Comentario al evangelio del lunes, 29 de septiembre de 2014
Los discípulos de Jesús eran gente normal, muy normal, como nosotros. Y andaban preocupados
con las cosas que a nosotros también nos preocupan. La pregunta por quién era el más importante entre
ellos era fundamental. Servía para conocer la jerarquía del grupo. Se conoce que ya estaban pensando
en el momento en que desapareciese el “jefe”. Y luego estaba el deseo de que el grupo tuviese el
monopolio del seguimiento de Jesús, de su sabiduría, de su magia.
Son dos cuestiones fundamentales. La primera sirve para ordenar las relaciones dentro del grupo.
El que está arriba y los que están abajo. Y los mandos intermedios. Se entiende que el que está arriba
tiene privilegios. Poder y autoridad y derechos adquiridos. Los otros están para servirle y atenderle. Él
ya tiene la responsabilidad de “mandar y organizar”. Es un quebradero de cabeza tan grande que es
normal que tenga sus compensaciones. Desde mejores sueldos hasta mayores atenciones y
comodidades. Así funcionamos las personas.
La segunda sirve para poner una distancia entre nosotros y los otros, entre nuestra tribu y la otra,
entre nuestra familia y la otra, entre los que hablamos una lengua y los que no la hablan, entre los que
han nacido aquí y los forasteros. Las fronteras tienen que estar claras para que todos nos sintamos
seguros. Luego, pasamos a ser rivales porque los otros siempre nos termina pareciendo que son una
amenaza para lo nuestro.
Jesús se mueve en otra dimensión. Los que le siguen renuncian al poder y a la jerarquía. “El más
pequeño entre vosotros es el más importante”. Por el más pequeño se entiende el más débil, el menor,
el ignorante, el pobre, el enfermo. Y todos los demás se mueven a su servicio. El cristiano no es tal
para ser servido sino para servir. Las palabras son fáciles de entender pero vivirlo en la práctica es más
complicado. Sino miremos a nuestra propia historia.
Y claro, deja de haber fronteras. Ya no hay distinción entre nosotros y los otros. Ninguna
distinción. Para el Abbá todos somos hijos e hijas. Todos iguales. Nadie tiene monopolios ni
privilegios. El discípulo no pasa la vida marcando fronteras sino abriendo puertas y tendiendo puentes.
El que tenga oídos para oír que oiga.
Fernando Torres Pérez, cmf