Domingo 21 ordinario, Ciclo A
Cuando Dios da, da a manos llenas, y hasta los costales presta
Todo es que se lleguen las temporadas de campañas políticas, y como por arte
de magia comienzan a aparecer las encuestas de popularidad de los candidatos,
unas pagadas por ellos mismos y otras realizadas por compañías respetables, y
las cifras casi nunca coinciden, y se convierten así en oportunidades para que los
ciudadanos tengan una guía para votar, una guía que puede ser sólo un
indicativo pero que a veces son una insinuación y en algunos casos una
propuesta a la que es difícil sustraerse.
Cristo también realizó en alguna ocasión una encuesta de popularidad, pero con
otro empeño distinto, totalmente distinto de las campañas políticas, con la idea
de que los apóstoles fueran cayendo en la cuenta de quién era el que los había
llamado y el que los incitaba a dejar lo conocido y lo seguro, por los caminos de
la paz y de la felicidad que muchas veces no son seguros y que exigen entrega y
fidelidad. Es por otra parte muy sugestivo el deseo que llevamos todos de saber
qué es lo que los demás piensan de nosotros, y estoy seguro que aprenderíamos
muchas cosas, si nos atreviéramos a preguntar, pues cada uno de nosotros
somos tan grandes que no llegamos a conocernos nunca del todo, y la verdad,
el saber lo que las personas que nos conocen, nos tratan y nos observan, nos
enriquecería personalmente en gran medida.
Yendo de camino, como todas las veces que Cristo instruía a sus apóstoles, en
las fronteras de la Galilea, los sorprendió con una primera pregunta: “¿Quién
dice la gente que es el Hijo del hombre?”. Aquí conviene decir que el título Hijo
del hombre era la frase preferida por Cristo para hablar de su propia persona, un
título de profunda humildad y sencillez, alejado de toda pretensión de ser
considerado como Hijo de Dios, pues eso vendría posteriormente. Los apóstoles
dieron distintas respuestas, todas ellas coincidentes en considerar a Cristo como
un profeta, como uno que hablaba palabras santas, o como quien tenía siempre
a mano la curación para los cuerpos llagados de los hombres. Jesús no se
contentó con la respuesta, y entonces a boca de jarro, les lanzó la segunda
pregunta, pero ya no impersonal, sino directa, precisamente a ellos que le
habían seguido y que aún no entendían el llamado que les había hecho. En esta
ocasión es Pedro el que toma la iniciativa, y responde afirmando tajantemente:
“Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Cristo no puede menos de sorprenderse
y de felicitar a Pedro delante de sus compañeros, porque esa palabra suya era
toda una revelación hecha por el Buen Padre Dios, y aprovechando la
circunstancia, le promete y le anuncia que él será guía de la familia fundada por
él y de paso afirma que él será roca firme en el camino, y a él le dará las llaves
del Reino de los cielos, para que abra y cierre, para que ate y desate, e incluso
sostiene que los poderes del infierno no prevalecerán sobre la familia fundada
por él. Desde entonces el camino está trazado para los que quieran entrar a la
senda de la paz y de la alegría y de la salvación que Cristo ofrece, no
aisladamente sino en comunidad, en familia, la familia fundada por Cristo Jesús.
Hoy Cristo viene a interrogarnos sobre nuestra fe en él, la respuesta tiene que
ser personal, pero de ninguna forma una respuesta intelectual, sacada del
catecismo aprendido en la niñez, ni se trata de volver a recordar los consejitos
de abuelita, muy buenos por cierto, se trata más bien de preguntarle a tu
corazón a tus acciones, a tus decisiones, a tus pensamientos y sentimientos
sobre tu actitud hacia Cristo, motivado por al amor recibido del Padre gracias a
Jesucristo por la unción del Espíritu Santo, y tendríamos que “mostrar la
capacidad de la Iglesia para promover y formar discípulos y misioneros que
respondan a la vocación recibida y comuniquen por doquier, por desborde de
gratitud y alegría, el don del encuentro con Jesucristo No tenemos otro tesoro
que éste. No tenemos otra dicha ni otra prioridad que ser instrumentos del
Espíritu de Dios, en Iglesia, para que Jesucristo sea encontrado, seguido,
amado, adorado, anunciado y comunicado a todos, no obstante todas las
dificultades y resistencias. Este es el mejor servicio –¡su servicio!– que la Iglesia
tiene que ofrecer a las personas y naciones” ” (Aparecida 14). La pregunta está
lanzada y la respuesta sólo tú la puedes dar, ojalá que sea positiva y seas
entrañable amigo de Cristo Jesús, el Hijo de Dios, Salvador de todos los
hombres.
El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en
alberami@prodigy.net.mx