Comentario al evangelio del lunes, 18 de agosto de 2014
Hace unos días escuchaba a un compañero sacerdote mayor que yo contar cómo, cuando estaban en
el seminario menor, el tema de la salvación era casi una obsesión para ellos. Así ha sido a lo largo de la
historia para muchos hombres y mujeres. Salvarse era la principal preocupación en un mundo en el que
hombres y mujeres conocían sobre todo la dificultad, el dolor, la pobreza, la injusticia, etc. Existía una
verdadero deseo de salvarse, de encontrar una puerta de salida a una realidad oscura, deprimente,
dolorosa e injusta. La vida eterna era la esperanza, la expresión del deseo más íntimo de las personas.
No hay más que fijarse en la iconografía de las iglesias medievales para ver que la salvación era su
motivación principal.
Hoy ya no vivimos así. Es cierto que hay injusticia y dolor, pobreza y enfermedad. Pero la
humanidad ha avanzado tanto en los dos últimos siglos que parece que es capaz de salvarse a sí misma.
Avances en tecnología, medicina, democracia, justicia social. Todavía queda mucho por hacer. Pero lo
que antes parecía imposible, ahora parece estar al alcance de la mano.
Hay un pequeño problema. Es que esas cosas no salvan de verdad. Ciertamente alivian el dolor
pero no nos llegan a satisfacer. Hasta podemos tener –y no siempre la tenemos– una sociedad más
justa, más igual. Pero eso no garantiza la felicidad verdadera ni la serenidad ni la paz interior. La
soledad sigue acechando.
El hombre del Evangelio cumplía todas las normas pero se daba cuenta de que no era suficiente.
Nosotros, veinte siglos después, tenemos muchas cosas pero sabemos igualmente que no nos llenan ni
satisfacen.
No hay más que una respuesta: dejarlo todo y seguir a Jesús. Entrar en la familia de Dios y
entender que ahí, en la relación, en la fraternidad, en el amor, es donde se encuentra la verdadera
salvación. Porque Dios es amor. Porque sólo el amor vence a la muerte. Entonces entenderemos que
todo lo que tenemos es nada comparado con el amor. Eso es llegar a la verdadera sabiduría. Lo demás
es todo secundario, accesorio y provisional.
Fernando Torres Pérez, cmf