DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO (A)
Homilía del P. Damià Roure, monje de Montserrat
31 de agosto de 2014
Jer 20,7-9; Rom 12,1-2; Mt 16, 21-27
En el evangelio que acabamos de escuchar encontramos a Jesús hablando con sus
discípulos. El pasado domingo, podíamos oír como Pedro había reconocido en Jesús
al hijo de Dios vivo. En respuesta a este reconocimiento, Jesús reunió la iglesia en
torno a Pedro. Este domingo Jesús empieza a manifestar claramente a sus discípulos
que su camino hacia la resurrección tiene que pasar por momentos de sufrimiento,
hasta llegar a la cruz y morir.
Ante el anuncio de la futura pasión, la reacción de Pedro -diciendo que eso no podía
ser, que su maestro era demasiado bueno para que lo trataran así-, muestra que aún
no había comprendido el misterio de Jesús. Quería ver en Jesús un mesías a nuestra
medida, de acuerdo con unas previsiones muy humanas, pero no según el plan de
Dios. Es por eso que Jesús le dice: «tú piensas como los hombres, no como Dios».
Si Jesús -como lo acabamos de oír- no aprueba la actitud de Pedro, es porque,
cuando Pedro le pide que deje de lado el camino de la cruz, parece que quiera
ponerse frente a su maestro. Por eso Jesús le habla ásperamente para disuadirle.
Pedro no podía impedir que Jesús actuara como el Hijo que sigue la voluntad de su
Padre del cielo.
Aunque Pedro en este momento todavía tiene que progresar, la respuesta que le da
Jesús no es un rechazo, sino, al contrario, es una invitación. Jesús le repite las
palabras que le dijo cuando lo llamó a ser discípulo, cuando le dijo a él y a su hermano
Andrés: Venid y seguidme , (Mt 4,18-22). Le dice que vuelva a ocupar el lugar de
discípulo, que la acompañe y que siga sus pasos. Jesús le quiere hacer ver que el
lugar del discípulo no está delante del maestro, sino detrás, acompañando a su
maestro en el camino que debe seguir.
Las instrucciones que da Jesús a sus seguidores comienzan, pues, con las mismas
palabras que Jesús ha usado para llamar a Pedro: El que quiera venirse conmigo, que
se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga , y con estas palabras se
dirige también a todos nosotros, nos encontremos el lugar donde nos encontremos.
Porque seguir a Jesús significa tenerle plena confianza, quiere decir hacer camino con
él, en medio de las dificultades y contratiempos de la vida, significa tratar de obrar bien
con todo el mundo, de actuar con justicia; y quiere decir, también, ayudar a los que
más lo necesitan.
Para seguir a Jesús más de cerca, tratemos, pues, de escuchar sus palabras, de
leerlas a menudo y meditarlas. Las encontramos en el Evangelio, las oímos cada
domingo o más a menudo en misa. Nos ayudan a reconocer día a día cuál es la
voluntad de Dios, lo bueno, agradable a Dios y bueno para todos nosotros.
Busquemos pues seguir a Jesús y dejemos que él nos acompañe, que nos acompañe
con su palabra de vida y con el don de la Eucaristía, ese don que ahora todos juntos
agradecemos y celebramos.