ECOS DE LA PALABRA
La corrección fraterna, una responsabilidad
Reflexiones sobre el evangelio de Mateo 18, 15-20 (XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
- Ciclo A)
El caso del ex presidente de la Generalitat de
Catalunya, Jordi Pujol, está teniendo una
amplia cobertura en los medios de
comunicación de todo el país aunque no todas
las informaciones u opiniones sobre este
delicado asunto están gozando del mismo
impacto mediático. En concreto, son pocos los
medios que han hecho eco de la carta que el
jesuita José Ignacio González Faus le ha enviado
recientemente. De dicha carta quiero
compartiros estos dos párrafos para ambientar
la reflexión sobre el evangelio de hoy:
“Dice la Biblia que ‘aunque vuestros pecados
sean rojos como la grana se volverán blancos
como la nieve’. Es una manera de anunciar que los hombres tenemos siempre abierta la
posibilidad de convertir nuestros mayores errores en plataformas para un futuro mejor.
Mi labor pastoral me ha enseñado algo muy humano y muy serio: cuando alguien
verdaderamente contrito te entrega lo peor de sí (en la confesión, por ejemplo) te está
entregando también, sin saberlo, lo mejor de sí mismo. Y eso mejor de sí impide al
receptor cualquier mirada de superioridad o de menosprecio. Es como si se palpara
aquello de A. Camus: que ‘en el hombre hay más cosas dignas de admiración que de
desprecio’”.
Las palabras de González Faus encierran la preocupación de un cristiano por un hermano
que, como muchos de nosotros, ha cometido un error. Su acercamiento es de hermano
a hermano, no de juez a reo, de ahí que su preocupación se centra en ayudarle a abrir
nuevos horizontes donde el reconocimiento de la falta, el arrepentimiento y la justa
reparación le permita iniciar de nuevo el camino y ver con ilusión el futuro. Este proceso,
que en cristiano llamamos “conversión”, es más fácil vivirlo cuando la persona que nos
exhorta al cambio se acerca a nosotros desde el amor, la compasión, la empatía y la
comprensión y no desde la arrogancia y la superioridad de quien se juzga “impecable”.
La corrección fraterna , como la que hace González Faus con Jordi Pujol, es una acción
profundamente evangélica en la que podemos ver cuatro momentos: 1) Tomar
consciencia de que todos cometemos errores. No existe, creo yo, ninguna persona que
pueda decir: “yo nunca me equivoco… yo no cometo errores”. 2) Reconocer con
humildad que necesitamos cambiar y que, para vivir adecuadamente ese proceso, es
importante abrirnos a la mirada compasiva de los demás y aceptar –insisto, con
humildad- las correcciones que nos hagan que, no sobra decirlo, las hemos de discernir
en la presencia de Dios y desde los criterios del Evangelio. 3) Quien se siente movido a
hacer una corrección ha de poner por encima de todo el amor, la compasión, la
misericordia y la ternura de Dios. Las palabras que un santo sacerdote de Bogotá, el
Padre Cruz, me enseñó en mis años juveniles, recogen muy bien las actitudes que hemos
de tener al corregir a un hermano: Sabiduría para ver, bondad para comprender y
firmeza para conducir. 4) Cuando vemos que un hermano está equivocando su camino
no podemos pasar de largo o quedarnos tan anchos diciendo: “Es su problema”.
Tenemos una responsabilidad ética y moral con su corrección como afirma el profeta
Ezequiel en la primera lectura de este domingo (33,7-9): “Si yo digo al malvado:
¡Malvado, eres reo de muerte!, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado para que
cambie su conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su
sangre”.
¿Cómo hacer la corrección fraterna? El evangelio nos propone un procedimiento
sencillo: Primero, debemos llamar “a solas” a quien queremos ayudar a cambiar. Si el
diálogo surge efecto, el asunto queda entre los dos. Si no hace caso podemos llamar a
uno o dos amigos para que la invitación a cambiar quede corroborada por los testigos.
Igualmente, si la llamada surge efecto todo queda entre los tres y basta. Finalmente, si
no escucha a los testigos, se ha de comunicar a la comunidad para que ésta quede al
tanto de la reiterada invitación a cambiar que se le ha hecho a la persona. Es importante
el orden: a solas, dos o tres y la comunidad. A veces se nos olvida y antes que la persona
se entere ya ha sido condenada por todo el mundo.
Corregir a los hermanos es una forma de expresarles nuestro amor.
Javier Castillo, sj
Director del Centro Loyola de Pamplona