FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR (A)
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
6 de agosto de 2014
2 Pe 1, 16-19; Mt 17, 1-9
¿Por qué no tiene éxito la propuesta de Pedro? Él, hermanos y hermanas, había
propuesto hacer tres tiendas en la montaña donde el Señor se transfiguraba. Una para
Jesús, otra para Moisés y otra para Elías . Se encontraba tan bien, en aquella
experiencia gloriosa, que la quería prolongar. Pero su propuesta no es acogida. Es
que la Transfiguración debía ser un momento puntual en la vida de Jesús y en la
experiencia de los tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan , que la contemplaron. No se
podía prolongar como Pedro quería. Porque el fin de la Transfiguración era preparar a
los discípulos para afrontar la pasión y la muerte de Jesús que vendrían dentro de
poco. Viendo que les costaría comprender que Jesús tenía que pasar por el
sufrimiento, Dios les descubre momentáneamente la gloria de su Hijo. Pero no se
pueden instalar en aquellos momentos gloriosos, como Pedro quería. Hay que bajar
de la montaña y afrontar el día a día. Hacerlo, eso sí, con Jesús. Pero no
contemplando su dimensión gloriosa, sino su humanidad débil y mortal.
Hay que bajar de la montaña y afrontar el día a día con sus dificultades y con el drama
de la pasión que vendrá, pero guardando bien adentro del corazón la voz gloriosa del
Padre: Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo . Es objeto de las
complacencias tanto en el momento glorioso de la transfiguración como lo será en el
de la cruz. Todo en él es objeto de complacencia del Padre, porque todo en él es
donación de amor, todo en él es obediencia libre y generosa. Jesús y los tres
apóstoles, con Moisés y Elías que dan testimonio de él en tanto que representan la
Ley y los profetas, no se pueden quedar en la montaña, tal como Pedro desearía. Hay
que bajar e ir adelante en el plan de Dios, enriquecidos por la experiencia de saber
quién es este Jesús al que siguen y por la voz divina que les invita a escuchar porque
su palabra les dará luz para entender la vida de cada día (cf. primera lectura).
Pedro, tiene que renunciar a su deseo de prolongar largamente ese momento glorioso
y debe aprender que a lo largo de toda su vida tendrá que escuchar y seguir a Jesús,
no en la transfiguración, sino por el camino de la cruz, que es el camino de la
abnegación y de la donación total de la vida. Entre las palabras de Jesús que debe
escuchar, hay ésta: el que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que
cargue con su cruz y me siga (Mt 16, 24). Y aún: Si uno quiere salvar su vida, la
perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará (Mt 16, 25).
Esta renuncia que San Pedro tiene que hacer, nos es educadora en nuestro camino de
fe y de seguimiento de Jesús. Podemos tener momentos de experiencia espiritual
intensa, en la celebración litúrgica o en la oración individual Pero este momento no
suelen durar. Es más. Podemos pasar temporadas largas sin ninguna vivencia intensa;
teniendo sólo la fe desnuda como soporte. La palabra divina dirigida a Pedro y a sus
otros dos compañeros, nos enseña que, cuando cesa la fruición espiritual, no
debemos perder la fidelidad al seguimiento de Jesús y tenemos que ver lo cotidiano
iluminado por su palabra. Esta palabra y los momentos de intensidad espiritual, pocos
o muchos según la pedagogía divina para cada uno, nos preparan para afrontar las
dificultades de la vida de una manera coherente con el seguimiento de Jesús y al
mismo tiempo nos anuncian la gloria gozosa de la vida futura en la casa del Padre.
El hecho de que Pedro propusiera construir tres tiendas en la montaña de la
transfiguración, evoca el sentido de la fiesta judía de las tiendas o tabernáculos, la
cual, recuerda los cuarenta años que el pueblo de Dios vivió en tiendas en el desierto
y cómo Dios había habitado en un tabernáculo más en medio de ellos. Y esto nos lleva
a pensar que, efectivamente, Jesús es el Emmanuel -el Dios con nosotros- que ha
plantado su tienda en medio de la humanidad (cf. Jn 1, 14). Pero no es una tienda
plantada en una transfiguración visible sino en la discreción invisible. Cristo, con toda
su majestad santa está presente en medio de nosotros todos los días hasta el fin del
mundo (cf. Mt 28, 20); lo está, pero, de una manera humilde que sólo es perceptible
por la fe.
Los monjes, desde que hemos oído la voz divina que nos presenta Jesucristo, nos
complacemos en él. Y en nuestro itinerario de fe nos hacemos buscadores de la gloria
de Cristo para alabarla, para adorarla. Y, conscientes de nuestra debilidad, deseamos
mediante el trabajo espiritual, poder llegar a contemplar el rostro glorioso de Cristo al
término de nuestra vida mortal. Mientras hacemos camino, procuramos irnos
identificando con él, amado por encima de todo.
Por ello, los PP. Salvador Planes y Josep Massot, que hoy celebran su jubileo
monástico, dan gracias a Dios haciendo suyas las palabras del salmista: El Señor es el
lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote
hermoso, me encanta ni heredad (Sal 15, 5). Son conscientes de que la llamada a la
vida monástica es una iniciativa que viene del Señor, es él quien les ha dado su
suerte , es él quien les ha llevado a formar parte de esta realidad tan querida que es
Montserrat, compartiendo en ella la vida fraterna y el servicio a los demás con unos
hermanos que el Señor les ha dado; y es el Señor, además, quien los sustenta en el
camino y que se convertirá en su heredad para siempre en la vida del Reino de Dios.
Una heredad pregustada ya en la celebración litúrgica, en la oración personal, en la
fraternidad comunitaria. Les acompañamos ahora con la oración en la renovación de
su donación como monjes.