Comentario al evangelio del miércoles, 17 de septiembre de 2014
Queridos amigos:
Jesús de Nazaret y Juan el Bautista, frente a frente. El Bautista inquiere: “¿Eres tú?”. Jesús apela a sus
obras: “Contad a Juan lo que habéis visto: los ciegos ven y los pobres escuchan la buena noticia”. Y
sigue la división de opiniones. Todos, también los publicanos, acogen a Juan; mientras, los fariseos y
doctores de la ley rechazan su bautismo. También aquí, el Bautista es precursor, se convierte en signo
de contradicción.
Así las cosas, Jesús, tan buen pedagogo, pasa a la imagen, a la parábola del juego de niños. Un grupo
de niños cantan y danzan; otros entonan lamentaciones tristes. Ambos grupos, a la vez, no quieren
participar en el juego y se recriminan mutuamente: “no danzáis”, “no lloráis”. Hasta aquí, la imagen.
Jesús aterriza. Vino Juan, el austero, hirsuto y asceta, y los jefes religiosos le dan de lado. Viene Jesús,
que come y bebe con todos, que viste bien, y le menosprecian como comilón, borracho y amigo de la
gente mala.
Lo dice la gracia popular: “Ni para mí ni para mi amo”, “Ni contigo ni sin ti”, “Ni p`alante ni p`atrás”.
Hay personas que se instalan en las “pegas”. Aducen mil razones especiosas, escudriñan mil pretextos
para justificar sus pocas ganas de participar, de compartir, de hacer, codo con codo, con los otros. Les
gusta etiquetar a personas y proyectos: es demasiado rancio o modernista; es muy radical o laxo; es un
devoto en exceso o un laico impenitente. Es decir, se va endureciendo el corazón de cara a Dios y de
cara a los demás. En este corazón rebotan todas las palabras, todos los argumentos, todos los
sentimientos. Cómo podemos ver esta experiencia en la saña de los enemigos de Jesús; los milagros
son cosa del demonio, sus palabras son blasfemas. Todo se tergiversa. Ocurre lo mismo con Papa
Francisco: su cercanía es populismo, su palabra clara es poca hondura intelectual, su libertad es
temeridad. Da la impresión de que hiere la presencia de personas buenas… ¡porque nos dejan en
evidencia!
Desde otro ángulo, podemos preguntarnos: y nosotros, ¿estamos más cerca de Juan o de Jesús? ¿Nos
van más las lamentaciones de los niños, la austeridad, el sacrificio, las normas y prohibiciones o la
danza y canciones de los otros niños, de Jesús? Para algunos, predicar la felicidad es quedarse en una
religión light, mientras predicar el rigor es ser fiel a la cruz. ¿Pero no dijo Jesús que no debemos
ayunar, mientras está “el novio” con nosotros?
Conrado Bueno, cmf