XXII Semana del Tiempo Ordinario (Año Par)
Miércoles
Iba predicando por las sinagogas de Judea
I. Contemplamos la Palabra
Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 3, 1 9
Hermanos, no pude hablaros como a hombres de espíritu, sino como a gente
carnal, como a niños en Cristo. Por eso os alimenté con leche, no con comida,
porque no estabais para más. Por supuesto, tampoco ahora, que seguís los
instintos carnales. Mientras haya entre vosotros envidias y contiendas, es que os
guían los instintos carnales y que procedéis según lo humano. Cuando uno dice
«yo soy de Pablo» y otro, «yo de Apolo», ¿no estáis procediendo según lo
humano? En fin de cuentas, ¿qué es Apolo y qué es Pablo? Ministros que os
llevaron a la fe, cada uno como le encargó el Señor. Yo planté, Apolo regó, pero
fue Dios quien hizo crecer; por tanto, el que planta no significa nada ni el que
riega tampoco; cuenta el que hace crecer, o sea, Dios. El que planta y el que
riega son una misma cosa; si bien cada uno recibirá el salario según lo que haya
trabajado. Nosotros somos colaboradores de Dios, y vosotros campo de Dios,
edificio de Dios.
Sal 32, 12 13. 14 15. 20 21 R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como
heredad.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él escogió como heredad.
El Señor mira desde el cielo,
se fija en todos los hombres. R.
Desde su morada observa
a todos los habitantes de la tierra:
él modeló cada corazón
y comprende todas sus acciones. R.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo;
con él se alegra nuestro corazón,
en su santo nombre confiamos. R.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas 4, 38 44
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, entró en casa de Simón. La
suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron que hiciera algo por
ella. El, de pie a su lado, increpó a la fiebre, y se le pasó; ella, levantándose
enseguida, se puso a servirles.
Al ponerse el sol, los que tenían enfermos con el mal que fuera, se los llevaban;
y él, poniendo las manos sobre cada uno, los iba curando. De muchos de ellos
salían también demonios, que gritaban:
–Tú eres el Hijo de Dios.
Los increpaba y no les dejaba hablar, porque sabían que él era el Mesías.
Al hacerse de día, salió a un lugar solitario.
La gente lo andaba buscando; dieron con él e intentaban retenerlo para que no
se les fuese.
Pero él les dijo:
–También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso
me han enviado.
Y predicaba en las sinagogas de Judea.
II. Compartimos la Palabra
Servidores y colaboradores de Dios
Este texto nos habla de quiénes somos, de cuál es nuestra naturaleza, misterio
que solo podemos comprender en la medida en que avanzamos en la vida
espiritual y nos abrimos a nuestra verdad más profunda. De entrada, creemos
que nos hemos dado la vida a nosotros mismos, y entramos en competiciones
inútiles “Yo soy de Pablo” “Yo de Apolo” ¡Buena imagen de las discordias en que
con frecuencia estamos metidos/as!
Pablo nos expone aquí su manera de ver las cosas: somos solo servidores, y sin
embargo, somos todo para Dios, verdaderos colaboradores.
Servidores: Pablo y Apolo, como nosotros, son servidores, pero esto no quiere
decir que no son nada, pues cada uno vive y actúa “según lo que el Se￱or le
dio”. Cada uno de nosotros, realizamos nuestra misi￳n desde lo que somos,
acogiendo lo que el Señor ha puesto en cada uno/as. Es más, solo en la medida
en que acogemos, reconocemos y desplegamos en la acción nuestros dones,
estamos acogiendo la vida que Dios nos ha dado. Pero reconociendo siempre
que “Dios es quién hace crecer”.
Colaboradores: nuestra misión es una auténtica colaboración en el proyecto de
Dios. El cuenta con cada uno de nosotros para realizar su plan de salvación, para
acercarse a cada hombre y a cada mujer y hacerles sentir su amor, para cuidar
su creación, para hacer avanzar la solidaridad y la paz. Por eso, Pablo de nuevo
nos dice “cada cual recibirá el salario según su propio trabajo”.
Por último, Pablo nos llama “campo de Dios”, “edificaci￳n de Dios”. Estamos
llamados/as a acoger a Dios en nuestro interior, a dejarle ser en nosotros, para
así llevar a plenitud su creación.
Tú eres el Hijo de Dios
Leemos hoy un sencillo pasaje en el que podemos contemplar muchos rasgos de
Jesús y de su obra, y muchos signos que nos indican su presencia.
Jesús cercano a la vida de los que le rodean: entra en casa de Simón, no deja de
atender a su suegra, se acerca a ella y aleja de ella la enfermedad. Jesús no
andaba “por las alturas”, vivía su misi￳n en lo más cotidiano.
Como en tantas otras ocasiones, a la curación sucede el servicio, la gratitud, la
generosidad. Este es un signo de discernimiento de quien ha sido de verdad
tocado por Dios.
“Todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban”. Jesús
atraía, no daba miedo. Este es otro signo de discernimiento. Dios no da miedo,
atrae, despierta nuestro deseo y la necesidad de presentarle nuestra vida para
que él la transforme.
“Poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba” Jesús se daba el
tiempo para estar con cada persona. Su capacidad de entregarse a lo que la vida
le presentaba era muy grande, como también lo era su cercanía física con
aquellos a los que curaba. Cercanía que ya era parte de la curación.
“Tú eres el Hijo de Dios”: tanta humanidad, tiene que ser divina, hasta los
demonios perciben esto. En Jesús se tocan los opuestos, lo humano y lo divino.
Jesús nos enseña a ser plenamente humanos.
Jesús se retira a la soledad, El es consciente de dónde está el manantial de su
vida. Tiene en perspectiva siempre su misión y no se deja distraer de ella.
Quizás no haga falta ir muy lejos para vivir plenamente nuestra misión y esté
muy cerca ese campo de Dios que espera nuestra siembra. Solo necesitamos
cercanía, tiempo, y abrir nuestros ojos para escuchar su llamada.
Hna. Lola Munilla O.P.
Congregación Romana de Santo Domingo
Con permiso de dominicos.org