XIX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.
Ir a la otra orilla
El evangelio de este domingo es un impulso de vida y de alegría en el mar
de dudas, de dificultades y de hostilidades en que trascurre habitualmente
la vida de todo ser humano. Por eso el relato de Mateo acerca de la travesía
del mar de Galilea, en barca, contra viento y marea, puede servirnos para
reflexionar sobre todas las experiencias de adversidad y de confusión que
sentimos en nuestra vida, pues también en el texto evangélico el mar es
símbolo de hostilidad, de vientos en contra y de zozobra de los discípulos,
que representan a la Iglesia. El evangelista Mateo relata la travesía contra
corriente (Mt 14,22-33) reproduciendo en la historia de Jesús lo que parece
más propio de una escena de encuentro de los discípulos con el resucitado
en el entorno del mar de Galilea. Jesús apremia a los suyos a ir a la otra
orilla del mar, es decir, al mundo de los paganos, de los no creyentes y
alejados de la fe. La otra orilla es lo que el papa Francisco llama “las
periferias” del mundo. Y esta es la gran misión de la Iglesia.
De noche y en medio del mar, estando los discípulos en la barca sobreviene
una tempestad de viento contrario. El viento contrario y el mar son
símbolos de las grandes adversidades y tribulaciones por las que tiene que
pasar la Iglesia. Entre los múltiples huracanes que azotan la barca de la
Iglesia, nos hacemos eco del duro golpe experimentado por los cien mil
cristianos perseguidos en Irak y por los que el papa ha pedido nuestra
oración especial este domingo. Y pidamos también por todos los pueblos de
Oriente Medio, envueltos en conflictos seculares por motivos religiosos,
políticos y económicos, que hacen sangrar a sus gentes. Quiera Dios que se
detengan las persecuciones, los actos de violencia, los ataques y
bombardeos. El único camino para la paz es la paz y la no violencia. Pablo
estaba muy preocupado por su pueblo israelita. Nosotros también lo
estamos, pero no sólo por Israel, sino además por los palestinos de Gaza,
por Siria y muy especialmente por los cristianos de Irak. Es importante orar
a Dios para que nos conceda la paz y para que los fanatismos y
extremismos aniquiladores sean desterrados. También en esos contextos
debemos anunciar los creyentes la potencia transformadora del Evangelio,
que como suave brisa trae la calma en medio de todos los vientos
huracanados y de los incendios ardientes que arrasan el mundo.
En el evangelio dominical, la presencia irreconocible de Jesús entre las
brumas de la madrugada infunde ánimo en medio de la confusión y suscita
valentía frente al miedo. Las palabras de Jesús: “¡Ánimo! Soy yo ¡No
teman!” deben ser el recuerdo continuo en la vida de los discípulos y
misioneros ante las adversidades que la Iglesia afronta en la enorme tarea
de su misión evangelizadora.
Pero el Evangelio de Mateo introduce además en su relato la duda de Pedro,
el cual requiere más evidencias. A Pedro no le bastan los signos realizados
hasta ahora por Jesús, ni el prodigio admirable de haber participado
activamente en el milagro del reparto del pan. Su deficiencia en la fe le
valió el reproche de Jesús. Pero Pedro es el reflejo vivo de la deficiencia de
la fe de la comunidad eclesial hasta incluso teniendo delante al resucitado
(Mt 28,17). Creo que las múltiples dudas que hoy abruman y asustan a los
creyentes y no creyentes no debieran ahogar la voz del Señor Jesús que, en
medio de la noche, sigue llamándonos por nuestro nombre y nos dice: ¡Ven!
Cuando escuchamos la voz del Señor Jesús, cuando su palabra es el centro
de nuestra atención y nos fijamos en ella, podemos caminar, como Pedro,
hasta por encima de las aguas, lo cual es una prerrogativa divina. En
cambio, cuando nos fijamos sólo en las múltiples adversidades y vientos
contrarios, entonces, también como Pedro, podemos sucumbir.
Particularmente en Bolivia sigue habiendo huracanes de violencia por la
inseguridad ciudadana, un desarrollo creciente del narcotráfico y una
administración de la justicia que deja mucho que desear. En España la gran
crisis está dejando todavía un panorama desolador del paro laboral y de la
inseguridad ante el futuro… y así la barca parece ir a la deriva.
Lo más importante sin duda de este Evangelio es la palabra de Jesús que
nos dice: “Ven”. Caminar por en medio del mar es un símbolo de vida, de
supervivencia, de confianza y de seguridad. Esa seguridad emana de la
fuerza que infunde la voz y la palabra del gran maestro. Con Jesús y con los
valores que él vivió y anunció se puede avanzar contra viento y marea. Con
el diálogo abierto y la libertad de expresión, sin cortapisas, con el respeto a
los otros, a los diferentes, sean éstos pueblos, culturas, o posiciones
políticas, con el servicio a los últimos de la sociedad se disiparán las brumas
de la noche y caminaremos seguros, incluso por en medio del mar de
dudas. Pero hemos de decir también: ¡Aumenta, Señor, nuestra fe! Que
podamos reconocerte a ti, escuchar tu voz y seguirte sólo a ti y sin miedos.
Esto es lo que han hecho una vez más los obispos de Bolivia con la
publicación del Enfoque y Directrices de la Iglesia para los próximos cinco
años titulado: "Cristo Vivo camina con nosotros en la alegría de ser
misioneros". A través de este documento y partiendo de la realidad social,
política y eclesial de Bolivia, los obispos invitan a los creyentes a avivar el
espíritu misionero para salir a las periferias e ir a la otra orilla. Centran su
iluminación de la realidad en el relato evangélico de los discípulos de Emaús
(Lc 24,13-35) y dan un gran impulso a las personas y a las comunidades
cristianas para comprometerse más con los pobres y con la tarea misionera
de la Iglesia, como un elemento esencial de su identidad. Felicidades a los
Obispos por estas orientaciones y muchas gracias por el entusiasmo que
refleja este escrito iluminador y orientativo para todos los creyentes en
Bolivia.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de
Sagrada Escritura