Sábado XIX del tiempo ordinario
Homilía de Mons. Carles Soler Perdigó, obispo emérito de Girona
16 de agosto de 2014
Ez 18, 1-10.13-30-32; Mt 19, 13-15
Rvdmo. P. Abad y comunidad benedictina, hermanas y hermanos.
Es un gozo para mí celebrar esta eucaristía con todos vosotros. Con mis palabras
quisiera haceros participar de mi gozo y de mi alegría, que no es otra que el de
encontrarme reunido, formando Iglesia, con vosotros, a los pies de María, la Madre de
Dios y Madre nuestra, y con ella escuchar y meditar la Palabra de Dios que nos ha
sido proclamada, para terminar compartiendo el pan eucarístico con acción de gracias.
Sí, es un gozo y es una alegría, el encuentro de los hijos de Dios. Encontrarnos ahora
aquí, reunidos en asamblea de oración. Somos la Iglesia de Jesucristo, el pueblo de
Dios que camina, guiado por la luz del Evangelio y de la sagrada escritura. Somos la
comunidad de los hijos queridos de Dios, nuestro Padre.
¿Qué nos ha dicho hoy, Dios? ¿Cuáles han sido las palabras de nuestro divino
Maestro? « Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos
es el reino de los cielos ». Dicho con otras palabras del mismo Jesús: « Si no os hacéis
como niños, no entraréis en el reino de los cielos ». Todos debemos tener clara la
meta: Entrar en el reino de los cielos. Pero hay que acertar el camino. Y no es otro que
el de la sencillez, la humildad, la renuncia, la pequeñez. « Quien quiera ser grande que
sea vuestro servidor ». El Cristo se hizo servidor de todos, « obediente hasta la muerte
y muerte de cruz ». Imitemos, pues, a nuestro Maestro. Imitemos también a su
santísima Madre, que da gracias a Dios « porque ha mirado la humillación de su
esclava » y canta la gloria de nuestro Dios « que derriba a los poderosos de sus tronos
y ensalza a los humildes ».
Pero, también, recordamos lo que nos decía Ezequiel en la primera lectura. El profeta
hacía una reflexión muy interesante. ¿Puede ser, se preguntaba, que los hijos tengan
que pagar las culpas de los padres? Lo decía por la situación en que se encontraba el
pueblo de Israel en aquel contexto histórico. La situación que vivían era sumamente
difícil y algunos lo atribuían a los pecados de los antepasados. Por eso el profeta sale
al paso de aquellas falsas atribuciones y declara que cada uno es responsable ante
Dios de sus actos y nadie más. Pero enseguida hace reconocer que nadie está limpio
de culpa. Es necesaria, pues, la conversión. El progreso en la comprensión de la fe y
de la moral llega con Ezequiel a un momento clave. Dios dice: «no quiero la muerte de
nadie -oráculo del Señor-. ¡Arrepentíos y viviréis!» ¿No os recuerda lo que mucho más
acá encontraremos escrito en la carta de San Pablo a Timoteo: «Dios quiere que todos
los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad»? Y también en la
segunda carta de san Pedro: « Dios no quiere que nadie se pierda ».
También esto nos llena de alegría y de esperanza. Nuestro Dios nos juzgará a cada
uno según nuestras obras. Pero cada día nos da una nueva oportunidad. Podríamos
decir que Dios no tiene prisa. Su paciencia es proverbial. ¿No es una Buena Noticia,
esto?
Ahora, pues, que nos hemos reunido para celebrar la Eucaristía, démosle gracias a
Dios. Seamos agradecidos para con ese Dios, que nos ama tanto, que nos quiere a su
lado. Y quiere que, como Jesús, trabajamos desde ahora y cada día por la salvación
de toda la humanidad.
Que Santa María interceda por nosotros. Amén.