Comentario al evangelio del lunes, 1 de septiembre de 2014
El Evangelio de este día ya lo dice todo. Es un pequeño compendio de la vida de Jesús en una sola
historia: la historia del momento en que vuelve a su pueblo y allí expone lo fundamental de su mensaje.
Como hacen los políticos y los que asumen un cargo al comienzo de su mandato, también Jesús puso
de manifiesto lo que quería ser y hacer en su vida. Lo suyo se expresaba perfectamente en las palabras
del profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para
anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista; para
dar libertad a los oprimidos, para anunciar el año de gracia del Señor.” Tan bien expresado estaba que
a continuación pronunció la homilía más breve de la historia: “Hoy se cumple esta Escritura que
acabáis de oír.”
No había necesidad de decir más. Su pueblo (Nazaret, Israel o el mundo entero) le escuchaba. Y no
se hizo esperar la reacción habitual. ¡Cómo iba a ser éste el Mesías! Le conocían. Conocían a su
familia. No podía ser. El Mesías, el enviado de Dios, se tenía que presentar no en medio de la
normalidad sino de lo extraordinario. Con algún milagro portentoso. Con una luz alrededor como un
aura. Con mejores vestidos y con una corte alrededor. En conclusión: rodeado de poder y gloria.
Pero Jesús no estuvo rodeado de poder y gloria. Para nada. Lo suyo fue la normalidad. Uno más
entre nosotros. Tocando a los enfermos, hablando con todos –también con los oficialmente impuros y
pecadores–, mostrando incluso en ocasiones su debilidad. Jesús es Dios que se hace carne con todas las
limitaciones que eso conlleva. Y eso no lo podían aceptar. No podían entender que Dios no se
manifestase según la idea que ellos tenían de Dios. No estaban a abiertos a la sorpresa que siempre es
Dios, porque va más allá de todo lo que podamos imaginar.
Conviene que releamos el texto de Isaías. En él reconocemos a Jesús. En él reconocemos a los
verdaderos discípulos, a los verdaderos profetas. Son los que, como Jesús, como Dios, están cerca de
los que sufren de cualquier manera, son los que trabajan por la justicia y por la libertad, por la
reconciliación y el perdón. Ahí está presente Jesús, ahí está Dios. Ahí está la salvación que se nos
regala en Jesús.
Fernando Torres Pérez, cmf