Comentario al evangelio del viernes, 3 de octubre de 2014
Lo de que todos somos iguales es más un sueño, un deseo, que una realidad. Acabo de leer una
estadística en la que se muestra como los hijos de las familias de clases medias y altas llegan a la
escuela sistemáticamente mejor preparados que los niños nacidos en familias pobres. Decía el autor del
comentario a la estadística que la solución no está sólo en incrementar los medios de las guarderías y
de las escuelas. Es que además, las familias pobres son a veces más problemáticas. Aunque sólo sea
porque los padres tienen que trabajar muchísimas horas y llegan cansados y tarde a casa sin posibilidad
de atender a los niños como los progenitores de clase media y alta. Desde ese momento se marcan ya
las diferencias entre las personas.
Es decir, hay unos que tienen –tenemos– más posibilidades, más oportunidades que otros. Y,
siendo honestos, debemos reconocer que eso no se debe a nuestra valía personal sino a la casualidad.
Es algo que hemos recibido gratis. Otros han recibido gratis una posición peor en el teatro de este
mundo. Ya decía Susanita, la amiga de Mafalda (la niña argentina creada por el genial Quino), que los
pobres no dejarían de ser pobres nunca si iban a colegios pobres, compraban en mercados pobres y
luego buscaban trabajos mal remunerados y casas en barrios pobres.
Pero esto que es así genera para los que han tenido la suerte de tener más posibilidades no un
privilegio de abuso sino un deber inexcusable: poner lo que tienen al servicio de los hermanos. Porque
la verdad más importante es que somos hermanos, es que somos iguales a los ojos de Dios. Y los
hermanos están para echarse una mano unos a otros, para compartir lo que tienen y ayudarse sin pedir
nada a cambio.
Corozaín, Betsaida, Cafarnaúm eran ciudades que habían sido privilegiadas por la presencia de
Jesús. Eran además ciudades del mundo judío. Habían conocido la palabra de los profetas. Y luego la
palabra de Jesús. Pero no habían respondido. ¿Cómo se les iba a exigir lo mismo que a Tiro y Sidón?
¿Cómo se les va a pedir lo mismo a los pobres de este mundo que a los que nos han tocado en
suerte tantos privilegios y no el menos importante, el de haber escuchado la Palabra?
Fernando Torres Pérez, cmf