“PRIMEREAR EN EL AMOR Y SERVICIO”
Homilía monseñor Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
para el domingo XX durante el año
(17 de agosto 2014)
Si bien en el texto del Evangelio de este domingo (Mt. 15, 21-28), el Señor plantea la elección
preferencial de Israel, también deja en claro la apertura de salvación a los paganos, como es el caso
de la mujer cananea que se acerca a Jesús para implorar con fe: “Entonces Jesús le dijo: ¡Mujer, que
grande es tu fe! Que te suceda lo que pides (Mt 15, 28). Esta actitud de apertura a los paganos (o
sea, a los que no eran el Pueblo elegido de Israel), ya se manifiesta incluso en el Antiguo
Testamento. El profeta Isaías en la primera lectura de este domingo nos dice: “Así dice el Se￱or…y
a los extranjeros que deciden unirse al Se￱or, que se entreguen a su amor y a su servicio…los
llevare al monte santo y hare que se alegren en mi casa de oraci￳n” (Is. 56, 6-7).
Los textos bíblicos de este domingo nos ayudan a profundizar en un momento eclesial que puede
ser muy fecundo para nuestro tiempo, en relación a la dimensión misionera. El Espíritu Santo nos
anima sobre todo con el aporte del acontecimiento y documento de Aparecida y en nuestra Diócesis
con la gracia de integrar rápidamente dicho documento en nuestro primer Sínodo Diocesano que
nos dio como fruto las “Orientaciones Pastorales”. La providencia ha obrado en la persona de
nuestro Papa Francisco para impulsarnos decididamente en la misión.
Durante estos años nos hemos propuesto acentuar la conversión, comunión y misión. Ser una Iglesia
abierta, atenta a los problemas y desafíos de este inicio de siglo, desde un seguimiento más
profundo como discípulos de Jesucristo, el Señor. Este es un gran don. En este tiempo buscaremos
asumir y concretar dichas orientaciones pastorales, sabiendo que no faltaran cruces y sufrimientos,
para cumplir el mandato de la evangelización.
Quizás una de las mayores dificultades en la acción evangelizadora sea una rutina sin conversión y
Pascua, que lleva a una falta de fervor expresada en la fatiga y desilusión de los discípulos, en el
acomodamiento al ambiente y en el desinterés, sobre todo en la falta de alegría y esperanza. Sobre
esto el Papa francisco nos dice en Evangelii Gaudium que el evangelizar llena de gozo el corazón
del discípulo: “La Iglesia en salida es la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que
se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. «Primerear»: sepan disculpar este
neologismo. La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha
primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin
miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a
los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la
infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear! Como
consecuencia, la Iglesia sabe «involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se
involucra e involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero luego
dice a los discípulos: «Seréis felices si hacéis esto» (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se
mete con obras y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la
humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente de Cristo en el
pueblo. Los evangelizadores tienen así «olor a oveja» y éstas escuchan su voz. Luego, la
comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus
procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico.
La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor,
también sabe «fructificar». La comunidad evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque
el Señor la quiere fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando ve
despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni alarmistas. Encuentra la
manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque
en apariencia sean imperfectos o inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta
el martirio como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino que la
Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora. Por último, la comunidad
evangelizadora gozosa siempre sabe «festejar». Celebra y festeja cada pequeña victoria, cada paso
adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio
de la exigencia diaria de extender el bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la
belleza de la liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y fuente de un
renovado impulso donativo.”
En este domingo como esta mujer cananea que nos presenta el Evangelio queremos acercarnos a
Jesús con humildad y con fe pedir ser sus testigos y primerear en el amor y servicio.
Les envío un saludo cercano y hasta el próximo domingo
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas