XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A
¿SOMOS EXPLORADORES O DESCUBRIDORES DE CRISTO?
Padre Javier Leoz
“Ayudad a los hombres a descubrir la verdadera estrella que indica el
camino: ¡Jesucristo! “ Lo dijo el Papa Benedicto en Colonia en aquellas
famosas Jornadas Mundiales de la Juventud y, el Papa Francisco,
recientemente nos ha dicho: “Un cristiano es memoria de Dios ente
mundo” (Jornada de os Catequistas)
1. Atar en la tierra, con los nudos de Jesús, muchas veces conlleva la crítica y
no, precisamente, el aplauso fácil. Desatar, según las modas o estrategias que
nos acosan y nos uniforman, pueden llevarnos a ese olvido de Dios, del cual
también hablaba a los jóvenes el Papa. Lo cierto es que, la Iglesia, sigue siendo
esa atalaya desde la cual se puede divisar todo lo, mucho y bueno, que la fe
ofrece y todo lo que Dios es capaz de realizar por el hombre.
Es cómodo dejarnos llevar por una religión a la carta (cojo lo quiero y cuando
quiero) pero las consecuencias pueden ser fatales en los momentos de turbación
y de crisis. El Evangelio de este domingo es una llamada a la esperanza a esta
iglesia a la cual pertenecemos. Su fin, llevar a los hombres hasta Dios, ha de ir
también alimentado por un clarificar las conciencias de los hombres de hoy y por
un despertar las entrañas de una sociedad que parece vivir montada en el
caballo de su propia autosuficiencia y arrogancia.
2. El perdón es una actitud evangélica, y un medio terapéutico que libera al que
lo otorga y reaviva al que lo recibe. En cierta ocasión, un discípulo, comentaba a
su maestro lo difícil que le resultaba perdonar. Que siempre, junto a ese afán,
en su mente, se le cruzaban sentimientos de orgullo y de amor propio que le
impedían dar ese paso hacia la reconciliación. El maestro espiritual le respondió:
qué poco esfuerzo te costaría si pensaras que, arriba, es Dios quien es
perdonado por ti en el hermano.
Un psicólogo norteamericano, Robert Enright, afirmó que las personas que han
sido profunda e injustamente heridas pueden sanar emocionalmente perdonando
a su ofensor. El insigne fraile dominico Henri Lacordaire dijo: "¿Quieres ser feliz
un instante? Véngate. ¿Quieres ser feliz toda la vida? Perdona".
3. Los cristianos, y volviendo al principio, hemos de enseñar a descubrir la
estrella de la fe con aquello que es peculiar y original en ella: el perdón con
amor. Acostumbrados a vivir en una sociedad que todo lo airea, distorsiona y
todo lo pregona, el mensaje cristiano nos alerta sobre una dimensión totalmente
nueva: hazlo con amor y…perdona.
La urbanidad, en las formas y en los modos, no es precisamente la tónica
dominante de la realidad que nos rodea. Jesús, por el contrario, nos orienta en
el sentido de recuperar y potenciar el sentido de hermandad que debe existir
entre aquellos que llevamos el distintivo de la cruz.
Es bueno leer el evangelio de este domingo desde dos dimensiones: la iglesia de
hermanos (que se quiere y se perdona) y la iglesia en oración (que vive, siente y
se edifica con la presencia del Señor).
4.- ¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!
De invertir tiempo, ideas y sudor,
esfuerzo e ilusión, y como respuesta
encontrar sólo el vacío o la incomprensión.
¿Por qué me has dado tanto, Jesús?
Con menos talentos divinos,
se vive la vida más fácilmente y mejor
Con más comodidad y sin tantos riesgos
¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!
De no estar a la altura que Tú me marcas
de no dar la talla en el campo de batalla:
en la familia, o en el trabajo
en la enfermedad o en la salud
en la palabra o en la obra
¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!
De gastar por el camino lo que Tú me has dado
aquello que pienso que es mío y no tuyo
De quemarme por brindarme y ofrecerme
o cansarme de sembrar sin recoger nada a cambio
¡TENGO TANTO MIEDO, SEÑOR!
De que regreses y, tu fortuna, la encuentres mal empleada
por mi falta de valentía o audacia
por mi cobardía o desinterés
por mi timidez o mi falta de seguridad
¡CUÁNTO MIEDO TENGO, SEÑOR!
De no invertir mi vida como, Tú en la cruz, lo hiciste:
con silencio, grandeza y dolor
con perdón, humildad y sacrificio
con fe, esperanza o misericordia
¡CUÁNTO MIEDO TENGO, SEÑOR!
De mirarme a mí mismo,
y viendo lo mucho que me has dado
creer que no merece la pena arriesgarlo todo:
por Dios y por el hombre
por la Iglesia y por el mundo
por mis hermanos y por mí mismo
¡CUÁNTO MIEDO TENGO, SEÑOR!
Que vengas…y me pilles con el pie cambiado
lejos de tus caminos y, con mis talentos,
sin haberlos utilizado a fondo.