Comentario al evangelio del martes, 16 de septiembre de 2014
Queridos amigos:
Qué escena. Jesús ha comenzado a predicar la Buena Noticia y se topa con un entierro. El muerto en un
chico joven, y es el hijo único de una madre; y esta madre es una mujer viuda. Es el colmo del ser
indefenso, pobre, desvalido. Una viuda, durante un tiempo, debía ir enlutada. Muchas veces, solo le
quedaba el recurso de volver a la casa paterna. Con frecuencia aparece en la Biblia la alusión al
desamparo de las viudas y al deber de asistirlas. En el capítulo sexto de los Hechos, leemos: “Los
creyentes de origen helenista se quejaban de los de origen judío porque las viudas no eran atendidas en
el suministro cotidiano”. E insiste Santiago: “La religiosidad auténtica consiste en socorrer a huérfanos
y viudas en la tribulación”.
Palabras, casi sacramentales, de Jesús: “No llores, mujer”. La viuda y madre del muerto se encuentra
con Jesús. Cuando le parecía tener todo el horizonte de su vida cerrado, brilló la luz. Lo describe muy
bien el evangelio: el Maestro se acerca, ve el panorama, se conmueven sus entrañas y actúa, con
palabras y obras. “No llores”, dijo a la madre; “Muchacho, a ti te lo digo, levántate”, exclamó delante
del muerto. Luego vino el gesto: “Y Jesús se lo entregó a su madre”. ¿No evocamos, en seguida,
palabras parecidas desde la Cruz: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”? El signo de Jesús estremeció a la gente:
“La noticia se propagó por toda la región, el temor se apoderó de todos, y alababan a Dios diciendo
``Dios ha visitado a su pueblo``”. El encuentro con Jesús siempre nos recrea. Por recordar solo a
algunas mujeres que se cruzaron en el camino: la mujer adúltera, la hemorroísa, la mujer pecadora de
Betania, la que depositaba el óbolo en el cepillo del templo, la samaritana.
Que nadie tenga que llorar. Ojalá los seguidores de Jesús repitamos siempre sus palabras de
misericordia: “No llores”, “Levántate”. Ojalá nos creamos que los que lloran son bienaventurados
porque serán consolados por nosotros. Jesús siempre da vida: “He venido para que tengan vida, y la
tengan abundante”; si los cristianos no damos vida es que el Espíritu de Jesús no está en nosotros. Ha
de herirnos en nuestra propia carne el dolor de tanta gente. (Acaso, lo contemplamos mil veces por la
tele, y el corazón se queda endurecido). Por supuesto, -terrible paradoja- que la religión, la imagen de
Dios, la moral cristiana no engendre temor o desaliento. Que experimentemos la vida, el gozo, el
entusiasmo de saber que Dios Padre solo busca el bien del hombre, la felicidad de sus hijos. Y no
digamos, cuando un ser querido se nos va; escuchemos a Jesús “no llores”, y colmémonos de
esperanza. Lo hemos dicho y oído a todas horas; antes de comunicar vida a los demás, habremos de
sentir esa vida, ese amor, esa salvación de Jesús en nosotros. ¿Cómo comunicar lo que no hemos
experimentado?
Conrado Bueno, cmf