XX Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Is. 56, 6-7: A los extranjeros los traeré a mi monte.
Esta lectura es el prólogo del Tercer Isaías, una invitación a las naciones para que
se acerquen al Señor. Por medio de su profeta, Dios exige al pueblo que guarde el
derecho y practique la justicia, es decir, mantener en la sociedad el orden. La
opción por la justicia exige relaciones armónicas en el seno de la comunidad, donde
se engendra la paz. La comunidad engendra la paz cuando acoge la bendición de
Yahvé, es decir, practica la Ley, y como consecuencia, nace el orden deseado por
Yahvé. Es entonces, cuando el pueblo vive la salvación de Yahvé en medio de su
pueblo. Se especifica que la vivencia de la justicia y el derecho, significan el
abandono de la maldad, y la observancia del sábado; rechazo de la idolatría y
apego a los mandamientos. La observancia del sábado pasa de un día de descanso,
recuerdo del descanso de Dios después de la creación (cfr. Ex. 20,8-11) reposo del
hombre y de los animales (cfr. Ex. 23,12), pasa a ser memorial de la liberación de
Egipto (cfr. Dt. 5,12-15), signo visible de la alianza de Dios con su pueblo (Ex.
31,16-17). Su observancia era todo un reconocimiento del señorío de Yahvé sobre
el cosmos y la historia, deseo de mantener la vigencia de la alianza. El testimonio
del pueblo atraerá a todas las naciones hacia Jerusalén, comunidad redimida (Is.
55, 4-5), de ahí a que se reitere la invitación y la acogida que Yahvé brindará a los
extranjeros. Si bien la legislación preveía la no participación de los eunucos y
algunos pueblos, este pasaje de Isaías no se circunscribe a un momento histórico,
su visión es más bien escatológica, al final todas las naciones se reunirán en
Jerusalén - Sión, para adorar a Yahvé (cfr. 66,18-23), puesto que las naciones han
descubierto, por el testimonio de Israel redimido (cfr. 55, 13), que es el Santo de
Israel. La invitación llega también a los extranjeros, si se adhieren al Señor,
deberán guardar el sábado, mantener la alianza (cfr. Is. 56, 4). Este acatamiento
los asemeja a los miembros del pueblo, porque tienen un espacio en el templo de
Jerusalén y en la ciudad, se concretizan los anuncios de la llegada de las naciones
(cfr. Is. 2,1; 14,1; 54,2). Pero también, porque al adherirse al pueblo de Israel,
adquieren la obligación de ser testimonio de la acción redentora de Yahvé. La
alianza de los eunucos, más que biológicos, son los extranjeros que no observaban
la ley, y por ello, se les consideraba incapaces de dar vida; ahora la alianza que
hacen con Yahvé es tan fuerte que no se romperá, que para ellos será más
importante que engendrar hijos (cfr. Is. 56,5). Se les denomina siervos, son
agregados a la comunidad israelita redimida pues también ellos amarán el nombre
de Yahvé, guardarán el sábado y mantendrán la alianza. El Señor los conduce a su
templo, casa de oración, donde ofrecerán holocaustos y sacrificios (cfr.1Re. 8, 41-
43). La casa de oración, quiere destacar, la santidad del templo, espacio singular
para en encuentro íntimo entre Dios y el hombre.
b.- Rm. 11,13-15. 29-32: Los dones de Dios son irrevocables para Israel.
El apóstol Pablo sigue desarrollando el tema de la incredulidad judía y como Israel,
en su gran mayoría ha quedado fuera de la Iglesia. Para el apóstol eso es parte de
los planes de Dios, la caída de Israel, es ocasión y tiempo para la conversión de los
gentiles y cuando eso suceda, también Israel se convertirá (vv. 12-15). Deja de
manifiesto que la conversión de unos y otros, es siempre pura misericordia de Dios.
Lo que no tiene dudas el apóstol, es que esa conversión llegará claramente, lo
insinúa en los (vv.12. 15. 26. 31), porque se trata de la voluntad de Dios
manifestada desde antiguo (1Cor. 15, 25; Ef. 3,3). Pareciera que el mismo
Jesucristo haya aludido a ello (cfr. Mt. 23, 39) y también se hace alusión a Isaías
que habla de la purificación de Israel con la venida del Mesías (cfr. Is. 59, 20; 27,
9). Al apóstol lo anima que ya parte de la antigua profecía se ha cumplido con la
conversión del resto de Israel y la de los gentiles, lo que traerá en el futuro la
conversión en masa del pueblo judío, consecuencia de la fidelidad de Dios a sus
promesas hechas a los padres y por eso amados, no obstante la incredulidad
actual. Se revela así, una doble postura de Dios hacia ellos, puesto que son amados
de Dios, por pertenecer al pueblo de Dios, pero al mismo, tiempo enemigos
respecto al evangelio. En todo caso, el apóstol anima a cristianos gentiles y judíos,
a reconocer el valor de su misericordia a la hora de hablar de conversión al
evangelio predicado por Jesucristo, el Señor.
c.- Mt.15, 23-28: ¡Mujer qué grande es tu fe!
Este evangelio nos presenta la sanación de una mujer siro-fenicia o cananea (cfr.
Mc. 7, 24-30), con lo que quiere afirmar que no era judía, sino pagana. En el AT,
Tiro y Sidón, como Canaan, era tierra de paganos. El texto está constituido por una
petición no atendida por Jesús, la respuesta circunscribe su misión a sólo las ovejas
de Israel y finalmente, Jesús hace la distinción entre los hijos y perros, es decir, los
paganos. Así denominaban los judíos a los extranjeros. En el fondo, Mateo, quiere
establecer la actitud de Jesús respecto a los paganos y cómo pueden llegar a la fe.
El ministerio terreno de Jesús, se limitó al pueblo judío, con este pasaje bíblico, nos
habla de una excepción, que hizo, por la gran de esta mujer extranjera. Pero si
profundizamos el texto, nos damos cuenta que si bien los paganos no poseían los
privilegios de los judíos a la hora de creer, si tienen fe, los privilegios que creían
poseer en exclusiva los judíos, son también un derecho de ellos. Bastaba creer,
para pertenecer al pueblo de Dios; era lo que había sucedido con el centurión
romano (cfr. Mt. 8, 5-10). Sólo es necesario tener fe para pertenecer al pueblo de
Dios, criterio que la Iglesia desde sus inicios. La cananea llama a Jesús con un título
mesiánico: “En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio,
gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente
endemoniada.ᄏ (v.22). La invocaci￳n: “Ten piedad de mí” encuentra eco profundo
en la piedad hebrea expresada en los Salmos y que luego pasó a la vida de oración
de la comunidad cristiana. Es una oración de petición, fruto de una fe y confianza
ilimitada en que Dios, este caso Jesús, el Mesías, puede hacer lo que se pide. Una
fe, distintivo del cristiano, que recibe lo que pide, porque lo que se desea obtener
es voluntad de Dios. Jesús rechaza abiertamente la petici￳n: “Respondi￳ él: ᆱNo he
sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel.» (v. 24). Pero la
mujer no se detiene e insiste: “Le dijo: ᆱ¡Se￱or, soc￳rreme!ᄏ El respondi￳: ᆱNo
está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos.» «Sí, Señor, repuso
ella, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus
amos.» Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como
deseas.ᄏ Y desde aquel momento qued￳ curada su hija.” (vv. 26-28). Aquí se puso
en práctica aquello de: “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad se os abrirá”,
(Mt. 7,7), es decir, una verdadera lucha con Dios, en una oración perseverante,
como la de la cananea. Hay otra actitud que debemos rescatar de la oración de esta
mujer, es su pobreza de espíritu, y por ello recibió, halló y se le abrieron las
puertas de la salud para ella y su hija. De esta forma, Dios hizo el milagro esperado
porque lo suyo es coronar la fe del hombre que confía en su poder. Este evangelio
nos lleva a considerar la importancia de la fe y la oración, la primera como
exigencia para acercarse a Dios, la segunda, como medio de diálogo y unión. La
cananea es modelo de todo ello, es decir, una fe relevante en ella, que reconoce a
Jesús como Mesías, que es dinámica, sale a su encuentro, orientada a su prójimo,
su hija en este caso. Su oración es modelo de confianza y humildad, su mejor carta
de presentación su esencial pobreza de espíritu abierta a la voluntad y justicia de
Dios, sabiendo que no tenía derecho a nada por ser extranjera. Fe y oración se
alimentan mutuamente con el ejercicio diario de creer y orar en forma personal y
comunitaria; lo constituyente siempre será la fe, la oración es respuesta en clave
de amor y diálogo, música callada, soledad sonora, respuesta a la salvación que el
Padre nos ofrece por medio de su Hijo y que su Espíritu vivificante nos enseña a
dialogar con Dios en nuestro interior.
La Santa Madre pide al Padre que nunca falte entre nosotros la presencia del Hijo
en la Eucaristía. “Pedid vosotras, hijas, con este Se￱or al Padre que os deje hoy a
vuestro Esposo, que no os veáis en este mundo sin El; que baste para templar tan
gran contento que quede tan disfrazado en estos accidentes de pan y vino, que es
harto tormento para quien no tiene otra cosa que amar ni otro consuelo; mas
suplicadle que no os falte y que os dé aparejo para recibirle dignamente.” (CV 34,
3).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD