Comentario al evangelio del martes, 30 de septiembre de 2014
Hace unos días hablando con un conocido salió el tema del conflicto entre los israelíes y los
palestinos. Decíamos que era el “eterno” conflicto. Porque los dos, que ya tenemos una cierta edad,
recordamos casi de siempre las noticias en los medios de comunicación sobre el tema. Parece que no
para. Y que a toda acción de unos sucede siempre la reacción de los otros y así siguen y siguen. Se me
ocurrió comentarle que, a mi modo de ver, nunca pararían hasta que uno de los dos –mejor ciertamente
los dos– no aprendiese a perdonar. Así de simple. Por ahora lo que hacen es aplicar la ley del talión:
“ojo por ojo y diente por diente”. La natural consecuencia será que algún día todos se queden ciegos y
desdentados.
Ese es el efecto habitual cuando nos sentimos heridos y pensamos que la venganza es el único
remedio. Porque los del otro lado también se van a sentir heridos y van a pensar lo mismo. Y cada vez
la reacción será mayor. Y al final... ya sabemos: todos ciegos.
Jesús propone otro camino. “El Hijo del Hombre no ha venido a perder a los hombres, sino a
salvarlos.” Ya está todo dicho. Si los de Samaria no habían querido recibir a Jesús, cabían dos posibles
respuestas. 1) La de los discípulos: mandar fuego del cielo y acabar con ellos. 2) La de Jesús: perdonar
y seguir el camino. La primera respuesta tiene el peligro de que los otros respondan a su vez. Aunque
sólo sea porque lo del fuego les parezca una respuesta desmedida. O quizá porque no les acogieron
porque estaban con otros problemas.
La respuesta de Jesús tiene la ventaja de que detiene la espiral de la violencia. Tiende a
comprender. Lo que hacen los otros nos puede parecer a veces que está mal hecho pero tampoco
exactamente los porqués ni las razones. Quizá... siempre queda la duda. Y ante la duda es mejor
perdonar y seguir el camino. Posiblemente Jesús hace esto porque en cada hombre y mujer no ve un
enemigo sino un hijo o hija de Dios, una hermano o hermana suyo.
Digo yo que podríamos intentar hacer como Jesús. Quizá nos iría mejor en nuestras relaciones con
la familia, con los vecinos, con los conocidos. Nos iría mejor también en las relaciones entre naciones,
en la iglesia, etc. ¿Qué tal si probamos a mirar a los que nos rodean y ver en ellos lo más precioso de
sus vidas, su ser hijos o hijas de Dios? Después de tantos años de probar con el rencor y la venganza,
creo que vale la pena escuchar a Jesús y poner en práctica lo que nos dice.
Fernando Torres Pérez, cmf