COMPARTIENDO EL EVANGELIO
Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia
(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires – ciclo 2014)
Domingo 31 de agosto de 2014 – Vigésimo segundo del tiempo
ordinario.
Evangelio según San Mateo 16, 21-27 (ciclo A)
Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir
mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que
debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día. Pedro lo llevó aparte y
comenzó a reprenderlo, diciendo: "Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá".
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: "¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú
eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los
de los hombres". Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir
detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa
de mí, la encontrará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si
pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo
del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces
pagará a cada uno de acuerdo con sus obras.
COMO JESUS, TAMBIEN TENEMOS UNA MISION QUE CUMPLIR
Aquí vale destacar la claridad que tiene Jesucristo de saber que Él también es
enviado y que vino para cumplir una misión, para hacer el sacrificio y la
voluntad del Padre. Lo tenemos más claro aún en el Evangelio donde Jesús dice
“Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz pero que no se haga mi voluntad
sino la tuya”, porque sabía perfectamente lo que iba a suceder y lo hace con
libertad ya que tiene conocimiento pleno y por eso mismo Él también lo ha
decidido, aceptado y ofrecido.
A continuación se presenta la actitud de Pedro: él no entiende lo que Jesús dice
y, de alguna manera, se ofusca y lo hace notar: “¡no, esto no va a suceder!”,
porque lo quiere mucho; pero Jesús lo reta diciéndole que “sus pensamientos
nos son los de Dios, sino los de los hombres”, lo que Jesús dice es que hay que
hacer la voluntad de Dios y no la de los hombres.
En lugar de tener el conocimiento de Jesús, muchas veces nosotros opinamos de
forma contraria y en lugar de tener criterios de Dios, del Evangelio o de la
Iglesia, tenemos criterios mundanos; pensamos como cualquier otro, como los
de afuera. Gente comprometida, gente de adentro, gente nuestra, a veces
tienen sorprendentes opiniones, juicios, posturas y actitudes.
Me parece importante destacar a quién seguimos: a Jesucristo, y así ordenarnos
desde esa realidad. El protagonista principal es Él, no nosotros; lo nuestro es
hacer, vivir y tener criterios del Evangelio y de Cristo; no de nuestras ideologías,
ni nuestros pensamientos, ni nuestras cosas. Así como Pedro fue reprochado,
también nosotros a veces somos reprochados por el Señor. ¡Ojo, tu pensamiento
no es el de Dios, sino que te comportas como los hombres!
Luego la exhortación: “si quieres ser mi discípulo y seguirme, renuncia a aquello
que es obstáculo”, pero renuncia en serio. Renunciar no es sacarse un pulóver y
ponerse una camisa; es desistir de algo que no está bien en nosotros. “Y que
cargue con la cruz”, dice Jesús pues todos tenemos una cruz y hay que cargarla,
pero también hay que seguirlo ¡y esto es importante! El que quiera seguirlo
tiene que renunciar y cargar su cruz. Como dice San Agustín “el que me sigue
también tiene que imitarme”
Pidamos al Señor tener su claridad: Él sabe que viene para algo, a cumplir una
misión. Nosotros, por Dios y por nuestros padres, estamos en el mundo y en la
Iglesia con una misión que cumplir. ¡Que nadie te separe, ni te quite del lugar, ni
te opaque! Es necesario manifestar la convicción que uno tiene así: ¡tengo que
hacer lo que Dios quiere y no lo de los hombres, no la cultura reinante, no la
superficialidad dominante, no eso de “es lo que hoy se estila”, “si todo el mundo
lo hace”, como si esto ya fuera un criterio!
Escuchemos al señor, sigámoslo, arrimémonos más a Él quedándonos más en Él.
Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Amén