XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
Domingo
Lecturas bíblicas
a.- Is. 22,19-23: Colgaré de hombro la llave del palacio de David.
En esta primera lectura encontramos un oráculo personal que el profeta dirige a
Sobná un secretario extranjero que llegó a un puesto muy alto en el palacio de
Ezequías. Yahvé, sin embargo, quiere a Eliaquías a quien reviste de todas las
insignias de mayordomo de palacio, túnica y cinturón (v.22), las llaves de palacio,
símbolo de su poder como primer ministro, merecerá el título de padre de parte del
pueblo; abrirá y cerrará, nadie le podrá quitar su poder. Sobre sus hombros la llave
simbólica de la casa de David. Se le compara a este hombre con un clavo que tensa
y sujeta las cuerdas de las tiendas, así será su seguridad en el poder. Todos
acudirán a él, para encontrar solución a sus problemas. Pero será el mismo profeta,
quien anunciará luego su caída, cuando el servicio de Elequías se convirtió en
nepotismo. La misma palabra que lo elevó a tal dignidad, ahora lo conmina al
anonimato; Dios es celoso, exige correspondencia. La misma mano poderosa de
Yahvé que exalta al pobre, hunde al soberbio cuando lo obrado por Dios, lo
confunde el hombre como fruto de su acción. Hecha una lectura desde la fe, este
pasaje se convierte en profecía.
b.- Rm. 11, 33-36: Himno a la sabiduría y misericordia de Dios.
Termina el apóstol su reflexión sobre la desobediencia de Israel a la persona de
Jesús de Nazaret y al evangelio. Tiene la esperanza que al algún día los judíos
alcancen la misericordia de Dios por no aceptar la economía salutis, la salvación
universal, querida por Dios, pero de la que se han excluido. La riqueza es uno de
los temas preferidos del apóstol: Dios nos enriqueció con la revelación de su Hijo.
Su evangelio es riqueza que hay que anunciar a los gentiles (cfr. Rm.2,4; 1Cor.1,5;
Ef. 3,8; Flp.4,19; Col.1,27; 3,16). Lo mismo se puede decir de la sabiduría de Dios,
es un abismo, una locura, personificada en Jesucristo. En ÉL están escondidos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia, porque lo que se refiere a Dios lo
encontramos en Cristo (cfr. 1Cor.1,25; Col.2,3). La sabiduría de Dios encerró a
todos los hombres en el pecado para tener misericordia de judíos y gentiles.
Concluye Pablo, este tema, alabando la misma sabiduría, misericordia y
generosidad de Dios. Inescrutables son los caminos de Dios, y por ellos, conducirá
a Israel a la salvación prometida. Toda esta reflexión es motivo de admiración y de
alabanza para el cristiano. Dios en sus designios no pide consejo, de ahí que nadie
conozca sus pensamientos, sus caminos son inescrutables. El plan salvífico está por
encima de va más allá de toda sabiduría humana. Tampoco Dios ha recibido ayuda
de nadie para llevar adelante su obra salvífica, por lo mismo nadie, puede exigirle
una recompensa. De ahí que sea insondable su generosidad que salva, por pura
bondad y nos quiere a cada uno como Padre. La salvación que conocemos está más
allá de todo cuanto el hombre pueda esperar; por sobre todo conocimiento y querer
de hombre; misterio de gracia y amor. La historia de la salvación se caracteriza por
tener siempre Dios la iniciativa, como Señor, obtiene cuanto es su voluntad. El
universo, creación de sus manos, se sigue moviendo, por el designio de su voluntad
y armonía perfecta. Se hace digno de toda alabanza y honor, gloria por siempre.
Concluye el texto con una doxología, que es teología, porque orada: “Todo es de él,
por él y para él” (v.35; Col.1, 16-17).
c.- Mt. 16, 13-20: Tú eres Pedro y te daré las llaves del Reino de los Cielos.
Este evangelio debió ser muy importante, porque lo narran los Sinópticos, nos
presentan la escena localizada en el camino (cfr. Mc. 8, 27-30), cuando se dirige
Jesús con los suyos a la regi￳n y aldeas de Cesárea de Filipo, y “estando una vez en
oraci￳n”, “a solas con sus discípulos” destaca Lucas (cfr. Lc. 9,18-21; 3,21; 6,12).
A Jesús le interesa saber qué piensa la gente acerca de ÉL, y lo primero es
preguntarle a sus más cercanos por ello. Eran los apóstoles los que recibían las
impresiones de las muchedumbres, de las gentes sencillas: para unos Jesús era
Juan Bautista resucitado (cfr. Lc. 9,7); para otros era Elías (cfr. Lc. 9,8),
manteniendo la opinión popular que el profeta estaba vivo que debía venir a
reconocer y ungir al Mesías, finalmente para otros era Jeremías (cfr.2 M 1,12) o
alguno de los grandes profetas. Era el poder taumatúrgico de Cristo, el que los
hacía creer en la resurrección de los muertos (cfr. Mt 14:2; Mc 6:14). Extraña que
nadie dijese, por boca de los apóstoles, que Jesús fuera reconocido por las gentes
como el Mesías prometido aunque algunos ya lo habían intuido (cfr. Mt. 9,27; 12,
23; 15, 22; Jn. 6, 14-15). Ahora, la pregunta del Maestro, va dirigida directamente
a los apóstoles. ¿Qué piensan ellos acerca de Jesús? (v.20) Llevan con ÉL, cerca de
dos años, cuál es la impresión, lo que han comprendido, de su persona, palabras y
milagros. La respuesta la da sólo Pedro en nombre de todos, con lo que Mateo
quiere destacar la precisión de la respuesta, lo que le da un carácter solemne a ese
momento trascendente. La respuesta la recogen los tres sinópticos con ligeras
variantes: “Tú eres el Cristo” (Mc. 8, 30); “El Cristo” de Dios” (Lc. 9,18); “Tú eres
el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mt. 16,16). Las dos primeras f￳rmulas confiesan
la medianidad de Jesús con la que coincide Mateo, pero la segunda parte de su
formulación, destacar la divinidad de Cristo. A la confesión del apóstol, sigue la
felicitación a Pedro por la revelación recibida de parte de Dios, no de algún hombre
(cfr. Gál. 1,16-17). Tan trascendente era la revelación, que la hizo el Padre
celestial, misterio desconocido por Pedro, es decir, una revelación que no podía
alcanzar a conocer por la carne ni la sangre, o sea como ser humano. Al llamarlo
con su nombre Simón y darle uno nuevo, Pedro, es signo que le dará también una
misión: ser piedra visible sobre la que ÉL levantará la Iglesia (cfr. 1Cor. 1,12;
2,22; 9,5; 15,5; Gal. 1,18; 2,9; 11,14), y Jesucristo, la piedra angular sobre la que
se levanta todo el edificio (cfr. Ef. 2,20). Le promete que las puertas del infierno,
no podrán contra ella, es decir, las puertas del Hades o de la muerte no vencerán a
la Iglesia (cfr. Is. 38, 10; cfr. Sal. 16,13). Más tarde este lugar de la muerte se
convirtió en lugar de condenados y demonios, reino del mal hostil a la Iglesia (cfr.
Col. 1,13; Ef. 6,12), pero, que asegura la victoria definitiva de la comunidad
eclesial, sobre el mal. El infierno no podrá vencer a la Iglesia, porque está edificada
sobre la piedra angular, la roca firme, que es Jesucristo. La otra promesa, se refiera
a que Pedro, será asistido a la hora de “atar y desatar” (v. 19), es decir, declarar
lícita o ilícita una cosa, con la confirmación de cuanto decida en los cielos. Todo
cuando decida, permita o prohíba, será ratificado por el cielo, garantizado por
Cristo. Finalmente, Jesús les manda que no digan a nadie que ÉL es el Cristo, para
evitar la efervescencia que había en el ambiente, y que ya habían intentado
proclamarlo rey, Mesías en el templo de Jerusalén (cfr. Jn. 6,15). La hora de Jesús
estaba cerca, había que esperar su definitiva glorificación.
Santa Teresa de Jesús, vive la experiencia de ese Dios en el fondo de su alma:
“Estaba una vez recogida con esta compa￱ía que traigo siempre en el alma y
parecióme estar Dios de manera en ella, que me acordé de cuando San Pedro dijo:
«Tú eres Cristo, hijo de Dios vivo»; porque así estaba Dios vivo en mi alma. Esto no
es como otras visiones, porque lleve fuerza con la fe; de manera que no se puede
dudar que está la Trinidad por presencia y por potencia y esencia en nuestras
almas. Es cosa de grandísimo provecho entender esta verdad. Y como estaba
espantada de ver tanta majestad en cosa tan baja como mi alma, entendí: «No es
baja, hija, pues está hecha a mi imagen»” (Relaciones 41).
Padre Julio Gonzalez Carretti OCD