VIGÉSIMO UNO DOMINGO ORDINARIO, CICLO A
(Isaías 22:19-23; Romanos 11:33-36; Mateo 16:13-20)
En el año 1956 un programa concurso era el programa más popular en la
televisión norteamericana. Llamado “The $64,000 Question” (la pregunta que
vale $64,000), el programa atrajo la atención de todos desde el Presidente de la
Republica hasta el criminal en la calle. La trama fue sencilla: se le preguntó al
concursante una pregunta inicial que valió un dólar y cada vez después se
duplicó ambos el valor y la dificultad de la pregunta. Por supuesto, cuando
llegaron a la pregunta que valió el máximo de $64,000, el suspenso era
tremendo. Todo el mundo se preguntó a sí mismo: ¿Qué tipo de genio podría
contestar correctamente la pregunta? Bueno, en el evangelio hoy Jesús tiene
una pregunta que vale mucho más que $64,000.
Jesús pregunta a sus discípulos quien piensa la gente es Jesús. Sus respuestas
previsibles. Según los discípulos la gente toma a Jesús como un profeta como
Elías o Jeremías. Es como muchos en la sociedad hoy respondería al
interrogante hoy en día. Según la opinión común – aun muchos cristianos --
Jesús es no más que un líder religioso como Mohamed o un reformador santo
como Mahatma Gandhi. Como en el caso de la gente en el evangelio, llamar a
Jesús como un santo o un reformador hace algún sentido. Sin embargo, estas
descripciones apenas captan toda la realidad que es Jesús.
Después de buscar la estimación de la gente, Jesús dirige la misma pregunta a
sus discípulos: “’Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?’” Quiere una respuesta más
acertada, más indicativa de su acompañamiento cercano de él. Sin demora
Simón le contesta: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Eso es, Jesús es de
la misma naturaleza de Dios como un padre y un hijo llevan características
comunes. Ni Simón todavía tiene un concepto adecuado de estas
características, pero lo importante es que le reconoce a Jesús como hombre
divino. En tiempo Pedro y los demás discípulos aprenderán que la característica
más destacada del Padre Dios tanto como el Hijo es el amor. Eso es, el Creador
del universo no domina a las mujeres y los hombres – el pináculo de su creación
-- para dar a sí mismo el homenaje sino los ama para que compartan su gloria.
¿Reconocemos nosotros a Jesús como Dios? Sí, muchos asienten con la cabeza,
pero si es la verdad cumplimos su voluntad. Como él viene no para dominar
sino para servir, nosotros dejaremos los modos bruscos que caracterizan nuestro
tiempo para tratar a todos con la justicia. En lugar de comportarnos bien sólo
cuando nos miran otras personas, vamos a ser conscientes en todo momento.
En lugar de quejarnos de aquellos que nos dan dificultad, vamos a buscar mejor
comprensión entre ellos y nosotros. En lugar de pensar mal de personas de
otras razas y religiones, vamos a rezar por el bien de todos. Así les invitamos a
todos a un mundo mejor. Si aceptan nuestra oferta, van a ser aceptado por
Dios en la vida eterna. Y si se nos rechazan, bueno, es para Dios a decidir lo
que pasará a ellos. De todos modos, se puede decir que los actos de amor
comprenden las llaves del Reino que Jesús encomienda a Simón Pedro en el
evangelio. Sí, son los actos de amor que comprenden las llaves del Reino.
Padre Carmelo Mele, O.P.