XXI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
El Mesías, Hijo de Dios vivo
El pasaje evangélico de este domingo (Mt 16,13-20) se encuentra en el centro
del evangelio de Mateo y constituye, como en los demás sinópticos, una escena
capital. En él Jesús plantea abiertamente la cuestión de su identidad, muestra a
los discípulos su destino y los invita a un seguimiento radical.
La primera parte de los evangelios presenta a Jesús como mensajero del Reino
de Dios y su actividad es la que hace cercana, próxima e inminente la llegada de
ese Reino. Durante el tiempo de su actividad pública, que tuvo lugar en la zona
judía de Galilea, sobre todo en torno al mar de Genesaret, en la ciudad de
Cafarnaún y en la orilla pagana del lago, Jesús ha realizado una serie de
prodigios propios de los tiempos mesiánicos. En Mateo hemos leído tres grandes
discursos de Jesús, el de la Montaña, el de la Misión y el de las Parábolas, y
hemos contemplado un gran número de milagros, la curación de los
endemoniados, del leproso, del paralítico y de otros muchos enfermos, la
curación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo, la intervención de
Jesús calmando al viento y al mar en medio de la tempestad y el doble reparto
entre las multitudes hambrientas del pan partido, tanto en zona judía como
pagana. Todas ellas son manifestaciones extraordinarias de la grandeza de
Jesús, poderoso en obras y palabras. Quienes presenciaron estas actuaciones y
quienes las conocemos mediante el relato evangélico, podemos preguntarnos
qué clase de hombre es éste y de dónde le viene su fuerza y su poder.
Estas manifestaciones poderosas de Jesús se presentan además como
actuaciones radicalmente críticas contra instituciones religiosas judías, la del día
del sábado, la ley, la sinagoga y el templo, y como apertura del Reino de Dios al
mundo pagano, de modo que también los extranjeros y gentiles tienen parte en
la mesa común del banquete mesiánico. Así se pone de manifiesto la enorme
autoridad moral de Jesús frente a las autoridades del Israel religioso.
La pregunta abierta de Jesús en el evangelio de hoy acerca de su identidad
interpela a todos. Pedro confiesa en el evangelio de hoy (Mt 16,23-30): “Tú eres
el Mesías, el Hijo del Dios viviente”, pero sólo más tarde, tras la muerte y
resurrección de Jesús, comprenderá el significado último de su confesión. La
respuesta de Dios a los anhelos de salvación de la humanidad está en la entrega
sin reservas de Jesús que vence a la muerte. Confesar al Mesías significará
también para Pedro seguirlo por el camino de la solidaridad con los crucificados
y de la entrega de la vida a los demás. La Iglesia no conoce otro fundamento.
Sobre esa fe, plena y profunda, Jesús construye su iglesia. Sin embargo ni Pedro
ni los demás discípulos eran conscientes aún de las implicaciones y
consecuencias que ese reconocimiento llevaría consigo y Jesús empieza a
corregir inmediatamente sus concepciones mesiánicas y religiosas.
A esa confesión de fe de Pedro corresponde Jesús con una triple indicación: la
felicitación por haber recibido de Dios la revelación que le ha llevado a profesar
su fe, la elección particular de Jesús para que Pedro desde su fe constituya el
fundamento sólido de la única Iglesia de Cristo y la concesión de toda la
autoridad, mediante la entrega de las llaves del Reino, para ejercer su misión al
servicio del mismo con la potestad de atar y desatar.
Especialmente resuena la correspondencia entre las palabras de Pedro: “Tú eres
el Mesías, el Hijo de Dios vivo” y las de Jesús: “Tú eres Pedro y sobre esta
piedra edificaré mi Iglesia”.
La confesión de Pedro, decidida y audaz, impulsa a Jesús a conferir a Pedro una
misión y un estatuto especial en el interior de su Iglesia. Una bienaventuranza
tan personalizada y singular no es habitual en los textos bíblicos, los cuales
dirigen este tipo de felicitaciones a grupos o categorías de personas. Lo
extraordinario de la expresión atrae la atención sobre la figura y la misión de la
persona de Pedro, cuya primacía entre los discípulos queda patente a lo largo de
todo el Evangelio. La bienaventuranza dirigida a Pedro muestra que el origen de
su conocimiento es el resultado de una verdadera revelación del Padre.
Mediante el juego de palabras, Pedro y Piedra, Mateo justifica el cambio de
nombre de Simón, pues, al llamarlo así, Jesús transforma su identidad personal
apuntando a la misión específica que va a tener en la construcción de su Iglesia.
La piedra es símbolo de la estabilidad, de la solidez y de la durabilidad. En el
Antiguo Testamento se aplica a Dios (Sal 18,2) y al Mesías (Sal 118,22-23; Is
28,16-17), y a Abraham en cuanto cabeza del pueblo Israel (Is 51,1-2) y en el
Nuevo Testamento a Jesús (Rom 9,33; 1 Cor 3,11; 1 Pe 2,4-8). De este modo el
nombre de “Pedro” refleja su misión y su función en la Iglesia. Con este
fundamento, el Señor Jesús fundará y construirá la Iglesia. Es una acción futura
que realizará Jesús en persona consolidando una comunidad mesiánica, no
reducida ya al grupo histórico de sus discípulos sino, sino abierta a todas las
gentes (Mt 28,16-20). La Iglesia es la comunidad asamblea de los llamados y
convocados por Dios para vivir en su Alianza de amor. Esa comunidad mesiánica
trasciende las fronteras nacionales, étnicas, culturales y lingüísticas y constituye
el nuevo Pueblo de Dios de carácter universal. De esa Iglesia Pedro es el
fundamento sobre el que Jesús erige una comunidad viva, que anclada en la fe
petrina confiesa a Jesús como Mesías e Hijo de Dios vivo y participará de su
victoria definitiva sobre el mal y sobre la muerte.
Con la entrega de las llaves del Reino a Pedro se subraya la autoridad recibida
por parte de Jesús en el servicio al Reino con la tarea eclesial de atar y desatar,
es decir, de interpretar y llevar a cabo el proyecto de Dios sobre la humanidad,
revelado en el Evangelio. Esta misión de atar y desatar pertenece también a la
Iglesia (Mt 18,18) pero tiene en la figura del apóstol Pedro su primacía. El actual
sucesor de “Pedro”, el papa Francisco, sigue dando testimonio por el mundo,
como lo hizo Pablo ante la comunidad de Roma (Rom 11,36), de que el Señor es
el origen, guía y meta del universo y fortalece el proceso de renovación de la
Iglesia consolidando la fe entusiasta y comprometida de la Iglesia en torno a
Jesús, Mesías, el Hijo de Dios.
Inmediatamente después de esta escena evangélica y a lo largo de la segunda
parte del Evangelio se desvelará de qué modo Jesús entiende su mesianismo. El
primer anuncio de su muerte en la cruz como destino ineludible de su actuación
mesiánica no cabe en las expectativas de Pedro ni de los discípulos. Éstos han
reconocido al Mesías pero no han percibido las exigencias de un mesianismo que
acabará en la cruz por anteponer el Reino de Dios y su justicia al templo y al
sistema del culto y por colocar al ser humano necesitado en el centro de
atención de la vida religiosa. A esto mismo quedamos invitados con los
discípulos todos nosotros. Jesús es el Mesías que entrega su vida de manera
radical y abre así el único camino de esperanza con el que Dios mismo está
comprometido.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura