Comentario al evangelio del sábado, 27 de septiembre de 2014
Queridos amigos:
Algo importante está en juego. Lo anuncia Jesús por segunda vez, y previene al auditorio con palabras
incitantes: “Meteos bien esto en la cabeza”. Otra vez, el tema de su pasión y muerte. Los jefes
religiosos lo van a rechazar y, al fin, lo matarán. Pero siempre apunta a la resurrección, que, sin
embargo, estaba aún lejos de su posibilidad de comprensión. El dolor, la muerte, la soledad, la
enfermedad son misterios dolorosos, siempre presentes en el camino de los hombres, pero nos cuesta
comprender este hecho y, sobre todo, aceptarlo. (Por supuesto, aceptar la cruz de Jesús ha de estar a
mil leguas de una espiritualidad victimista o dolorista).
Después de momentos de gloria, como la transfiguración y la curación del muchacho epiléptico, y
antes de tomar la decisión de subir a Jerusalén para morir y resucitar, vuelve Jesús sobre el destino que
le espera. “Solo ante el peligro” y el destino de ser despreciado y ser ejecutado por sus enemigos, en
Jerusalén. La reacción de sus discípulos es desconcertante: no entienden nada, les resultaba un lenguaje
oscuro y, apresados por el miedo, no se atreven a preguntarle nada. Siguen agarrados a sus ideas de
mesianismos políticos. Pero Jesús es el Mesías de Dios porque es “un ser para la muerte”. Es el Hijo
del Hombre, no tanto como juez sino como hombre sufriente. Es el poder y la victoria que se
manifiesta en la debilidad. Es la paradoja de la vida de Jesús: es Rey y es siervo; su victoria se cumple
en la cruz de los esclavos; su vida es morir, morir y dar la vida por los que ama.
Para “entender” a Jesús, solo cuenta la fe y el abandono en Dios. Solo la fe descubre que en la cruz
está la victoria. Aquellos discípulos que no entendían el lenguaje, tras la muerte de Jesús, dieron su
vida por él, entre persecuciones y tormentos. El seguidor de Jesús, medianamente coherente, pasa por
la cruz. Es que el mandamiento primero es el amor, y el amor siempre lleva aparejado el dolor, el
sacrificio por los otros. Hoy tenemos, como expresión clara, tantos cristianos perseguidos; por ejemplo,
en el próximo y medio oriente; y qué valientes responden, cuando llega la cruz. En Occidente,
¿entendemos este lenguaje? Junto a cristianos que responden, como los apóstoles, “te seguiré a
dondequiera que vayas”, otros creyentes tienen miedo a seguir a Cristo con todas las consecuencias.
Tenemos miedo a “ser diferentes”, a ser otra cosa en el mundo, a anunciar los valores evangélicos, que
no son los mundanos. Podemos decir sí o decir no; pero seguir a Jesús es seguir al Crucificado.
Conrado Bueno, cmf