Comentario al evangelio del jueves, 25 de septiembre de 2014
Queridos amigos:
“Tenía ganas de ver a Jesús”, dice el Evangelio de Herodes. Nos recuerda lo de aquellos griegos que le
pidieron a Felipe: “Queremos ver a Jesús”, o de Moisés: “Muéstranos, Señor, la gloria de tu rostro”, o
el salmista: “Buscaré, Señor, tu rostro”. Qué buen deseo, ahora corrompido en Herodes, por el recelo y
el cotilleo frívolo ante “los milagros” que contaban de Jesús. Se verán las caras en el momento de la
Pasión, pero no se saldrá Herodes con sus pretensiones.
El miedo a la fuerza y poder que emanan de la vida misma de los profetas, Juan y Jesús, se apodera del
virrey Herodes. Como siempre, el poder mundano pretende utilizar e instrumentalizar, en su provecho,
la buena fama de los profetas. Antes, había matado a Juan, para quitarse la pesadilla de la competencia.
Este Herodes, distinto del de la muerte de los Inocentes, nació el año cuatro, antes de Jesucristo y
murió el año 39 después de Cristo. Abandonó a su mujer para juntarse a Herodías, la mujer de su
hermano. Ahora, como antes de la muerte de Jesús, el virrey se empeñaba en calmar su curiosidad con
una de esas acciones maravillosas que comentaban del Maestro de Nazaret. Jesús nunca se enfrentó
con él, pero se mantuvo firme; incluso, en una ocasión llegó a llamarle “zorro”. La curiosidad de
Herodes suscitó el misterio de la identidad de Jesús. Había opiniones para todos los gustos: si era Juan
resucitado, o Elías, o alguno de los antiguos profetas. La dificultad venía de la dialéctica entre las
esperanzas de un Mesías, político y grandioso, y la sencillez del profeta de Nazaret. De hecho, no
consiguieron acertar con su identidad. Pero Jesús nos ha enseñado dónde reconocerlo.
Hoy, la figura de Jesús sigue moviendo la curiosidad y el interés de muchos. Hace más de dos mil años
que una losa cerró la entrada a su sepulcro. La mayoría, entonces, creyó que todo había acabado para
siempre. Y sigue vivo, y removiendo tantas vidas. Tantos han vivido y muerto por amor a él. También
ahora sigue la frívola curiosidad, el despiste, el consumismo religioso fácil. El Cristo hippy o
guerrillero, el Gospel, el Jesucristo Super Star, el Cristo de la camiseta, émulo del Che Guevara. Por no
hablar del Cristo y sus mensajes terribles de ciertas revelaciones y apariciones que tanto furor, mágico
y místico, despiertan. Lo tenemos tan fácil… Leamos, ahondemos, oremos el Evangelio; aquí está la
fuente viva de la revelación de Dios a los hombres, aquí podemos dibujar exactamente al Cristo
enviado por el Padre. Todo tan sencillo en sus parábolas y milagros, en su Muerte y Resurrección. Nos
invitamos, pues, sus seguidores a confesarlo, a amarlo, a seguirlo, a imitarlo, a vivir y morir por él.
Conrado Bueno, cmf