DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Bernabé Dalmau, monje de Montserrat
17 de agosto de 2014
Is 56,1.6-7 / Rom 11,13-15.29-32 / Mt 15,21-28
Queridos hermanos y hermanas,
"El Reino de Dios es semejante a un banquete familiar en el que los pequeños
animales domésticos se benefician de las migajas que caen de la mesa". Esta
parábola no es de Jesús, sino de la anónima mujer cananea que fue, es y será un
ejemplo de fe para todos.
¿Por qué siempre será para nosotros ejemplo de fe? Hay tres reacciones sucesivas de
Jesús en el episodio que acabamos de escuchar. Primero no contesta ni una palabra.
Después recuerda el principio de que su misión está circunscrita al pueblo escogido.
Finalmente, con una severidad inusitada, como si forzara la situación para provocar
una reacción decisiva, justifica su posición tildando de perros a los no judíos. Pero la
astucia femenina puesta al servicio de la fe desarma tanto la reticencia de Jesús como
la tendencia de los discípulos a hacer de guardaespaldas del Maestro.
Aquella fe que a lo largo de los Evangelios encontramos que sustenta la acción de
quienes recurren a la compasión Jesús en situaciones de enfermedad y de opresión
del espíritu del Mal, en el evangelio de hoy la vemos fuera de los límites del pueblo de
Israel. La fe obtiene la curación de la hija de la cananea: "que se cumpla lo que
deseas".
No es el único texto evangélico que nos deja entrever la cuestión en la que se
debatían los cristianos de la primera generación. Les era un gran problema saber si la
obra y el mensaje de Jesús estaban destinados sólo al pueblo elegido o bien si tenían
un alcance universal. En otras palabras: ¿la salvación que Dios mostraba a través de
Jesucristo era para todos o sólo para quienes cumplían las prácticas vinculadas a la
religión judía?
El cristianismo de primera hora se reflejaba en otros ejemplos de la vida de Jesús,
como la curación a distancia del hijo de un funcionario romano o la profesión de fe del
centurión cuando Jesús muere en cruz. Así los primeros cristianos aprendieron que los
favores de Dios no conocen límites ni en el espacio ni en el tiempo.
Hoy mismo, el texto de San Pablo, el gran apóstol llamado maestro de los pueblos
paganos, nos mostraba la otra cara en la que podemos contemplar la cuestión.
Dirigiéndose precisamente a los Romanos, de origen pagano, el Apóstol veía cómo los
judíos entraban igualmente en el plan de Dios objeto de compasión.
Todos estos cristianos de la primera generación, profundizando las antiguas
Escrituras, daban cuenta de cómo el amor compasivo de Dios reúne a todos. Por eso
hemos leído la profecía de Isaías que promete a los extranjeros entrar en la montaña
sagrada y en la casa de oración que es el templo. También por este motivo hemos ido
repitiendo en el salmo: "Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te
alaben".
Esto explica el carácter misionero de la Iglesia. Tras tantas acciones de curación y de
liberación de falsos espíritus ancestrales, los cristianos intentan aportar en toda la
geografía mundial la palabra consoladora y redentora de Jesús, que se maravilla y da
gracias al Padre de haber revelado a los sencillos los misterios del Reino. Estos días
que el papa Francisco está en Corea del Sur, los comentaristas son unánimes en
reconocer que en ese país crece el cristianismo porque encuentran en él un factor de
liberación.
¿La encontramos también nosotros? ¿Sabemos transmitir la fe como promotora de
libertad? He aquí un buen punto de revisión. Si el hecho de ser cristianos no nos da
más libertad interior, algo no funciona en nosotros.
Beneficiarse de las migajas resulta ya una gran suerte. Pero la voluntad de Dios es
que seamos plenamente hijos suyos y nos sintamos como tales. La Eucaristía es
verdaderamente el pan de los hijos. Que el Señor que todo lo sabe y todo lo puede,
que nos alimenta aquí en nuestra vida mortal, nos haga comensales, coherederos y
compañeros de los santos ciudadanos del cielo (cf. Secuencia Lauda Sion ). Amén.