por sus trabajos. Jesús, muriendo en la cruz, experimenta el sufrimiento y el abandono
en esta tierra del justo inocente. Pero Dios Padre no va a faltar a la cita levantándolo de la muerte en la
resurrección. La Palabra y la vida de Jesús iluminan y dan sentido más completo a lo que enseñaron
los profetas y vivió el pueblo de Israel.
En el evangelio de hoy, Mateo, que ya ha presentado a los niños como modelo para los discípulos,
utiliza este gesto simbólico de Jesús para resaltar la precedencia que tienen en el reino de los cielos los
que se hacen como ellos, o sea, los que lo reciben sencilla y humildemente como un don gratuito de
Dios.
Al joven rico le parece excesivo el precio que tiene que pagar para ser discípulo de Jesús, porque era
muy rico. Él esperaba de Jesús otra cosa: que le hubiese mandado hacer obras buenas, dar limosna en
mayor cantidad, algo que pudiese hacer desde su riqueza sin perturbar su ritmo de vida. ¡Pero a Dios
no le damos nada hasta que no le damos todo!
La riqueza puede ser un enorme obstáculo en el camino hacia el reino. La palabra que Jesús dirige al
joven no es un consejo, sino un imperativo personal e ineludible: vende todo lo que tienes y el dinero
dáselo a los pobres, pues ellos no te lo podrán devolver. No se puede servir a Dios y al dinero. La
obsesión por poseer más y más, impide a la persona escuchar y seguir a Jesús.
Los discípulos lo han dejado todo y le han seguido; por eso, su recompensa será la plenitud de la vida,
anticipada ya en la vida presente.
Carlos Latorre
Misionero Claretiano
Carlos Latorre, cmf